El desgaste de otra batalla perdida, de momento

Jaime de Ojeda
 |  29 de marzo de 2017

Durante los últimos siete años el empeño constante y casi único de la oposición republicana en el Congreso de Estados Unidos ha sido la abolición de la ley del “tratamiento médico asequible y protección del paciente”, que tildaron de Obamacare, y que es simplemente el programa que los mismos republicanos concibieron para oponerse al seguro médico nacional que quiso introducir Hillary Clinton hace años, durante el mandato presidencial de su marido. Es el mismo programa que el republicano Mitt Romney introdujo con singular éxito en Massachusetts durante su gobierno: un seguro universal que sería regulado por el gobierno pero implementado por actuarios privados, un sistema similar el que rige en Suiza y Holanda. Para conseguir el apoyo de los republicanos, Barack Obama se resignó a asumir ese mismo sistema, en vez del seguro nacional que han estado proponiendo los demócratas desde 1947. Obama logró imponerlo gracias a la mayoría demócrata del Congreso en 2010, pero sin conseguir ni un voto de los republicanos que, inexplicablemente, se han opuesto sin compromiso ni tregua desde entonces.

La Cámara de Representantes votó 60 veces su abolición sabiendo que los demócratas en el Senado la impedirían, y sus recursos antes numerosos tribunales federales y, en último término, el Tribunal Supremo, no lograron más que debilitar su implementación. Ahora, sin embargo, cuando los republicanos han ganado en las últimas elecciones todos los órganos del gobierno, se ha puesto en evidencia que –para seguir un dicho anglosajón– estaban espoleando un caballo muerto. No han logrado ni abolir Obamacare ni aprobar un seguro médico nacional que lo sustituya. Han demostrado así que durante todo este tiempo solo han estado defendiendo una triquiñuela electoral como si fuera un principio ideológico fundamental. Resulta que un tercio de los representantes respondía simplemente a las demandas nihilistas del “partido del té”: desmantelar toda la Seguridad Social, empezando por Obamacare, mientras que prácticamente el resto del partido era consciente de la artificialidad de su postura. Ahora se han dado cuenta de que sus electores se han percatado de pronto que les quieren quitar el caramelo de la boca.

El presidente, Donald Trump, no tenía más que un propósito: demostrar que cumplía su promesa de eliminar Obamacare, sin olvidar que también ha prometido reponerlo con algo mucho mejor; nada menos que un sistema que cubriría a toda la nación. Trump ha demostrado que no tenía ni idea de lo que sería ese “mucho mejor”, al preguntar repetidas veces si el proyecto que presentaba el presidente de la Cámara de Representantes, Paul Ryan, era “una buena ley”. En la inusitada confianza que tiene en su habilidad negociadora, Trump pensó que ya se las arreglaría para componer errores más tarde, y entregó toda la ejecución de su promesa a los republicanos en el Congreso sin molestarse en ver que lo único bueno del proyecto de Ryan era, paradójicamente, que adoptaba lo mejor de Obamacare, la prohibición de negar el seguro a los que padecen de dolencias previas, o de imponer un tope a las indemnizaciones.

 

obamacare_sin seguro

 

En lo demás, el proyecto de Ryan adolecía de graves perjuicios: derogaba la obligatoriedad del seguro, un aspecto impopular de Obamacare, pero también los subsidios que la complementaban, que ahora serían sustituidos por exenciones fiscales; de esta manera, al permitir que los jóvenes no se aseguren si no lo quieren, y evidentemente no lo necesitan por su salud, está cargando el peso de las primas sobre los mayores, agravadas al calcular que esas exenciones no cubrirían ni la mitad de su coste. Por otro lado, reduce considerablemente el seguro médico de los pobres, Medicaid, al trasladar su ejecución a los Estados y eliminar las cuantiosas partidas presupuestarias que lo sustentaban. Elimina también otros muchos sectores de Obamacare, menos visibles económicamente pero no menos importantes para asegurar que el tratamiento médico sea de calidad más que de número y reducir el precio muchas veces exorbitante de los productos farmacéuticos.

La Oficina Presupuestaria del Congreso, órgano independiente creado en 1974 para superar las falsedades estadísticas del ejecutivo, señaló que su implementación supondría inmediatamente la pérdida del seguro a 14 millones de ciudadanos y de 24 millones en los años sucesivos, al elevar considerablemente las primas. Al mismo tiempo, esto originaría un enorme crecimiento del déficit por la pérdida del rédito fiscal que implica, favoreciendo a las clases más adineradas a costa del resto, y rindiendo un superávit presupuestario que provendría simplemente de la eliminación de una buena parte de lo que el Estado aporta para Medicaid, el seguro de los pobres, considerablemente extendido por Obamacare.

Consciente de la impopularidad de estos defectos, Ryan intentó la aprobación de su plan a toda mecha, antes de que la Oficina Presupuestaria pudiera emitir una opinión tan negativa, y en contra de muchos congresistas asustados por la reacción negativa que iban a sufrir cuando la gente se diera cuenta de lo que el plan supondría. Ahora resulta que los que con tanto ahínco gritaban contra Obamacare reconocen los beneficios que supone: 14 millones de personas se han apresurado en alistarse a Obamacare en los últimos días, temerosos de perder sus beneficios.

 

 

Con los republicanos siempre ha pasado lo mismo; apelando a impulsos emotivos del electorado han logrado que voten en contra de sus intereses. Algunos congresistas moderados que comprenden que sus electores piensan cada vez más que el seguro médico es un derecho fundamental, se han atrevido incluso a manifestarse en contra del plan de Ryan, mientras que otros, no queriendo reconocer la incoherencia de sus posturas ni incurrir en las furias del presidente Trump, se han escudado en la oposición nihilista de los ultraconservadores que ha prevalecido en último término.

El presidente hubiera preferido que el proyecto fuese presentado a la votación de la Cámara de Representantes para poner en evidencia la deslealtad de los “ultras”, a los que está fulminando con sus tuits, castigándolos con la reacción de los trumpistas. Ryan, sin embargo, ha convencido a Trump de que una votación negativa sería más perjudicial que la retirada del proyecto. Ahora el presidente, siguiendo su costumbre de falsearlo todo en su provecho, echa la culpa del fracaso nada menos que a los demócratas, alegando incluso que se han opuesto a una solución bipartidista.

Convencido al parecer de que, como ha dicho tantas veces, Obamacare sucumbirá a sus propios fallos, Trump se está concentrando en sabotear su ejecución eliminando o reduciendo la financiación. Es cierto que Obamacare adolece de problemas considerables: el principal estriba en la obligatoriedad del seguro que permitiría a los actuarios reducir considerablemente las primas y ampliar sus prestaciones. Si los republicanos no consiguieron que el Tribunal Supremo condenara esa obligatoriedad como anticonstitucional, al menos lograron que sentenciara que los Estados tenían el derecho de no participar y, en efecto, 31 Estados republicanos se han negado a hacerlo aumentando gravemente las tensiones internas del sistema y en particular respecto a la extensión de Medicaid. No obstante, pese a todos sus defectos, el sistema está funcionando tan bien como en Massachusetts, como lo demuestra la gran mayoría que ha comprobado sus beneficios. No parece probable que “explote” en el futuro.

En un mundo ideal, ambos partidos podrían aprobar una reforma de Obamacare que superara esos defectos. Pero la inquina del partidismo lo impedirá: los republicanos no pueden aceptar sus errores, seguirán buscando la manera de aprobar un plan alternativo y, mientras tanto, intentarán sabotear el sistema negándole los fondos necesarios para su implementación. Por su parte, los demócratas no ven en los republicanos ninguna probabilidad de un esfuerzo bipartidista y, confiando en que Obamacare va a prevalecer en la práctica, se complacen en contemplar las graves desavenencias internas de sus contrincantes y la desazón de su tan cacareada derogación del seguro médico.

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