El lastre y motor del euro

 |  14 de febrero de 2014

Jein. Esta expresión alemana es un amalgama de las palabras ja (sí) y nein (no). “Sí pero no” es, precisamente, la posición del Tribunal Constitucional Alemán ante la compra de bonos soberanos (Outright Monetary Transactions, OMT) del Banco Central Europeo (BCE). Sí, las OMT “exceden el mandato” del BCE. No, el Constitucional no las vetará, sino que remitirá la cuestión al Tribunal de Justicia de la Unión Europea. No hay mal que por bien no venga: la sentencia del Constitucional es tan positiva como peligrosa.

La renuncia a vetar la política del BCE ha sido recibida con euforia por los mercados de deuda. También por los gobiernos en la periferia de la Zona euro: es el cambio de rumbo impuesto en el banco por Mario Draghi, y no el efecto de los recortes o la intercesión de la Virgen del Rocío, lo que garantiza el éxito de las emisiones de deuda española.

En Alemania, sin embargo, la decisión del Constitucional no ha hecho más que alimentar la obsesión nacional con la hiperinflación, especialmente intensa en el 100 aniversario de la Primera Guerra Mundial. Para economistas como Hans-Werner Sinn, presidente del prestigioso Instituto IFO, es imprescindible frenar a un BCE cada vez más expansionista. Lo contrario supondría condenar a Europa a la inflación y la pérdida de competividad (y al contribuyente alemán, a rascarse el bolsillo).

Sorprende que a estas alturas pueda mantenerse semejante posición. En primer lugar, y parafraseando a Margaret Thatcher, no existen alternativas. Lo que Sinn propone para España son más recortes y otros 10 años de crisis. Además, un veto del Constitucional hubiese sembrado pánico en los mercados de deuda. Fue precisamente la indolencia de Angela Merkel y la pasividad de Jean-Claude Trichet al frente del BCE la que permitió que la crisis griega se extendiese por la periferia de la Zona euro a lo largo de 2010. Lo único que se exige del BCE es que actúe en consonancia con sus siglas. Que sea un banco central europeo, en vez de un mecanismo para contener la inflación.

En segundo lugar, no existe riesgo de hiperinflación. Ocurre al contrario: la amenaza de una deflación en la Zona euro es considerable, y resultaría mucho más perjudicial que una inflación moderada. La fobia alemana respecto a la inflación radica en la noción de que permitió el ascenso del nazismo, pero esta interpretación también es cuestionable. Fue precisamente un programa de austeridad presupuestaria, adoptado por Heinrich Brüning en 1930, el que promovió el ascenso de los pocos partidos políticos opuestos a los recortes –principalmente, el NSDAP. El caso de Grecia ejemplifica hasta qué punto la austeridad y la tecnocracia generan un caldo de cultivo idóneo para el fascismo.

Por último, la posición alemana ni siquiera es coherente. El BCE ha contestado que no está sobrepasando su mandato. Pero también es cuestionable que gozase de autoridad para supervisar a los países europeos que solicitaron un rescate, como efectivamente hizo a partir de 2010, cuando pasar a formar parte de la Troika que compone junto al Fondo Monetario Internacional y la Comisión Europea. En esta ocasión, sin embargo, Berlín no se opuso a extender las competencias del BCE.

La creación de la moneda única respondió a la necesidad de anclar a una Alemania reunificada en la Unión Europea. Con el tiempo ha resultado ser al contrario: la rigidez del euro, diseñado a imagen y semejanza del marco alemán, ha cercenado el margen de maniobra de los gobiernos europeos para hacer frente a la crisis. La austeridad continúa siendo dogma en Europa, y, por encima de todo, Alemania es un miembro clave de la UE. Pero tanto el Constitucional como el Bundesbank, dos de las principales instituciones alemanas, muestran reservas ante el funcionamiento actual de la UE. El aumento del euroescepticismo de cara a las elecciones europeas augura una Alemania cada vez más dubitativa ante su compromiso con la UE, ejemplar en el pasado.

Parapetado tras un jein permanente, Berlín se ha convertido en el lastre y el motor de la moneda única. Aunque el reciente revés a la ortodoxia alemana es positivo, el riesgo de que resulte una victoria pírrica es real.

 

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