Del laicismo de Juárez a la laicidad de Francisco

Juan Mario Solís Delgadillo
 |  23 de febrero de 2016

La visita del Papa Francisco a México ha atraído la atención de la sociedad mexicana, así como también de la prensa y los estudiosos de la política internacional. Los motivos no eran ni pocos ni menores: Francisco viajaba a un país fuertemente golpeado por la delincuencia organizada, el drama del tránsito de migrantes hacia Estados Unidos y el creciente fenómeno de las desapariciones forzadas. Pero, además, visitaba un país históricamente señalado por su corrupción y su anticlericalismo estatal contrapuesto al mayoritario fervor católico de sus habitantes.

El viaje de Su Santidad se ha enmarcado también en un momento de turbulencias en el seno de la iglesia que él encabeza, y que para el caso de México presenta sus mayores desafíos en el asunto de la pederastia clerical, las divisiones en el episcopado mexicano y la sangría de fieles hacia otras confesiones religiosas. En suma, Francisco era muy consciente de que su viaje a México no sería un desfile triunfal como esos que tuviera en otro tiempo Juan Pablo II. Un buen reflejo de esto fue el inexplicable Zócalo del Distrito Federal a medio llenar o los tramos con escasas personas que salieron al paso del convoy del Papa Francisco.

 

Catolicismo en América Latina

Pew Research Center
 

Pese al brillante desempeño que demostró Francisco en todas y cada una de las actividades previstas en su frenética agenda por tierras mexicanas, la visita no dejó de resultar difícil. Los seis días de Francisco en el país, incluso sus horas previas, estuvieron marcados por gestos y signos frente a los que vale la pena detenerse a analizar.

 

El encuentro con el Patriarca Kirill

En una demostración de su poder conciliador, pero sobre todo de su discreta habilidad diplomática, Francisco sorprendió a todos cuando confirmó su encuentro con el Patriarca de la Iglesia Ortodoxa Rusa en los prolegómenos de su viaje a México. El histórico encuentro que disolvió cerca de 1.000 años de distanciamiento entre la Iglesia de Roma y de Moscú ha sido sin duda la nota política más importante del viaje de Francisco por sus significado, alcance e implicaciones que conlleva para el equilibrio geopolítico de Oriente Próximo y los Urales. Este encuentro hubiese sido imposible sin la intervención del presidente de Cuba, Raúl Castro, quien de esta manera le ha devuelto un favor al Papa tras la mediación del pontífice en el también histórico restablecimiento de relaciones entre Cuba y EE UU.

 

El Papa Francisco y el Patriarca Kirill

El Nuevo Herald

 

Un Papa en Palacio Nacional

La presencia de Francisco en el Palacio Nacional –corazón del sistema político mexicano– puso fin a más de 150 años de “guerra fría” entre el Estado mexicano y la Iglesia Católica. El gesto, facilitado por el presidente Enrique Peña Nieto (heredero del priísmo revolucionario), sepultó el laicismo de Juárez y solidificó la laicidad del Estado mexicano moderno, que es garantista de las libertades religiosas sin renunciar a la esencia laica del poder político.

En Palacio, en el mismo lugar donde se encuentra la estatua de Juárez que apunta hacia la catedral metropolitana, Francisco pasó revista a los asuntos que en su agenda política son importantes para su relación con México; destacando el papel de los jóvenes y enfatizando su preocupación por cuestiones tan espinosas como el narcotráfico, la migración y la corrupción. Esto último resultó particularmente significativo venido de un pontífice que se dirigía hacia una clase política históricamente poco permeable a la intromisión en asuntos internos.

 

 

Tres gestos resumen la importancia de esta recepción histórica: un presidente de México recibiendo a un huésped en la puerta de honor de palacio; un pontífice que contempla los murales de Diego Rivera; y un jefe del Estado Vaticano consciente de su papel y la importancia de los símbolos, por lo que evitó repartir bendiciones en ese epicentro político.

 

Un pastor entre príncipes

La alocución de Francisco en la catedral de la Ciudad de México fue poco menos que una reprimenda. Fue el Papa en estado puro. Pero, sobre todo, mostró al líder que sabe cambiar de pista sin perder su esencia y su autoridad. Ante un cuerpo episcopal enconado y dividido, Francisco habló a la cara, como los hombres, como dijera en su discurso. Y aunque haya sectores que echaron en falta el abordaje explícito de cuestiones tan graves y delicadas como la pederastia, no menos importante ha resultado que Francisco haya sido claro y tajante con el estilo de vida y las influencias que muchos de sus obispos ostentan, llevándolos a parecer más príncipes que pastores de una grey diezmada y con muchos y muy variados problemas.

 

 

 

Una congregación con su pastor y un país tras sus pasos

El peregrinar del Papa por México ha sido muy intenso. En poco menos de una semana, este hombre de 79 años cruzó la inmensa geografía del país de frontera a frontera, y entabló encuentros con sectores muy diversos con los que existe una prioridad de atención tanto para el pontífice como para la iglesia mexicana misma. De esta manera, los encuentros con indígenas, enfermos, familias, jóvenes, religiosos, presos o migrantes han sido en sí mismos momentos de reflexión, autocrítica y catarsis para una feligresía en busca de un mensaje, y de un país donde creyentes y no creyentes siguieron los pasos de este peregrino a través de los medios de comunicación. Los datos de audiencia son bastante ilustrativos del impacto y la importancia que los mexicanos en general han otorgado a la visita del Papa.

Tanto para el Vaticano como para el Estado mexicano el viaje de Francisco ha sido un éxito. Para el primero porque ha servido para cerrar un proceso sinuoso de enfriamiento e intolerancia entre las partes, aún a pesar del restablecimiento de las relaciones diplomáticas en 1993. Para el Estado mexicano, y en concreto para el gobierno de Peña Nieto, ha sido una oportunidad inmejorable para exhibir la apertura política de México y el respeto a las creencias religiosas y la libertad de expresión. Muestra de esto último ha sido la cantidad de comentarios y opiniones a favor y en contra de la visita del Papa en los medios de comunicación y las redes sociales.

La omisión de asuntos como la pederastia o la imposibilidad de reunirse con los familiares de personas desaparecidas, principalmente de los 43 estudiantes de Iguala, han sido los puntos flacos de la agenda de Francisco en México. Cabe pensar que el abordaje de estos asuntos hubiera arrojado más sombras que luces a la visita papal. En el primer caso, por la hostilidad del sector más conservador de la curia mexicana. En el segundo, porque aceptar la reunión con los padres de los normalistas desaparecidos hubiera parecido una diferenciación entre víctimas de primera y segunda categoría, tal y como pretenden algunos padres y asesores del grupo Ayotzinapa. El Papa y su equipo de colaboradores han evitado ser rehenes del oportunismo político que muchos anhelaron y nadie consiguió.

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