La reunión trilateral entre Turquía, Estados Unidos y Ucrania celebrada en la oficina de trabajo de la Presidencia turca en Dolmabahce, bajo la presidencia del ministro de Asuntos Exteriores Hakan Fidan, en Estambul (Turquía), el 16 de mayo de 2025. GETTY.

El largo camino a (y desde) Estambul

En Estambul ha empezado un proceso que podría terminar en una paz más justa y sostenible en Ucrania. Todo dependerá de que se mantengan la presión constante sobre Rusia y la unidad occidental frente a los esfuerzos rusos de dividirla.
Enrique Mora
 |  23 de mayo de 2025

No muchos se pueden permitir declarar un alto el fuego para su mayor gloria personal. Vladimir Putin lo intentó. El objetivo era, literalmente, tener la fiesta en paz el 9 de mayo en Moscú. Declaró un alto el fuego breve, de apenas 72 horas, y sin ningún compromiso extra, con nulo impacto en la dinámica militar de la guerra.

Pero la jugada se volvió en su contra. Europa primero y posteriormente el presidente Trump contestaron de forma inesperadamente coordinada, exigiendo un alto el fuego real y verificable de 30 días. A Putin no se le puede negar la habilidad de decir no sin parecer intransigente, pero esta vez se vio desbordado ante una presión que socavaba su mayor activo: la percepción por parte del presidente norteamericano que el obstáculo para la paz no es él.

Tres eventos habían socavado esta ventaja táctica. En primer lugar, la respuesta europea al plan de paz norteamericano filtrado el 25 de abril, claramente favorable a los intereses del Kremlin. Segundo, el acuerdo entre Ucrania y Estados Unidos sobre minerales estratégicos, que añadió una dimensión económica y estratégica que fortalece la posición negociadora de Kiev. Y tercero, la ya mencionada petición conjunta europea y estadounidense de extender el alto el fuego a 30 días, una iniciativa que empujó a Putin hacia una esquina diplomática inesperada.

La contrapropuesta europea merece especial atención por razones de fondo y de forma. En el fondo ataca las tres debilidades básicas del plan norteamericano. En primer lugar, la cuestión territorial: el estatus de Crimea y de las regiones ocupadas se decidirá únicamente después del alto el fuego; las negociaciones comenzarán desde la línea de control actual, no desde un reconocimiento de las reivindicaciones rusas. En segundo lugar, las garantías de seguridad necesarias para hacer de Ucrania un país con futuro, viable, al que Rusia no pueda atacar de nuevo. El plan europeo habla de “algo como el artículo 5 sin ser el artículo 5”. Y en tercer lugar el mantenimiento de las sanciones hasta lograr lo que se describe como una “paz sostenible”.

En cuanto a la forma, y por su trascendencia institucional para la Unión, algunos países europeos han respondido a la incapacidad de la Unión Europea de actuar con rapidez y coherencia buscando fórmulas alternativas, más ágiles. Así, han surgido nuevos formatos diplomáticos como coaliciones ad hoc y colaboraciones entre grupos de países que pueden actuar con más rapidez y cohesión.

El acuerdo firmado entre Ucrania y Estados Unidos sobre minerales críticos y estratégicos ofrece ventajas significativas para Ucrania, económicas y geopolíticas. Se crea un “Fondo de Inversión para la Reconstrucción entre Estados Unidos y Ucrania” (USURIF, por sus siglas en inglés), gestionado conjuntamente por dos entidades públicas, una norteamericana y otra ucraniana. El objetivo es canalizar los ingresos futuros de nuevos proyectos sobre minerales, petróleo, gas hacia la reconstrucción de Ucrania tras la guerra.

Este acuerdo permite a Ucrania desarrollar una cooperación tecnológica y económica más estrecha con Estados Unidos y, por tanto, con Occidente, beneficiándose del acceso a inversiones y tecnologías avanzadas para la explotación y procesamiento de sus recursos minerales. Obviamente, no se puede descartar, al contrario, que el presidente Trump vea este acuerdo como un preludio de uno más ambicioso y de mucho mayor alcance estratégico y económico con Rusia. Todo puede llegar, pero mientras tanto, Ucrania se sitúa con ventaja.

Estos dos elementos, unidos a la presión ligada al alto el fuego, llevaron a Putin a lanzar la idea de una reunión en Estambul, con el objetivo de retomar la iniciativa. Pero la rápida aceptación de Volodímir Zelenski, dispuesto a mantener una reunión directa con el presidente ruso, le obligó a recular, enviando una delegación en su nombre. Inicialmente Moscú intentó establecer una continuidad entre esta reunión y la del año 2022, buscando reafirmar la falsa narrativa de que, entonces, fueron los países occidentales los que impidieron la paz. Pero la jugada ha tenido poco recorrido y salvo el ministro de Asuntos Exteriores de Hungría que se hizo eco de esta narrativa, nadie más entró a este trapo burdo.

¿Dónde estamos? En Estambul ha empezado un proceso. Ucrania participa en él con una mayor fortaleza relativa al haberse diluido la imagen construida hace solo unos meses, en una fascinante ceremonia de confusión, que había tornado el agredido y víctima en agresor y criminal. Por otro lado, Rusia, pese a conservar una fuerza militar significativa, ha perdido parte de su iniciativa diplomática ante la inesperada coordinación internacional que ahora implica más a los Estados Unidos.

El camino por recorrer es complejo. Que nos lleve a una paz justa y sostenible depende de mantener la presión constante sobre Rusia, el apoyo militar efectivo a Kiev, garantizar la efectividad de los acuerdos firmados con Ucrania y preservar la unidad occidental frente a intentos rusos de dividir a la UE y a la OTAN. Europa, a través de las nuevas geometrías variables que se están fraguando debe poder actuar con mayor pragmatismo y rapidez.

Finalmente, el presidente Trump mantendrá sin duda su empeño de lograr una paz rápida. Pero eso no es contradictorio con que, al mismo tiempo, se instaure en Washington la convicción de que, si Putin gana, la amenaza es global, y afecta también a los intereses de los Estados Unidos. ¿Cuánto tiempo tardará Donald Trump en darse cuenta de que Putin solo quiere una paz en sus propios términos? La conversación telefónica del lunes 19 parece haber sido muy ilustrativa. Putin no cedió en nada, ni siquiera en el alto el fuego. Pero el presidente norteamericano sí subrayó, por vez primera, que la relación económica con los EEUU se normalizará “una vez que acabe el baño de sangre”. La aspiración rusa de desligar la guerra de la relación “entre iguales” con Washington parece alejarse.

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