Líderes y negociadores durante la primera sesión de trabajo en la cumbre del G20. Entre ellos se encuentra Sergei Lavrov (tercero desde la derecha), ministro de Relaciones Exteriores de Rusia. En Bali, Indonesia, el 15 de noviembre de 2022. (KAY NIETFELD/GETTY)

El G20 debe mandar un conjunto de señales comunes sobre la guerra de Rusia en Ucrania

Las posturas de los países del G20 sobre la guerra en Ucrania distan unas de otras, pero el conflicto plantea cuestiones de interés mundial, como la amenaza nuclear, que los líderes no pueden pasar por alto. Las potencias deben articular, al menos, su interés compartido en no dejar que la guerra se descontrole.
Crisis Group
 |  15 de noviembre de 2022

En la reunión del Grupo de los Veinte (G20) que comienza hoy, 15 de noviembre, en Bali (Indonesia), un jefe de Estado perteneciente al Grupo destacará por su ausencia. El presidente ruso Vladimir Putin ha decidido no asistir al evento. Esta noticia será un alivio para los participantes occidentales, que no quieren compartir fotografías con Putin mientras prosigue su guerra en Ucrania. El ministro de Asuntos Exteriores del Kremlin, Sergei Lavrov, estará en Bali, pero puede que no sea un plato de buen gusto para él. Lavrov abandonó una reunión de ministros de Asuntos Exteriores del G20 en julio, después de que sus homólogos occidentales acusaran a Rusia de provocar la crisis mundial de los precios de los alimentos al invadir a su vecino productor de cereales.

La ausencia de Putin no eximirá a los líderes que acudan a Bali del reto de cómo abordar la guerra. El G20 es principalmente un mecanismo de coordinación económica, que saltó a la palestra durante la crisis financiera mundial de 2008. A diferencia del G7, que reúne a países occidentales afines con intereses políticos compartidos, el G20 engloba a rivales geopolíticos —Estados Unidos y China, sobre todo— que no suelen adoptar posiciones comunes firmes en asuntos internacionales. Sin embargo, el ataque de Rusia a Ucrania plantea cuestiones de interés mundial, como las perturbaciones generalizadas de los precios de los alimentos y la energía, así como los riesgos por uso de armas nucleares, que los políticos más poderosos del mundo no pueden pasar por alto en silencio.

 

«Si los miembros del G20 pueden encontrar un terreno común en cuestiones económicas y en el tabú nuclear, la cumbre de Bali será un esfuerzo diplomático que valdrá la pena»

 

La reunión del G20 es, por tanto, una oportunidad para que los líderes adopten posiciones comunes sobre la guerra. Su principal objetivo debería ser que los países del G20 se comprometan de forma concreta a ayudar a los más pobres a sortear las turbulencias económicas. Pero las potencias presentes en Bali también podrían aprovechar la ocasión para subrayar que todas esperan que Rusia se abstenga de utilizar la energía nuclear, tanto de palabra como de obra. Lo ideal sería que dejaran lo más claro posible que si Moscú cruza el umbral nuclear, se enfrentará a las consecuencias no sólo de Occidente, sino de todo el mundo. Una declaración conjunta que condene la guerra por parte de Rusia o que establezca posibles condiciones de paz será probablemente imposible, dadas las posiciones ampliamente divergentes de los miembros del G20 sobre el conflicto. Pero si los miembros del G20 pueden encontrar un terreno común en cuestiones económicas y en el tabú nuclear, la cumbre de Bali será un esfuerzo diplomático que valdrá la pena.

 

Diversas políticas de Ucrania

Las posiciones de los miembros del G20 sobre la guerra difieren notablemente. EEUU y la mayoría de sus aliados en el Grupo han impuesto sanciones a Moscú y han votado para condenar la invasión en la Asamblea General de la ONU. La mayoría de los demás miembros han condenado al menos en la ONU la agresión y los esfuerzos ilegales de Rusia por anexionarse territorio ucraniano, pero no han recurrido a las sanciones (véase el mapa). Sin embargo, tres miembros no occidentales de peso del G20 —China, India y Sudáfrica— no sólo se han negado a imponer sanciones a Rusia, sino que se han abstenido en las votaciones de la ONU sobre la guerra.

Este mapa muestra qué miembros del G20 han sancionado a Rusia y condenado la agresión en la ONU (azul oscuro); cuáles no han impuesto sanciones, pero sí han condenado la agresión (azul claro); y cuáles ni impusieron sanciones ni votaron para condenar las anexiones ilegales en la ONU en octubre (rojo claro). Rusia en rojo. (CRISIS GROUP)

 

Varios miembros no occidentales del G20 han intentado en ocasiones establecer un papel diplomático en la guerra, aunque los resultados han sido, en general, insignificantes. En marzo, Sudáfrica intentó tomar la iniciativa en la ONU presentando una resolución a la Asamblea General sobre la ayuda humanitaria a Ucrania. Los diplomáticos occidentales y ucranianos rechazaron el proyecto porque no hacía referencia a la responsabilidad de Moscú en la guerra (en contraste con un texto alternativo de la ONU elaborado por Francia y México), aunque los funcionarios sudafricanos insistieron a Crisis Group en que la suya era una iniciativa de buena fe para reforzar la cooperación multilateral.

El presidente indonesio, Joko Widodo, visitó tanto Kiev como Moscú durante el verano, prometiendo facilitar la comunicación entre las capitales enfrentadas. Muchos observadores sospechan que su principal preocupación era asegurarse de que la guerra no impidiera la celebración de la cumbre del G20. Indonesia ha planteó la posibilidad de que el presidente ucraniano, Volodymyr Zelenskyy, asistiera a la cumbre de forma presencial, aunque Kiev finalmente interviene por videoconferencia.

Otros miembros del G20 también han tratado de jugar un papel en la diplomacia con respecto a Ucrania. México sorprendió y confundió a los funcionarios de la ONU en la semana de alto nivel de la Asamblea General de la ONU de septiembre al presentar una propuesta para que el Papa, el secretario general de la ONU y el primer ministro indio Narendra Modi lideraran un esfuerzo de alto el fuego. Esta idea no ha cuajado hasta la fecha. También ha habido un flujo esporádico de especulaciones entre los comentaristas occidentales de que la India, que ha aumentado el comercio con Rusia desde febrero, podría llegar a ser un facilitador útil de la diplomacia ruso-ucraniana, y Modi instó a Putin a tomar un “camino hacia la paz” en la cumbre de la Organización de Cooperación de Shanghái de septiembre.

En contraste con estos incipientes y tímidos esfuerzos de paz, el presidente de Turquía, Recep Tayyip Erdogan, ha surgido como uno de los principales actores diplomáticos en la crisis. Turquía fue el anfitrión de las primeras e infructuosas conversaciones de paz entre Rusia y Ucrania, pero tuvo éxito cuando colaboró con la ONU en verano para negociar el acuerdo sobre los cereales del Mar Negro. Este acuerdo permitió a Ucrania exportar su cosecha por mar sin la interferencia militar rusa. Turquía y otro miembro del G20, Arabia Saudí, también facilitaron un importante intercambio de prisioneros — en el que participaron unos 215 ucranianos y 55 rusos — en septiembre. A puerta cerrada, los participantes en el G20 seguramente tantearán a Erdogan para saber si su frecuente interlocutor Putin está dispuesto a comprometerse.

 

«Para EEUU y los demás aliados de Ucrania, la opinión de Pekín sobre la guerra ha sido una fuente constante de preocupación»

 

Pero, por mucha atención que Erdogan coseche en Bali, es posible que los líderes se centren aún más en lo que tenga que decir el presidente de China, Xi Jinping. Para EEUU y los demás aliados de Ucrania, la opinión de Pekín sobre la guerra ha sido una fuente constante de preocupación desde febrero. En los últimos meses, los observadores occidentales creen haber visto crecientes signos de frustración en China con el curso del conflicto. Pekín ha manifestado su preocupación por el hecho de que las amenazas nucleares de Moscú, bastante malas en sí mismo, puedan ser algo más que una retórica peligrosa. Esta preocupación se ha visto incrementada por las vagas y erróneas insinuaciones del Kremlin de que es Ucrania, y no Rusia, la que quiere subir la apuesta nuclear con una “bomba sucia”. Xi articuló estas cuestiones con mayor claridad en una declaración conjunta con el canciller alemán Olaf Scholz en la que se oponía a la “amenaza o el uso de armas nucleares” en Ucrania.

 

Conciliar puntos de vista

Aunque a los miembros del G20 no les faltan opiniones sobre la guerra de Rusia en Ucrania, es difícil ver cómo podrían conciliar sus puntos de vista divergentes en Bali. Es complicado, por ejemplo, cuadrar la defensa de México de un pronto alto el fuego (que Brasil y Argentina también defendieron en la ONU en septiembre) con las preocupaciones de las potencias occidentales de que Moscú pueda utilizar una pausa en las hostilidades para consolidar el control sobre partes de Ucrania, incluso mientras se rearma y reposiciona para la siguiente fase del conflicto.

 

«La cumbre de Bali es una oportunidad para que las principales potencias occidentales y no occidentales articulen, al menos, su interés compartido en no dejar que la guerra se descontrole»

 

En lugar de centrarse en los detalles de cómo poner fin a la guerra, los líderes del G20 podrían estar mejor posicionados para identificar amplias áreas de acuerdo sobre cómo contener la guerra y sus consecuencias. Lo más obvio sería que los líderes del G20 que están en Bali respaldaran la condena de Xi-Scholz a las amenazas nucleares y al uso de armas nucleares. Como alternativa, o adicionalmente, podrían reiterar el principio básico de que “no se puede ganar una guerra nuclear y nunca se debe librar”, que los cinco estados con armas nucleares (Reino Unido, China, Francia, Rusia y EEUU) afirmaron en una declaración ante la ONU en enero. Una declaración de este tipo podría complicarse por las posiciones incompatibles del G20 en cuestiones de no proliferación (Brasil, por ejemplo, ha presionado a favor del Tratado de Prohibición de las Armas Nucleares, mientras que India ni siquiera es miembro del Tratado de No Proliferación). Sin embargo, dadas las recurrentes alusiones de Rusia al uso de armas nucleares en Ucrania, los líderes deberían al menos estar de acuerdo en que se oponen a las amenazas nucleares y a la guerra nuclear.

El objetivo de una declaración de este tipo, por mínima o vaga que sea, sería señalar a Moscú que se enfrentará a sanciones diplomáticas y de otro tipo a nivel mundial, más que a las consecuencias de Occidente, si su retórica nuclear se convierte en acción de alguna manera. Rusia ha mostrado cierto interés en cómo se perciben en el mundo no occidental sus movimientos en Ucrania, como el acuerdo sobre el grano en el Mar Negro. No es probable que los líderes del G20 expliquen en términos concretos qué medidas tomarían si Rusia cruza el umbral nuclear; de hecho, sería mejor que no trataran de ser demasiado explícitos, ya que hacerlo solo podría poner de manifiesto sus diferencias. Pero algún tipo de señalización común, especialmente una que cuente con la participación de EEUU y China, podría ayudar a reforzar el tabú nuclear.

En cuanto al impacto de la guerra, los miembros del G20 pueden ofrecer un apoyo común a los esfuerzos por reducir el daño económico global que está causando el conflicto. Podrían empezar por hacer una declaración de apoyo al acuerdo sobre los cereales del Mar Negro (que Rusia y Ucrania deben renovar el 19 de noviembre) y pedir que este acuerdo, que ahora debe reafirmarse cada 120 días, continúe indefinidamente hasta que cesen las hostilidades. Esta declaración sería un estímulo no sólo para el presidente Erdogan, sino también para los funcionarios de la ONU que trabajan en la aplicación del acuerdo, que Rusia amenazó con abandonar en octubre tras un ataque ucraniano a su armada.

En términos más generales, los líderes del G20 pueden utilizar la cumbre de Bali para ayudar a apuntalar la tambaleante economía mundial, como hicieron sus predecesores en 2008-2009. Entre las posibles prioridades se encuentra el impulso a los bancos multilaterales de desarrollo para que aumenten los préstamos a países pobres con el fin de hacer frente a los retos económicos que podrían fomentar la inestabilidad política. En 2021, los miembros del G20 se comprometieron a apoyar la liquidez de la economía mundial poniendo a disposición de los países pobres 100.000 millones de dólares en derechos especiales de giro del Fondo Monetario Internacional (un activo de reserva que Crisis Group analizó en detalle en un informe previo a la reunión del G7 de 2022. Un estracto de dicho informe está disponible en castellano en politicaexterior.com). Han tardado en cumplir esta promesa, y deben acelerar el ritmo a medida que el panorama económico internacional se vuelve más sombrío.

Dados sus orígenes y su composición, el G20 tiene mayor credibilidad como mecanismo de gestión de crisis económicas que como foro de seguridad. Sus acciones sobre la economía mundial tendrán más peso que las declaraciones políticas de sus miembros sobre Ucrania. Sin embargo, el último año ha dejado claro que los asuntos económicos mundiales no pueden aislarse de las crisis de seguridad, y que las grandes potencias deben atender a ambas. Al mismo tiempo, la amenaza nuclear de Rusia en medio del conflicto que libra en Ucrania es un asunto demasiado importante como para ignorarlo. La cumbre de Bali es una oportunidad para que las principales potencias occidentales y no occidentales articulen al menos su interés compartido en no dejar que la guerra se descontrole.

 

Artículo originalmente publicado en inglés en la web de Crisis Group

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