Hollande cambia de pareja, y Francia de política económica

 |  16 de enero de 2014

Hostigado por los medios de comunicación por su romance con la actriz Julie Gayet, François Hollande, presidente de la República Francesa, copríncipe de Andorra, y cónyugue de Valérie Tierweiler, cambió de tema. Anunció una reorientación de la política económica de su gobierno que el Ministro de Finanzas Pierre Moscovici ha valorado como un “giro copernicano”, y logró salir indemne de una rueda de prensa que se preveía difícil. Aunque las nuevas medidas económicas –que suponen un giro a la derecha en la política de su gobierno socialista– han recibido críticas por parte de la izquierda francesa, el presidente ha salvado un escollo considerable. Al haber basado gran parte de su atractivo electoral en la “normalidad” de su vida personal en comparación con las extravagancias de Nicolas Sarkozy, el escándalo dejaba a Hollande en una posición vulnerable.

No deja de ser irónico que la economía haya acudido en rescate de su presidencia. Desde su elección en mayo de 2012, el mandato de Hollande se ha caracterizado por una política económica errática (y una política exterior intervencionista). Con el mayor déficit por cuenta corriente de Europa, los segundos menores índices de crecimiento de los últimos 25 años (detrás está Italia), una deuda pública del 90% del PIB, y revisiones a la baja de su deuda, Francia se encuentra ante la necesidad de realizar reformas económicas.

Hollande respondió inicialmente con un programa de “rigueur”, centrado en la subida de impuestos como  alternativa al recorte en servicios sociales. La política económica no convenció ni a la izquierda ni a la derecha. Y su medida estrella –el aumento del IRPF al 75% para rentas de más de un millón de euros– tuvo que ser reformada tras tumbarla el Consejo Constitucional. El 31 de diciembre de 2013, en una mensaje televisado, el presidente anunció un cambio de rumbo. Criticando la ineficiencia y  dimensión (57% del PIB) del sector público francés, la excesiva presión fiscal (45% del PIB recaudado a través de impuestos), y la pérdida de competitividad frente a Alemania, el nuevo Hollande se perfila como más liberal –o, lo que es lo mismo en la Europa actual, más austero– que el que accedió a la presidencia hace dos años.

No es la primera vez que el Partido Socialista impone un cambio de rumbo en medio de un mandato. Eso mismo hizo François Mitterrand en 1983, abandonando el dirigismo económico por una política socio-liberal. El episodio actual, no obstante ejemplifica la famosa máxima de Marx: la historia ocurre dos veces, primero como tragedia y después como farsa. El gobierno de Mitterrand promovió un intento genuino de reflotar la economía francesa a través de programas de estímulo, y rectificó tras un fracaso sin paliativos. El de Hollande ha titubeado durante casi dos años, intentando cuadrar el círculo de la austeridad con rostro humano. Ha fracasado a la hora de formar un frente anti-austeridad, y ahora se pliega a la tendencia que dictan el Bundesbank y Berlín. Para ese viaje no hacían falta alforjas.

El viraje tiene consecuencias importantes. La adopción de las políticas de austeridad por parte del ejecutivo francés –el último gobierno socialdemócrata de peso en la Zona euro– condena la Unió Europea al monocultivo ideológico. “Si vives en el continente europeo y tienes un problema con la Ley de Say”, observa Wolfgang Münchau, “los únicos partidos que te representan pertenecen a la extrema derecha o la extrema izquierda.” Sin duda es así; y es la extrema derecha se esta beneficiando de la ausencia de alternativas. Precisamente en Francia, y con la popularidad de Hollande tocando mínimos históricos, las encuestas otorgan al Frente Nacional de Marine Le Pen una victoria en las elecciones al parlamento europeo, que tendrán lugar en mayo. El auge de Le Pen, y no los líos de faldas de Hollande, es lo que debería preocupar a la opinión pública, tanto dentro como fuera de Francia.

 

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