Colombia elige la paz

Política Exterior
 |  16 de junio de 2014

Juan Manuel Santos respira tranquilo. Las elecciones presidenciales, celebradas el 15 de junio, le han otorgado un segundo mandato al frente de Colombia. La victoria del centro-derecha supone, además, un aldabonazo al proceso de paz iniciado por Santos en noviembre de 2012 para poner fin al conflicto armado entre el ejército colombiano y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC).

El aldabonazo, a pesar de todo, es débil. En las elecciones más reñidas de los últimos 20 años, el presidente ha obtenido una victoria ajustada, con el 50,9% del voto. Más preocupante es la abstención, que alcanzó el 60% del electorado en la primera vuelta de las presidenciales, y el 53% en la segunda. El desencanto con partidos y políticos está en gran parte ligado a la impresión de que Bogotá es ajena a los problemas que afectan al resto del país. “Sin agua, sin carretera y sin educación, Barú no participa en la votación”, proclamaron los residentes de una isla del Caribe que se ha abstenido de participar tanto en las elecciones presidenciales como en las legislativas.

Paradójicamente, estas elecciones presentaban una disyuntiva crucial para la sociedad colombiana. Santos, que relevó a Álvaro Uribe en 2010, ha hecho de la paz con las FARC el núcleo duro de su proyecto político. Tras normalizar relaciones con Hugo Chávez e impulsar las negociaciones entre insurgencia y gobierno en La Habana, fue acusado por sus antiguos compañeros de traicionar al país. Incluso su mentor se volvió contra él: en las elecciones legislativas de marzo, Uribe se presentó al Senado (la Constitución le impide optar por un tercer mandato) con el fin de frenar el proceso de paz. En las presidenciales fue Óscar Iván Zuluaga, cercano al expresidente, quien se presentó para frenar las negociaciones. Uribe lanzó la lealtad institucional por la borda con tal de ganar, acusando a Santos de comprar votos y estar en connivencia con las FARC.

Por mucho que Uribe se empeñe, la caracterización de Santos como un vendido es falsa. El presidente es a las FARC lo que Richard Nixon fue a la China de Mao: un perfil político tan duro que puede permitirse el acercamiento. Santos se dio a conocer como ministro de Defensa de Uribe, en una época en que el Estado colombiano libraba una guerra sin cuartel contra la insurgencia. Aunque la prensa occidental frecuentemente presenta el conflicto como una operación contraterrorista, la guerra sucia librada por el gobierno pone en entredicho esta narrativa. Uribe continúa acusado de apoyar a las Autodefensas Unidas de Colombia, un grupo paramilitar especialmente sangriento, durante su etapa como gobernador de Antioquía. Colombia ha ostentado durante años el récord mundial en asesinatos de sindicalistas. El propio Santos ha sido investigado por su supuesta implicación en el escándalo de los falsos positivos: ejecuciones extrajudiciales de civiles, presentados a posteriori como guerrilleros.

Los analistas colombianos coinciden en que el presidente, a pesar de sus credenciales, no ha sabido vender la importancia del proceso de paz. El mensaje de Uribe ha calado entre gran parte de la sociedad colombiana, y la idea de que las FARC están aprovechándose del gobierno fue el leitmotiv de la campaña de Zuluaga. El “mensaje del miedo” le valió la victoria en la primera ronda de las presidenciales, con un 30% del voto frente al 25% de Santos. Pero no ha sido suficiente en la segunda. Presentada con una elección entre derecha razonable y derecha intransigente, gran parte del electorado de izquierdas se ha decantado por Santos.

Cincuenta años de guerra, 220.000 muertos y 5,5 millones de desplazados han supuesto una hemorragia de recursos y vidas para Colombia. Se calcula que el país crecería un 1% del PIB más cada años si pusiese fin al conflicto. Con la economía creciendo a buen ritmo –acaba de desbancar a la argentina como tercera mayor de América Latina–, un proceso de paz exitoso permitiría a Colombia desarrollar su potencial al máximo. Por encima de todo, y aunque obligue al Estado a realizar concesiones, la paz abriría las puertas a la reconciliación. Para obtenerla Santos deberá emplearse a fondo, y convencer de la importancia del proceso a una sociedad desencantada con sus representantes.

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