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El declive demográfico y la economía de la longevidad

La tendencia global, salvo en el caso de África, es contar con tasas de natalidad muy lejos de la de sustitución. Este escenario plantea problemas muy conocidos como la sostenibilidad de los sistemas de pensiones. Algunas posibles soluciones a esta situación vienen de campos como la inteligencia artificial.
Luis Esteban G. Manrique
 |  6 de febrero de 2023

En 1927, en un discurso en la romana piazza Venezia, Benito Mussolini advirtió de que si el crecimiento demográfico –“destino de la raza”– se detenía, Italia no sería un imperio, sino una “mera colonia”. Desde 1922, su régimen se esmeró en elevar la tasa de natalidad para llegar a los 60 millones en 1950, frente a los 40 millones de entonces, insuficientes según el Duce para reconstruir el antiguo imperio romano. Su obsesión por solucionar el que llamaba “el problema de los problemas” nacionales hizo que las italianas, por primera vez, tuvieran un permiso de maternidad. El ignominioso fin de Mussolini y del fascismo desacreditaron sus políticas públicas para fomentar lanatalidad, lo que explica, entre otros factores, que Italia tenga hoy una media de edad cuatro años mayor que la del conjunto de la Unión Europea.

Con 1,3 hijos por mujer en edad fértil –una tasa de natalidad muy lejos de la de sustitución (2,1)–, el italiano es un caso paradigmático de una tendencia global de la que solo escapa, por ahora, África, que en 2050 tendrá 2.500 millones de habitantes y 4.000 millones en 2100, según proyecciones de la ONU. En 2019, uno de cada siete seres humanos vivía al sur del Sáhara. En 2030 serán uno de cada seis. Y en 2100 será uno de cada tres. Aunque solo se moviera una fracción –de forma voluntaria o no–, sería una de las grandes transformaciones del siglo XXI.

Años antes de llegar al palacio Chigi, Giorgia Meloni decía creer en la “gran sustitución”, una teoría conspirativa sobre un supuesto plan para reemplazar a las poblaciones europeas originales por pueblos de otras religiones y color de piel. Según Meloni, si la tendencia no se revierte, Italia “desaparecerá”. El problema es que los países ricos pueden producir o comprar casi todo, menos gente.

Italia es un caso extremo, pero no muy distinto a los de otros países desarrollados. Los intentos de Emmanuel Macron para elevar la edad de jubilación de los 62 a los 64 años se han estrellado con un muro: el 68% de los franceses se opone esta reforma que busca reducir el 14% del PIB que se va en pensiones. Si no se reforma el sistema, advierte Macron, el déficit rondará los 150.000 millones de euros en la próxima década. Su gobierno ha descartado, sin embargo, un impuesto a grandes fortunas como la de Bernard Arnault, propietario de la LVMH, que en 2022 pagó al fisco 4.500 millones de euros en impuestos.

Ese argumento, sin embargo, no convence a Oxfam, que sostiene que si se grava con un 2% adicional a los más ricos, se recaudarían los 12.000 millones de euros que se necesitan para cubrir el déficit del sistema previsional.

 

La nueva normalidad

En 1898, Knut Wicksell, uno de los economistas precursores del keynesianismo, escribió que la economía debía comenzar siempre por el estudio de la demografía porque sus cifras servían de marco para todos los demás asuntos.

Entre 1950 y 2022, la población mundial pasó de 2.500 a 8.000 millones, ente otras cosas por los avances de la medicina, la revolución verde y el menor número de guerras y hambrunas. Casi al mismo tiempo, entre 1960 y 2020, la tasa de natalidad global cayó de 5,0 a 2,3. En 1960 la expectativa de vida media era de 51 años. En 2019, 73.

En 2022, el Gerontology Research Group contabilizó unas 593.000 personas centenarias en todo el mundo. En 2050 serán 3,7 millones. En The New York Times, Wang Feng sostiene que los efectos serán sobre todo benéficos, entre ellos una menor huella ecológica.

 

«Según Dubravka Suica, comisaria europea para asuntos de Democracia y Demografía, la transición demográfica es tan –o más– importante que la verde o la digital»

 

Con una tasa de natalidad de 1,6, la edad media de los europeos es hoy de 43 años, cuatro años más que la de América del Norte. En la OCDE, la edad media mínima de jubilación es 62,5 años. En EEUU es 67.

Según Dubravka Suica, comisaria europea para asuntos de Democracia y Demografía, un puesto creado en 2019, la transición demográfica es tan –o más– importante que la verde o la digital. La Comisión prevé que en 2070 la ratio entre la población activa entre 20 y 64 años y la mayor de 65 caerá a menos de dos a uno frente al tres a uno actual. Alemania (1,6) ha podido evitar los peores escenarios por la inmigración, primero de los Balcanes y luego de Siria y Ucrania. La gran ventaja alemana es su denso tejido industrial y su necesidad de mano de obra cualificada. Según un estudio de McKinsey de 2016, los migrantes representan solo el 3,4% de la población mundial, pero generan casi el 10% del PIB.

En EEUU, un 60% apoya la inmigración de personas cualificadas o con educación superior. No es extraño. Gracias a su capacidad para atraer talento, desde 1980 su economía solo ha estado en recesión el 10% del tiempo, frente al 20% entre 1945 y 1980 y más del 40% entre 1870 y 1945. Entre 2000 y 2019 su economía creció un 46%. La japonesa –que casi no recibe inmigrantes fuera de nikkeis, descendientes de japoneses, brasileños y peruanos en su mayor parte– solo el 26%.

Incluso después de anexar Crimea, Rusia (1,3) no ha podido evitar la despoblación: hoy tiene menos habitantes que en 1991. En 2010, el general Vladímir Shamanov, por entonces comandante de la fuerza aérea, dijo que la baja natalidad era un “gran peligro” que el país no podía permitirse ignorar, un problema que Vladimir Putin quizá quiso solucionar invadiendo y anexando Ucrania.

La relación entre las tendencias demográficas y las económicas es más compleja de lo que las estadísticas sugieren. Muchas veces la xenofobia tiene poco que ver con la racionalidad económica y sí mucho con el temor a lo desconocido, a pulsiones etnocéntricas o al convencimiento de que los venidos de fuera quitan trabajo y deprimen salarios.

Colombia, en cambio, ha concedido permisos de residencia de 10 años, acceso a servicios de salud y educación y al mercado laboral a los casi 1,7 millones de venezolanos que ha acogido desde 2014. Y lo ha hecho pese a que tiene menos de dos camas de hospital por cada 1.000 personas, frente a las 6,4 de Polonia, que ha recibido a casi la mitad de los 5,3 millones de refugiados ucranianos, la mayor parte mujeres y niños.

En Asia, Hong Kong, Singapur, Corea del Sur y Taiwán están solo apenas por encima del 1,0. La tasa surcoreana es de 0,81. En 2022, China, durante siglos el país más poblado del mundo, registró su primer descenso poblacional en 60 años.

La tasa de natalidad china es de 1,2, frente al 5,8 de 1970 y 2,7 en 1978. Si no revierte la tendencia, la ONU estima que en 2100 tendrá la mitad de su población actual. En 1978, la edad media era de 21,5 años. En 2021, 38,4. El gigante asiático duplicó su población entre 1949 y 1979, de 540 a 969 millones, pero si sigue la estela de Japón y Corea del Sur, en 2050 su edad media será de 50 años.

En 2022, Japón (1,37) rompió su récord de bajos nacimientos, con solo 811.622 niños. Un sondeo de 2021 encontró que más de la mitad de las parejas no tenía más hijos por falta de dinero. Y nada de lo que les puedan ofrecer los gobiernos los convence de lo contrario.

 

La fuente de la juventud

Al final, la solución más viable para la sostenibilidad de los sistemas previsionales es extender la vida laboral de los aportantes. En ese campo, lo más importante no es añadir años a la vida sino vida a los años para que sean provechosos, lo que depende, a su vez, de avances en la medicina.

Según Jay Olshansky, profesor de salud pública de la Universidad de Illinois, el principal factor de la longevidad es azaroso: la lotería genética. Por lo general, recuerda, los hijos de padres longevos también lo son. Según datos estadísticos del National Institute on Aging (NIA) de EEUU, los hijos de progenitores centenarios viven una media de 10 años más que el resto de los miembros de su generación. Las actuales investigaciones científicas se centran, por ello, en identificar los genes que determinan la longevidad. Algunas de las más recientes han descubierto que se puede revertir el reloj biológico de las células para que gasten más energía en mantenerse vivas y no en dividirse (mitosis) para formar otras nuevas.

 

«Luigi Ferrucci, director del NIA, planea usar la inteligencia artificial para identificar los genes de la longevidad y desarrollar fármacos a partir de ellos»

 

Luigi Ferrucci, director del NIA, planea usar la inteligencia artificial para identificar los genes de la longevidad y desarrollar fármacos a partir de ellos. Su impacto, dice, puede ser similar al que tuvieron en su día los antibióticos y las vacunas. Nir Barzilai, director del Institute for Aging Research en Nueva York, espera probar pronto en EEUU la metformina, un fármaco genérico contra la diabetes que puede alargar la vida y retrasar o prevenir infartos cardiacos, el cáncer y la demencia. Si los reguladores aprueban su uso, Barzilai cree que las grandes farmacéuticas y biotecnológicas se interesarán en sus potenciales aplicaciones terapéuticas.

Los gobiernos suelen priorizar tratamientos de patologías y enfermedades ya existentes y no el desarrollo de medicamentos preventivos. Según Financial Times, ese vacío lo están llenando magnates del Big-Tech como Jeff Bezos, el israelí Yuri Milner y, a través de Alphabet, los fundadores de Google, Larry Page y Sergey Brin.

Alphabet, que vale en bolsa 1,2 billones de dólares, y la farmacéutica AbbVie, 292.000 millones, van a invertir 3.500 millones de dólares en I+D de longevidad. Christopher Wareham, profesor de bioética de la Universidad de Utrecht, advierte que el problema es que esas drogas y tratamientos puedan terminar siendo accesibles solo a las élites, incluidos dictadores y autócratas, exacerbando las múltiples desigualdades –en salud, dinero, poder…– ya existentes.

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