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Anuncio para promover la política del 'hijo único' en China, de los años noventa. VALERIE WINCKLER/GETTY

Demografía: la bomba de relojería que amenaza las ambiciones de China

China registró en 2020 la cifra más baja de nacimientos de las últimas seis décadas. Una caída de la natalidad por cuarto año consecutivo que, unida al envejecimiento de la población, sitúa a Pekín ante una crisis demográfica que amenaza sus ambiciones de convertirse en superpotencia mundial.
Isidre Ambrós
 |  19 de mayo de 2021

China envejecerá antes de hacerse rica”, es un comentario que no es inusual escuchar en las conferencias sobre el país asiático. Ahora, sin embargo, la afirmación parece haber ganado credibilidad, después de que se diesen a conocer los datos del censo de población correspondiente a la década 2010-2020 por parte de la Oficina Nacional de Estadísticas. Las conclusiones resultan inquietantes para el gobierno chino, que ve amenazados sus sueños de construir una superpotencia mundial y de influir de forma decisiva en la marcha del planeta.

Los líderes comunistas esperaban con ansiedad estos resultados para ultimar sus planes económicos y sociales, tras una década marcada por un fuerte ritmo de desarrollo y modernización tecnológica que ha convertido al país en la segunda potencia mundial. Las cifras anuncian, sin embargo, que se les viene encima un grave problema demográfico: la población envejece rápidamente y el número de nacimientos disminuye año tras año.

 

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Fuente: The Economist

 

Los números del estudio concluido a finales de 2020 son contundentes. Según los datos recogidos, ese año solo nacieron 12 millones de bebés, la cifra más baja desde 1961 y casi un 15% menos que en 2019, lo que consolida el declive de la tasa de natalidad por cuarto año consecutivo. En paralelo, los mayores de 60 años han pasado a representar casi el 19% de la población, frente al 13% en 2010, y los chinos en edad de trabajar suman el 63% de los 1.412 millones de habitantes del país, cuando hace una década suponían el 70%. La tendencia confirma que en China la población en edad de trabajar se ha reducido en 3,4 millones de personas por año durante la última década.

Este rápido envejecimiento, el más veloz del planeta, amenaza con convertir a China en un país de ancianos, al igual que sus vecinos Japón y Corea del Sur, y enterrar el sueño de su presidente, Xi Jinping. Un líder que aspira a ser más venerado que Mao y que ha prometido a los chinos darles una prosperidad económica desconocida hasta ahora y devolverles el orgullo de pertenecer a una superpotencia.

 

«En China, la población en edad de trabajar se ha reducido en 3,4 millones de personas por año durante la última década»

 

El sueño de su líder puede convertirse sin embargo en una pesadilla para los dirigentes chinos, dada la complejidad del desafío que afrontan: invertir la tendencia. Hasta ahora, China ha basado su éxito en una abundante mano de obra joven, dispuesta a trabajar duro y con unos salarios bajos, que han impulsado el crecimiento económico. Pero ahora este panorama ha cambiado y el país afronta una escasez laboral que impactará de forma negativa en su evolución. Según los economistas locales, drenará el potencial de crecimiento de la economía y provocará una mayor presión sobre las finanzas públicas, ya que sus aportaciones fiscales resultarán insuficientes para sostener el gasto de las pensiones y la seguridad social. En definitiva, un horizonte sombrío si no se adoptan reformas importantes.

El desafío para el Partido Comunista Chino es enorme. Obliga sus dirigentes a enfrentarse a las consecuencias de una política de planificación familiar diseñada hace más de 40 años y a asumir las transformaciones derivadas de un rápido y sostenido proceso de urbanización que ha cambiado las costumbres de la sociedad china. En estos cambios, la política del hijo único, vigente entre 1980 y 2015, ha jugado un papel determinante y explica la poca disposición de muchas jóvenes parejas a tener un segundo hijo. Crecieron sin hermanos y no ven la necesidad de tener más de un descendiente.

A esta realidad se suma la influencia de los efectos sociales de la globalización. Las jóvenes chinas, sobre todo las nacidas después de 1990, apuestan por anteponer su independencia y sus carreras profesionales a formar una familia, a pesar de la presión para dar un nieto a sus padres. A lo que se añade su inquietud al ver cómo el coste de la vida crece más rápidamente que sus salarios y les dificulta llegar a final de mes. Un factor más que también las disuade de tener hijos. Y es que si una familia china tenía que dedicar 50.000 euros a criar a un hijo en 2005, ahora la cifra se ha quintuplicado y alcanza los 250.000 euros, según la prensa local. Una cantidad inalcanzable para muchas parejas jóvenes.

 

«Si una familia china tenía que dedicar 50.000 euros a criar a un hijo en 2005, ahora esta cifra se ha quintuplicado y alcanza los 250.000 euros»

 

Para superar este panorama sombrío, al gobierno chino no le queda otra opción que cambiar de rumbo. El primer ministro, Li Keqiang, ya avanzó en marzo, durante su discurso ante la Asamblea Nacional, la puesta en marcha de una estrategia para enfrentar el envejecimiento de la población y la disminución de la mano de obra. En su intervención dio a entender que Pekín podría eliminar los controles a los nacimientos, lo que permitiría a las familias tener más de dos hijos, el máximo tolerado tras la reforma de 2016, y promover ayudas para criarlos, con el consiguiente coste para las arcas estatales.

En esa intervención, Li también adelantó la voluntad de Pekín de retrasar la edad de jubilación, que ahora está fijada en los 60 años para los hombres y en 55 para las mujeres. Una reforma que el mandatario consideró inaplazable, a pesar del rechazo social que provoca. La medida es necesaria para reequilibrar las finanzas públicas y asegurar la financiación de las pensiones y la seguridad social.

El gobierno chino teme, sin embargo, que estas iniciativas no sean suficientes. Sabe que en los próximos lustros deberá compaginar el reto de mantener un fuerte crecimiento económico y una alta competitividad internacional con la disminución de su fuerza laboral. Una ecuación de compleja resolución que podría impulsar al régimen comunista a permitir la entrada de mano de obra extranjera, asunto prácticamente tabú hasta ahora en el gigante asiático.

Habrá que esperar y ver, pero no hay soluciones fáciles para desactivar la bomba de relojería demográfica que amenaza China.

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