Contra el cambio climático: el largo plazo puede esperar

 |  13 de diciembre de 2011

 

Por Pablo Colomer.

La revista Time la ha seleccionado como una de las diez historias que han despertado menos interés del debido en 2011. La protagoniza Richard Muller, físico contratado por la fundación Charles G. Koch para desmontar, de una vez por todas, “el fraude del cambio climático”. Muller, de la Universidad de Berkeley (California), lideró las investigaciones financiadas por la familia Koch y publicó un artículo en The Wall Street Journal cuyo título no deja lugar a dudas. “The Case Against Global-Warming Skepticism: There were good reasons for doubt, untill now”.

En ese artículo Muller reconocía, tras haber estudiado los datos, que había estado equivocado. “El cambio climático es real”, escribía. Eso sí, conocer la parte del calentamiento debida a la acción del hombre y sus posibles efectos queda para futuros estudios, según el físico estadounidense.

Mientras los últimos escépticos en el campo científico –que no el empresarial– se rinden ante la evidencia, el arquetipo de los problemas a largo plazo, “el problema de acción colectiva más complejo en la historia de la humanidad”, en palabras de Martin Wolf (Financial Times), sigue sin ser atacado con decisión por los líderes políticos. Unos por falta de convicción en que la acción del hombre sea causa del calentamiento global; otros, porque no quieren gastar dinero en una amenaza distante, menos aún en tiempos de crisis; y unos terceros porque ven que sus colegas no están dispuestos a colaborar. Las excusas proliferan, mientras las emisiones aumentan más rápido que nunca.

Desde la firma del protocolo de Kioto en 1997, las emisiones globales de gases de efecto invernadero han aumentado un 49%, principalmente en los países en desarrollo. En la actualidad, esos países son responsables del 58% del total de emisiones; China en solitario, del 23%, seguido de Estados Unidos con el 20%. Las emisiones de la Unión Europea alcanzan el 14% del total, seguida de lejos por Rusia, India y Japón.

Como reconoce The Economist en “The sad road from Kyoto to Durban”, muchos asumen, entre ellos el veterano semanario, que cumplir el objetivo fijado por el Panel Intergubernamental de Expertos Sobre el Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés) de evitar que la temperatura global ascienda más de dos grados centígrados en 2050 no es ni posible ni plausible. Tocaría entonces adaptarse a un mundo mucho más cálido, admite The Economist, dado el “colosal fracaso” de Kioto y los sucesivos de Copenhague, Cancún y ahora Durban.

Negociado en 1997, el protocolo de Kioto exige a los países desarrollados reducir sus emisiones al menos en un 5% en el periodo 2008-2012 respecto a los niveles de 1990. Estados Unidos –entonces primer emisor mundial, ahora superado por China, aunque sigue en cabeza en cuanto a emisiones per cápita– rechazó ratificar el tratado. Fuera de estas exigencias quedaban los países en desarrollo.

En Durban todos los países se han comprometido a “lanzar un proceso para desarrollar un protocolo, otro instrumento legal o un resultado acordado con fuerza legal bajo la convención aplicable a todas las partes”. Dicho acuerdo debería estar listo para 215 y entraría en vigor en 2020, según la hoja de ruta trazada en Suráfrica.

La resolución del arquetipo de los problemas a largo plazo, el calentamiento del planeta, queda una vez más aplazada. Y una pregunta surge: el largo plazo, ¿queda más lejos o más cerca? La cita de 2012, el año que expira Kioto, se celebra en Catar. Como recuerda este editorial de La Vanguardia, nunca ha habido unanimidad en las 17 cumbres celebradas por las Naciones Unidas sobre el cambio climático. “El hecho de que Estados Unidos, China e India no se hayan bajado del tren en Durban es una señal que permite abrigar la esperanza de que no todo está perdido, como parecía que iba a ocurrir –afirma el editorial–. Sólo queda esperar que las distancias entre bloques de países se vayan reduciendo hasta que el acuerdo tenga opciones de eficacia”.

La Unión Europea sigue siendo el motor de la lucha contra el calentamiento global. La UE ha decidido prorrogar el protocolo de Kioto hasta 2017 o 2020. A esa prórroga se podrían sumar Suiza, Noruega, Nueva Zelanda y Australia. No la han aceptado Rusia, Canadá y Japón.

Más allá de Kioto, el meollo de la cuestión está en la naturaleza del posible acuerdo a firmar en 2015. A la espera de que lleguen decisiones de calado, lo importante parece ser que no se rompe la baraja; así, el juego de las negociaciones prosigue. “Todos los países disponen ahora de un plazo aceptable para asumir que en el mundo del siglo XXI no hay perversos contaminadores frente a países en desarrollo que quieren tener las mismas opciones de que dispusieron los ricos”, afirma este editorial de El País, titulado “Ganando tiempo”.

El “mañana, mañana lo pensaré” de Escarlata O’Hara continúa. ¿Arderá Atlanta?

 

Para más información:

Política Exterior publicó a principios de 2011 un monográfico titulado “Cambio Climático, Comercio de Emisiones y otros desafíos del siglo XXI”. Además de artículos de científicos, empresarios, activistas y políticos relacionados con la materia, el monográfico ofrece un glosario, mapas, gráficos y tablas para entender mejor este desafío global.

 

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