Soldados de la brigada de infantería Kfir, en el noroeste de Israel. ISRAEL DEFENSE FORCES

El legado de la Guerra de los Seis Días

Julio de la Guardia
 |  27 de junio de 2017

Israel acaba de celebrar el 50 aniversario de su triunfo en la Guerra de los Seis Días. Toda una hazaña bélica que encarnó el conocido pasaje bíblico de la victoria de David contra Goliat –dado que derrotó simultáneamente a cinco países árabes: Egipto, Jordania, Siria, Líbano e Irak– y se colocó en una posición de hegemonía dentro de Oriente Próximo. Igualmente supuso un ejemplo paradigmático para la doctrina de la guerra preventiva, dado que sus estimaciones de inteligencia apuntaban a que tanto El Cairo como Damasco tenían intenciones firmes de atacar al Estado hebreo en breve, como revancha por la campaña del canal de Suez en 1956 y la guerra de atrición que tuvo lugar en el interregno.

La victoria militar permitió a Israel multiplicar su pequeño territorio, al conquistar la península del Sinaí (que luego devolvió a Egipto tras los Acuerdos de Camp David en 1978), los Altos del Golán (que estuvo a punto de devolver a Siria en los años 1996 y 2000, pero en ambas ocasiones las negociaciones descarrilaron en el último momento, y a día de hoy no parece que vaya a haber un tercer intento), la franja de Gaza (de la que se retiró unilateralmente en 2005, aunque mantenga férreamente controlados sus pasos fronterizos, así como el espacio aéreo y marítimo), Cisjordania (de la que se retiró parcialmente a través del Proceso de Oslo, pero mantiene el control sobre un 60%) y Jerusalén Oriental (que se anexionó a través de la Ley de 1980 y considera parte integral de su capital “única, eterna e indivisible”).

Además de dar lugar a la controvertida Resolución 242 del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas (debido a la contradicción terminológica entre sus versiones francesa e inglesa) que conminó a Israel a retirarse de los territorios ocupados, la contienda tuvo como consecuencia diplomática inmediata la celebración de la famosa cumbre de la Liga Árabe el 1 de septiembre de 1967 en Jartum, en la que se acuñaron los tres nos: no al reconocimiento de Israel, no a la paz con Israel, no a las negociaciones con Israel. Una política de hostilidad por parte del mundo árabe que comenzó a cambiar con la Declaración de Beirut de marzo de 2002, en que se aprobó la luego conocida como “Iniciativa Árabe de Paz”. A día de hoy esta sienta las bases para un eventual reconocimiento de Israel por parte de todos los miembros de la Liga Árabe, quienes solicitan como contrapartida una resolución justa de la cuestión palestina en general y del problema de los refugiados en particular.

Pues si la Guerra de la Independencia de Israel en 1948 dio lugar a la Nakba –o sea, la “catástrofe nacional” palestina– que a su vez conllevó la primera ola de refugiados, la Guerra de los Seis Días hizo lo propio con la Naksa, provocando una segunda ola que con el paso del tiempo ha hecho que la población refugiada palestina supere ya los cinco millones, según las estadísticas de la Agencia de Naciones Unidas para el apoyo a los refugiados palestinos (UNRWA). Una segunda catástrofe similar a la primera, pues los palestinos perdieron el control sobre ese 22% de la Palestina histórica que todavía les quedaba tras el armisticio de 1949 –aunque bien es cierto que estaba bajo administración egipcia en Gaza y jordana en Cisjordania y Jerusalén Este– y desde ese momento permanecen subyugados a los designios de Israel.

 

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Consecuencias positivas y negativas

La Guerra de los Seis Días tuvo como consecuencia positiva el afianzamiento territorial y político por parte de Israel, que a partir de esa fecha pasó a tener las Fuerzas Armadas mejor preparadas y armadas de la región tras sustituir a Francia (que había sido su principal proveedor de sistemas de armamento e incluso de transferencia de tecnología nuclear hasta esa fecha, en la que el general Charles De Gaulle decidió dejar de serlo) por Estados Unidos, cuyas sucesivos presidentes se han esmerado en garantizar la “superioridad cualitativa” de Israel en el ámbito militar (si el pasado mes de septiembre la administración Obama firmaba un acuerdo bilateral de ayuda militar por valor de 3.800 millones de dólares para el próximo decenio, la administración Trump ya ha anunciado que pretende activar una cláusula del acuerdo para incrementar esa cantidad, la más alta per cápita de todas las ayudas que concede EEUU). De esta forma, Israel parece tener garantizada su seguridad a corto y medio plazo, dado que no hay ningún país de la región que le pueda plantar cara.

Sin embargo, la victoria también tuvo consecuencias negativas, como el filósofo y escritor Yeshayahu Leibowitz pronosticara en su ensayo Los Territorios (1968). Según predijo Leibowitz, con el paso del tiempo la ocupación pasaría a convertirse en un régimen colonial, en el que el Ejército se metamorfosearía, dejando de ejercer como defensor de su pueblo (de hecho se le conoce como Tsahal, acrónimo en hebreo de “Fuerzas de Defensa de Israel”) para subyugar a otro, con la degeneración ética y moral que eso implica. Igualmente pronosticó que Israel evolucionaría hasta convertirse en un Estado policial (lo que llamó el “Shabak State”, Estado donde los servicios de seguridad interior y contrainteligencia tendrían un papel preponderante), con el correspondiente menoscabo de los derechos fundamentales y las libertades públicas de la población ocupada.

Sin entrar en la polémica sobre cuál ha sido el grado de cumplimiento de las profecías políticas de Leibowitz, lo cierto es que la principal consecuencia de este medio siglo de ocupación para el ciudadano palestino medio que vive en los Territorios Ocupados –dejando al margen a refugiados y desplazados internos– es la enorme restricción de sus libertades. Especialmente de libertad de movimientos, dado que: tiene totalmente restringido el uso del paso fronterizo de Erez (lo que unido al constante cierre del de Rafah por parte de Egipto convierte a la franja de Gaza en una gran prisión al aire libre); Israel continúa controlando el paso fronterizo de Allenby que conecta Cisjordania y Jerusalén Oriental con Jordania; sigue manteniendo decenas de controles militares y de check-points flotantes; y ha construido una barrera de separación –que combina el formato de muro de hormigón de ocho metros de alto en las áreas metropolitanas con el de verja inteligente en las zonas rurales– a lo largo de un trazado de más de 700 kilómetros que rodea las partes norte, oeste y sur de Cisjordania, y encapsula a ciudades como Belén, Qalquilia y Tulkarem.

 

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Fuente: El País

 

Enquistamiento de la ocupación

El enquistamiento de la ocupación en Cisjordania a través de la perpetuación de la división territorial de Oslo –que distinguió entre las Áreas A (metropolitanas, controladas integralmente por la ANP), B (periféricas, donde el control administrativo recae en la ANP y el de seguridad en el Ejército israelí) y C (rurales, bajo control de Israel y que suman el 60% de Cisjordania)– ha permitido a Israel seguir adelante con su política de hechos consumados. Es decir, construyendo nuevas colonias, ampliando las ya existentes, confiscando terrenos, demoliendo viviendas palestinas, erigiendo nuevas infraestructuras que comunican las colonias entre sí y con el territorio israelí propiamente dicho y, sobre todo, controlando la vida de los ciudadanos palestinos de forma pavloviana a partir de un sistema de premios y castigos en la expedición de permisos para entrar en Israel o viajar al extranjero.

Otro de los subproductos de la ocupación ha sido el crecimiento geométrico del número de asentamientos (131 según las cifras oficiales del gobierno –excluyendo los ubicados dentro de Jerusalén Oriental– a los que se unen 97 outposts o embriones de futuras colonias), a la vez que el incremento exponencial del de colonos judíos, que ya se acercan a los 800.000 (de estos unos 450.000 en Cisjordania y otros 350.000 en Jerusalén Oriental). Una tendencia aparentemente irreversible que hace cada vez más difícil –si no imposible, pues la administración Trump ya ha anunciado que se desentiende de cualquier vínculo u obligación a raíz de la resolución 2334 aprobada por el Consejo de Seguridad en diciembre de 2016 con la sorpresiva abstención de EEUU– que declaró todos los asentamientos como ilegales y llamó a Israel a su desmantelamiento (según el precedente del “Plan de Desconexión” de Gaza en el otoño de 2005, en que Israel desmanteló las 21 colonias que tenía dentro de la Franja junto a otras cuatro en Cisjordania).

Todo apunta a que el gobierno actual lo que pretende en los próximos años es fagocitar a los palestinos de Jerusalén Oriental y de las Áreas C –a pesar de que tenga que pagar el precio de concederles plena ciudadanía, pero como son relativamente pocos es un coste asumible– a cambio de la correspondiente anexión territorial. El resto, los de las Áreas A y B, así como los de la franja de Gaza, recibirían unos mínimos atributos de independencia dentro de sus correspondientes bantustanes. Todo esto queda recogido por la llamada “Iniciativa de Estabilidad” del ministro de Educación y líder del partido HaBayit HaYehudi (Hogar Judío), Naftali Bennet, quien aboga por anexionarse el máximo de territorio y recursos naturales con el mínimo número de personas.

Consciente de las intenciones ulteriores del gobierno de Benjamín Netanyahu –el más derechista de la democracia israelí– el ex secretario de Estado estadounidense John Kerry, que lideró la última ronda de negociaciones en 2013 y 2014, advirtió del peligro que supone la actual inercia y llamó a los diferentes actores implicados a facilitar la creación de un Estado palestino. Si esta no tiene lugar más pronto que tarde, Israel está condenado a desarrollar un régimen de apartheid hacia los palestinos, pronosticó Kerry, aún a riesgo de enemistarse con su gran aliado y amigo. Así las cosas, si Netanyahu no cambia de dirección en breve plazo perderá la gran oportunidad que se le presenta ahora de reconciliarse con el resto de los países del Gran Oriente Medio (Norte de África, Oriente Próximo y Golfo Pérsico) en base a la Iniciativa Árabe de Paz, que a día de hoy constituye el mejor documento para un posible entendimiento.

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