Estamos ante el comienzo de una nueva y peligrosa escalada de violencia en Oriente Próximo tras la agresión sin precedentes de Israel en suelo iraní. En tan solo siete días, lo que empezó siendo una inesperada agresión unilateral contra objetivos militares y nucleares, se ha convertido en el principal foco de inestabilidad regional y global de consecuencias todavía incalculables. Estamos en el peor escenario de todos: sabemos cómo ha empezado, pero no cómo va a acabar.
Esta situación de incertidumbre genera terror y caos en las poblaciones afectadas, con un balance cada vez mayor de bajas humanas, daños materiales y de infraestructura civil y militar; un vecindario de por sí desgastado por las consecuencias desproporcionadas del 7 de octubre; unos mercados que se tambalean por el posible bloqueo iraní del Estrecho de Ormuz; y en la peor crisis del sistema multilateral, junto con la guerra en Ucrania y el genocidio en Gaza.
¿Qué busca realmente Netanyahu en esta nueva guerra? ¿Acabar con las capacidades nucleares de Irán, el fin de los Ayatolás, o un nuevo Oriente Medio a su medida? ¿Qué papel juega EEUU? ¿De no participar en la agresión a pedir a los habitantes de Teherán desalojar la ciudad y solicitar una rendición incondicional? ¿Dónde está la Unión Europea? He aquí cinco consideraciones para entender la crisis y sus consecuencias desde una perspectiva geopolítica, diplomática e histórica.
Primero. La agresión israelí en Irán no sólo ha logrado paralizar la última ronda de negociaciones para el programa nuclear iraní en Omán, impulsada por la administración del presidente Trump sino paralizarla para siempre. El objetivo final de Netanyahu es que Irán no disponga nunca de un programa nuclear, civil o militar. En su lógica, la única manera de conseguirlo es optando por la vía militar, a cualquier precio. Gaza es el precedente más cercano. Mientras Netanyahu bombardea Gaza y ahora Irán, el orden internacional basado en normas se sigue desplomando, sin que la Unión Europea o las grandes potencias tengan la capacidad de frenar estar atrocidades. No hay que desestimar la capacidad militar iraní que, aunque sea inferior a la norteamericana, está desafiando a la seguridad de Israel y a su hasta ahora impenetrable sistema de defensas aéreas, más conocido como Iron Dome. Atacar a Irán, una de las potencias mejor capacitadas a nivel regional, no es atacar a grupos armados paramilitares como Hezbollah o Hamás. Es mucho más complejo y peligroso. Netanyahu puede haber cometido un serio error de cálculo. No sólo pone en riesgo a Israel y su ciudadanía, sino que está a punto de arrastrar a Estados Unidos y al mundo a una guerra que a nadie interesa de consecuencias inestimables.
Segundo. Al ritmo que acontecen los bombardeos, Israel no sólo necesitará el apoyo incondicional de Estados Unidos, del que ya dispone, sino también convencer a la comunidad internacional y a los principales socios para justificar “la legitimidad de sus acciones”.
Por una parte, Trump prometió no involucrar a EE. UU. en otra guerra, y de acabar de un día a otro con los conflictos en Gaza y Ucrania, algo que de momento no ha conseguido. ¿Están realmente los EE.UU. dispuestos a unirse a la guerra junto a Israel o han cometido un error de cálculo al pensar que presionando Irán con violencia iban a obligarle a sentarse a negociar o rendirse incondicionalmente? Irán de momento no cede y seguirá respondiendo militarmente hasta que Israel pare sus acciones e incluso promete atacar intereses norteamericanos si éstos se unen a la guerra. Las consecuencias serían devastadoras para todas las partes: nadie gana, todos pierden.
Por otra parte, China y Rusia han condenado la agresión y no están por la labor de una escalada, al igual que los países del golfo, incluida Arabia Saudí, principal competidor de Irán. Desde Naciones Unidas, seis días después de que comenzara esta guerra, el director general del Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA) dijo que este organismo no disponía de pruebas “de un sistemático esfuerzo” por parte de Irán para conseguir la bomba atómica.
«Apostar solamente por la desescalada resulta insuficiente»
¿Y dónde está Europa? De momento, las conclusiones del G7 han sido muy claras señalando a Irán como principal precursor de inestabilidad y terror en la región, al derecho de Israel a defenderse y a reiterar el apoyo a la seguridad de Israel. Apostar solamente por la desescalada resulta insuficiente. Mientras la Unión Europea no pueda condenar la agresión israelí, que es una clara violación del derecho internacional, ni frenar el genocidio en Gaza, no podremos hablar de una política exterior sólida e independiente. Es contraria a los principios fundacionales de la Unión de valores. Esperemos que la UE no vuelva a cometer el error que cometió en Gaza, con divisiones internas que siguen permitiendo a la sociedad gazatí morir de hambre, por las bombas y disparados indiscriminadamente mientras se reparte la escasa ayuda humanitaria.
Tercero. Israel quiere un cambio de régimen. El llamamiento de Netanyahu a la sociedad iraní para un cambio de régimen en el país no deja de ser ingenuo. Por muchos opositores internos al régimen de los Ayatolás, darle la mano a Israel mientras bombardea objetivos que provocan bajas civiles, desplazamientos forzados y caos, no es realista. Netanyahu reconoció su apoyo a la transmisión de fondos a Hamás para acabar con la OLP (Organización para la Liberación de Palestina de Arafat) en su estrategia de divide y vencerás. El resultado de esta mala maniobra es bien conocida por todos: Hamás es responsable del mayor atentado en la historia de Israel el 7 de octubre 2023.
Para Israel, apoyar cambios de régimen no es algo nuevo, lo ha intentado con los opositores a la OLP y a Hezbollah en Líbano en más de una ocasión en los últimos 40 años, sin éxito, especialmente con las comunidades cristianas. Durante la guerra civil libanesa (1975-1990), la alianza entre Bachir Gemayel, presidente cristiano y líder de las Fuerzas Libanesas (el brazo armado del partido Kataeb/la Falange libanesa) y el primer ministro israelí Menachem Begin, con Ariel Sharon como ministro de defensa en 1982, llevó a la masacre de Sabra y Shatila que acabó con la vida de más de 2.500 palestinos y chiitas libaneses, algo que nadie olvida. Unirse temporalmente contra un enemigo común, no fue sostenible ni consiguió acabar con el régimen palestino de Arafat ni con Hezbollah. Es más, Israel invadió Líbano durante 22 años, algo que los libaneses de todas las creencias no perdonan a día de hoy, en especial tras la guerra en Beirut el pasado 2024. Israel ha fracasado rotundamente en sus intentos de cambio de régimen en la región y hacerlo ahora con los Ayatolás es aún menos probable.
Cuarto. A pesar de las incontestables victorias israelíes en las recientes batallas contra Hamás y Hezbollah, asestando golpes duros a sus estructuras internas durante el año pasado, Netanyahu no ha ganado todavía la guerra contra ellos. Hamás y Hezbollah siguen vivos, como partidos políticos y grupos armados. Atacando a Irán, Netanyahu peca de excesiva euforia en su narrativa de “victorias” contra el eje de la resistencia y los proxies de Irán como Hamás, Hezbollah, algunas milicias en Irak y Siria y los Hutíes en Yemen. Las ideologías no se erradican con bombas.
Israel tiene un largo historial de asesinatos de gran precisión que se han cobrado la vida de muchos líderes de estas organizaciones, entre otros al Jeque Yassin (Hamás); Ismael Haniyeh (Hamás); Yahya Sinwar (Hamás); Abbas Moussavi (co fundador de Hezbollah y antecesor de Nasrallah); Hassan Nasrallah (Hezbollah).
Además, desde 2010, Israel lleva asesinando a más de una decena de científicos del programa nuclear iraní. En mayo de 2023 murió en circunstancias sospechosas el presidente iraní Ebrahim Raisi y su ministro de exteriores Hussein Abdollahian en un accidente en helicóptero. Algunas fuentes hablan de que fue a manos de Israel en la primera fase de la explosión coordinada de los “buscas”.
La gran sofisticación en la planificación de estos asesinatos no acaba con el problema, sino que incitan más al odio y a la radicalización, y los líderes son reemplazables de inmediato. Esta misma lógica se aplicaría a un intento de asesinato al líder supremo iraní.
Quinto. La obsesión de Netanyahu de atacar a Irán no es algo nuevo: lleva más de treinta años abogando por ello. Lo escribió en su libro Fighting Terrorism, 1995; en 2003 fue uno de los fieles defensores de la guerra de Irak, acusando a Saddam Hussein de poseer armas de destrucción masiva y a Irán de estar a punto de conseguirlas, compareciendo ante el Congreso norteamericano instando a la invasión de ambos; en múltiples comparecencias ante la Asamblea General de la ONU, en la que en los últimos años presentó un nuevo mapa de Oriente Medio que quiere construir a medida.
Atacar a Irán en 2025 no es más que abrir un nuevo frente para Israel e incendiar la región, silenciando las muertes en Gaza y Ucrania, y garantizando su supervivencia política al servicio de radicales como Smotrich o Ben Gvir, unos días después de las históricas sanciones de aliados tradicionales de Israel contra estos miembros de su gabinete (Reino Unido, Canadá, Australia, Noruega, Nueva Zelanda).
Netanyahu no puede seguir observando la realidad desde una perspectiva electoral en clave nacional, mal calculada. Es cierto que aun teniendo a parte de la población en contra de su guerra en Gaza y el no retorno de los rehenes, la ciudadanía siempre le apoyará contra Irán. Esto le ha permitido hacer caso omiso a lo que el mundo piensa de sus atroces acciones contra la población civil gazatí, palestina y libanesa; ignorando y despreciando a las Naciones Unidas y a la Corte Penal Internacional. La estabilidad regional y mundial no puede depender de la estrategia radical y obsesiva de Netanyahu.
«La agresión militar israelí en Irán ha conseguido paralizar otro de sus objetivos: postergar la cumbre de Naciones Unidas para el reconocimiento de Palestina, propulsada por Arabia Saudi y Francia»
En sus 77 años de historia, Israel se ha enfrentado a muchas guerras y conflictos, siendo este momento el más complejo para su supervivencia, al igual que la de sus vecinos. Es momento de dejar la violencia y apostar por el diálogo y el reconocimiento del Estado palestino, que es la principal raíz de todos los grandes problemas de Oriente Medio.
Finalmente, cerrar la puerta a la diplomacia con una agresión militar, sólo deja una ventana abierta: la de la violencia. No hay que echar la mirada muy lejos para acordarse de las devastadoras consecuencias de la guerra de Irak aún presentes hoy en día, o la invasión de Afganistán, que acabó restableciendo el régimen de los mismos talibanes. No volvamos a cometer los mismos errores.