Golpe de gracia a la reforma migratoria en EE UU

 |  17 de junio de 2014

La caída de Eric Cantor es un test de Rorschach. El líder de la mayoría republicana en el Congreso de Estados Unidos ha sido derrotado por un candidato a su derecha durante las primarias de su distrito, en un drama político que contiene un sinfín de interpretaciones. La victoria inesperada de David Brat es vista como un varapalo para el periodismo de datos, popularizado por analistas como Nate Silver. Peter Beinart destaca la crisis de autoridad en el Partido Republicano y la debilidad de John Boehner, presidente del Congreso. Muchos comentaristas enfatizan la resurgencia del Tea Party, ala extremista del partido, que hace tan solo un mes parecía abocada a la extinción. También es frecuente observar que la derechización de la oposición facilita una victoria electoral de Hillary Clinton, quien con toda probabilidad será la candidata del Partido Demócrata en 2016.

La consecuencia inmediata de la marcha de Cantor, y también la más importante, es el colapso de una posible reforma de las leyes de inmigración. En las páginas de Política Exterior, Demetrios G. Papademetriou señala que EE UU recibe más inmigrantes que los siguientes cuatro mayores receptores del mundo juntos. En el país viven casi 42 millones de extranjeros, 12 de ellos de forma ilegal. Con las elecciones legislativas acercándose y la comunidad latina frustrada por la falta de progreso en la regularización de sin papeles, esta iniciativa se ha convertido en el punto candente de la agenda doméstica de Barack Obama.

Cantor ni siquiera era partidario de la reforma. Aunque Brat ganó acusando a su adversario de moderado, el líder de la mayoría siempre destacó por su oposición empecinada a Obama. Fue Cantor quien se encargó de que su partido votase en contra del plan de estímulo económico de 2009, en un momento en que la economía americana amenazaba con despeñarse. En lo que respecta a la reforma migratoria, su apoyo se limitaba a regularizar la situación de hijos de inmigrantes nacidos en EE UU. Cuando miembros de su partido adelantaban propuestas menos conservadoras –como, por ejemplo, abrir una vía para la obtención de la ciudadanía entre los ilegales–, Cantor les cortaba las alas. Esta postura, al parecer, no era lo suficientemente reaccionaria. Como apunta el humorista John Stewart, acusar a Cantor de progresista sólo hubiese tenido sentido en plena Edad Media.

Su derrota, sin embargo, impedirá la colaboración de otros republicanos en materia de inmigración. No es que esto sorprenda: la oposición, al fin y al cabo, ya cumple cuatro años de obstruccionismo sin concesiones. Y como señala Jonathan Chait, Obama ya ha dado respuesta a los puntos principales de su agenda. La recuperación económica, las reformas en los sectores de educación y sanidad, y la lucha contra el cambio climático eran las prioridades del presidente en 2009. En todos estos frentes, Obama ha propuesto –y, en la mayoría de los casos, aprobado– legislación de corte progresista.

El problema es que la inmigración continúa siendo un agujero negro en la presidencia de Obama. En abril, el presidente batió un récord histórico en deportaciones de sin papeles: dos millones desde su toma de posesión en 2009. Detrás de estas cifras hay historias dolorosas. Uno de cada cuatro deportados es padre o madre de niños que ya son ciudadanos americanos. Ante la gravedad de la situación, Janet Murguía, presidenta del Consejo Nacional de la Raza, calificó a Obama de “deportador en jefe”. La Raza es el principal grupo de presión hispano en el país, y hasta ahora había apoyado al presidente.

Paradójicamente, son los republicanos quienes tienen más papeletas para salir mal parados. En 2043 los blancos dejarán de constituir la mayoría de la población estadounidense, pero el partido permanece anquilosado en una retórica orientada exclusivamente al votante blanco (y masculino). Sin Cantor, que era el únioco judío republicano en el Congreso, la oposición no tienen un solo congresista que no sea cristiano. Si esperan acercarse al votante hispano, los republicanos tendrán que renovar su discurso. Obama, por su parte, necesitará honrar su compromiso con la comunidad hispana.

 

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