¿Camino haitiano para Nepal?

María Ruiz Guitera
 |  5 de mayo de 2015

Cinco años separan los terremotos de Haití y Nepal. El primero se llevó la vida de 316.000 personas, otras 350.000 quedaron heridas y más de 1,5 millones perdieron su hogar, siendo una de las peores catástrofes humanitarias de la historia. En el segundo, ya se han sobrepasado los 7.000 fallecidos y los 14.000 heridos, mientras los equipos de rescate continúan levantando escombros.

Son dos de los países más pobres y menos desarrollados del mundo, según advierte el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD). Actualmente, un 20% de la población haitiana se encuentra en la pobreza extrema; en Nepal, un 18,1%. Sus limitadas capacidades para lidiar con un desastre de esta envergadura, los elevados niveles de corrupción y la mala gestión política los hacen más propensos a sufrir una reconstrucción lenta y dependiente de ayudas exteriores.

 

¿Qué falló en Haití?

Una mala gestión de la emergencia humanitaria y de la posterior reconstrucción explica por qué un país que recibió miles de millones de dólares de ayuda sigue en estas condiciones. En los días siguientes al terremoto, las organizaciones allí instaladas (y las que fueron llegando) trabajaron sin descanso de cara a la emergencia, pero lo hacían de una manera muy independiente, muchas veces bajo la improvisación. Se produjo una superposición de esfuerzos por el caos humanitario. Aunque su ayuda fue determinante para superar la crisis posterremoto, una parte significativa resultó ineficaz. Por ejemplo, las miles de tiendas de campaña enviadas acabaron amontonadas en el aeropuerto a la espera de que alguien se encargase de distribuirlas. Pocas llegaron a manos de quienes las necesitaban.

Parece que el mundo se ha olvidado de Haití, que hoy se mantiene gracias a las organizaciones no gubernamentales. Es la república de las ONG

 

Uno de los principales errores fue la poca comunicación entre las organizaciones internacionales y las instituciones locales en la toma de decisiones. Muchos proyectos estaban planificados desde despachos en Europa o Estados Unidos. Se construyeron carreteras por donde no pasa nadie, y otras infraestructuras como el alcantarillado urbano no se percibieron como una necesidad primaria. En Puerto Príncipe se instalaron paneles solares en las farolas que ahora no funcionan, porque nadie les enseñó a mantenerlos. Muchos cooperantes no tenían ningún conocimiento de la lengua local, que no es el francés sino el creole. Las comunidades haitianas pasaron a un segundo plano en la gestión de la reconstrucción. En la actualidad, Haití aún carece de la infraestructura básica.

El país se ha vuelto dependiente de la cooperación internacional. Muchos haitianos creen que a su gobierno no le interesa recomponerlo para seguir beneficiándose de las inyecciones económicas y del servicio de las ONG. Ellos no quieren que la caridad sea la base de sus relaciones internacionales. Pero hay que recordar que las ayudas han disminuido. A pesar de las promesas de inversión, la comunidad internacional atiende con prioridad otras demandas urgentes. Esto ha bloqueado la reconstrucción, puesto que la ayuda se destinó a la emergencia y no a la recuperación a medio y largo plazo. Parece que el mundo se ha olvidado de Haití, que hoy se mantiene gracias a las organizaciones no gubernamentales. Es la república de las ONG.

AOD en dólares (BM)

Ayuda oficial neta para el desarrollo recibida en dólares. Fuente: Banco Mundial

 

La crisis haitiana se alarga

Haití sufre una profunda crisis desde aquel 12 de enero de 2010. A nivel económico, no logra la estabilidad necesaria para poder crecer, atraer inversión extranjera, crear empleo y reforzar distintos sectores, como el turístico. Ir a Brasil en busca de una vida mejor se ha convertido en el sueño haitiano.

Un desastre natural no es solo una crisis humanitaria. Es también un reto político que los gobiernos haitianos no han sabido manejar. Pasear hoy por Puerto Príncipe, epicentro del desastre, es hacerlo aún entre ruinas, escombros y viviendas improvisadas con lonas en pleno centro de la capital. No hay negocios reconstruidos, tampoco viviendas ni apenas infraestructuras públicas.

Cinco años después, Haití no es mucho mejor de lo que era antes. El actual presidente, Michel Martelly, disolvía en enero del 2015 el Parlamento, tras el fracaso de las negociaciones sobre la nueva ley electoral. Se convertía así en la única figura de gobierno, sin restricciones parlamentarias. Varias manifestaciones pedían su renuncia y exigían la convocatoria de elecciones. La policía haitiana y las fuerzas de la Misión de la ONU para la Estabilización en Haití (Minustah) dispersaban la marcha opositora, que dejaba un fallecido. Para capear esta crisis política, el primer ministro Laurent Lamothe renunciaba.

Pero los haitianos ya no confían. Tras numerosas promesas internacionales para ayudar en la construcción de mejores instituciones de gobierno, las elecciones municipales van con tres años de retraso. De hecho, ante la disolución del Parlamento, EE UU declaró su apoyo al presidente. El gobierno ha canalizado mal la ayuda internacional, que no se ha traducido en inversiones sociales. Y el pueblo no quiere la presencia de la Minustah, que consideran un aparato represor al servicio del presidente. La cuerda se está tensando y está cerca de romperse. La inestabilidad se aproxima al terreno de los golpes de Estado, o a una guerra civil si políticos y sociedad no resuelven sus diferencias. El pueblo haitiano es cada vez más activo, se mueve para paliar las deficiencias de su gobierno y promover acciones colectivas que les permitan soñar con un futuro esperanzador.

 

El camino que Nepal debe evitar

El terremoto de Haití provocó una avalancha de ayuda caótica que no fue coordinada. ¿Ha mejorado la respuesta a este tipo de crisis?

En estos desastres se necesitan decisiones rápidas y efectivas, para lo que resulta imprescindible la coordinación. Las organizaciones internacionales deben trabajar directamente con las autoridades nepalíes y con la población local. Ellos deben gestionar su propia recuperación, ya que conocen mejor sus necesidades. Las soluciones “de arriba abajo” no funcionan. No hay que reconstruir más, sino mejor.

La respuesta de la comunidad internacional en Nepal aclarará si se ha aprendido de los errores. Las lecciones, no obstante, son difíciles de aplicar cuando la información es escasa, las necesidades imprevisibles e inmediatas, y la coordinación se hace complicada. En un entorno donde se necesitan acciones rápidas, seguramente se volverán a cometer muchos errores del pasado.

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