Una mujer de confesión suní, vestida con el nicab, vota el 6 de mayo en la ciudad de Trípoli (Líbano). GETTY

Elecciones en Líbano: nuevas normas, viejas caras

Amaia Goenaga
 |  9 de mayo de 2018

El 6 de mayo Líbano celebró las primeras elecciones legislativas en nueve años. El país del cedro es una república parlamentaria y desde 1943 ha celebrado elecciones legislativas regularmente, salvo en el periodo de la guerra civil (1975-1990). Por tanto, este largo lapso de tiempo sin comicios ha supuesto una anomalía que solo se explica por otra guerra, la guerra de Siria. Un conflicto con muchas aristas que alcanza y condiciona a Líbano en todos los ámbitos. Cabe recordar que actores locales como Hezbolá están plenamente implicados en él, y que el país acoge a 1,5 millones de refugiados sirios.

En el plano político, la no celebración de elecciones ha sido una de las muchas consecuencias derivadas de la contienda siria. Desde que esta se iniciara en 2011, Líbano ha sufrido constantes episodios de bloqueo y parálisis institucional, incluidos dos años de vacío presidencial (mayo 2014-octubre 2016); ha mantenido una actividad legislativa limitada, y ha sufrido constantes cambios y bloqueos en el ejecutivo. Con todo, desde hace un tiempo la situación en Siria está, más o menos, “bajo control”. Con “control” nos referimos a que la pervivencia del régimen parece asegurada y no se prevé una alteración del statu quo regional [Trump todavía no había decidido romper la baraja con Irán]. Es esta coyuntura la que ha permitido la celebración de los comicios.

Estas elecciones habían despertado grandes expectativas. Aunque, en vista de los datos de participación, probablemente más en el exterior que en el interior. Menos de la mitad (49,2%) de los cerca de 3,8 millones de libaneses censados para votar ha acudido a las urnas, cuatro puntos por debajo de las pasadas elecciones.

Esas expectativas se derivaban, en parte, de la misma celebración de los comicios y, por otra, de las novedades introducidas en el sistema tras una esperada reforma de la ley electoral aprobada en junio de 2017. Entre dichas novedades destaca, sobre todo, el paso del sistema mayoritario tradicional a un sistema proporcional. Un cambio reclamado durante años por asociaciones y grupos de la sociedad civil que, en teoría, debiera facilitar el juego parlamentario a partidos, grupos o candidatos que no pertenecen al establishment. A eso se le añade que, tras la efervescencia social que se ha vivido en algunas zonas de Líbano en los últimos años, se habían articulado candidaturas independientes ilusionantes. Por otro lado, los datos de participación femenina habían sido valorados muy positivamente, ya que 111 mujeres se inscribieron como candidatas. En las legislativas de 2009 solo concurrieron 12 mujeres de un total de 702 candidatos; y cuatro fueron las candidaturas femeninas en 2005. Asimismo, 800.000 nuevos votantes de entre 21 (la edad mínima para votar) y 30 años acudían a las urnas por primera vez.

 

Carácter confesional del sistema

El resultado, sin embargo, deja claro que las reformas son insuficientes, y que el sistema elitista libanés cuenta con unos sólidos mecanismos de reproducción. No ha habido, por tanto, grandes novedades. De hecho, se ha reforzado la posición de los actores que vienen dominando la escena política nacional desde 2011. Las posibles bondades del sistema proporcional han quedado neutralizadas por la incorporación del voto preferencial, que asegura la posición de los líderes tradicionales. Asimismo, el tamaño de las circunscripciones se ha reducido tras la reforma electoral, lo cual implica una mayor homogeneidad confesional de las circunscripciones. Según el sistema electoral libanés, cada circunscripción tiene asignados varios escaños en función de su densidad demográfica y distribución confesional. El votante debe votar por tantos escaños como tenga la circunscripción, independientemente de su confesión. Es decir, el voto no es confesional. Pero si se reduce el tamaño de las circunscripciones favoreciendo la homogeneidad confesional, al final los ciudadanos acaban votando solo a sus correligionarios, acentuando el ya fuerte carácter confesional del sistema y las lógicas tradicionales. Finalmente, hay que entender que en Líbano existen una serie de estructuras que articulan las relaciones sociales, políticas y económicas, que están completamente arraigadas en la sociedad y que son un gran freno ante cualquier cambio.

Yendo a lo concreto, y a falta de resultados oficiales, la posición de Hezbolá y sus aliados se ha visto claramente reforzada tras los comicios. Así, los principales partidos chiíes, Amal y Hezbolá, aumentarán su número de escaños. Mientras, se constata la pérdida de peso político del primer ministro, Saad Hariri. Su partido, Mustaqbal, habría perdido en torno a los 12 escaños, debido en parte a las evidentes limitaciones políticas de Hariri, pero seguramente también al cambio en el sistema electoral. La disminución del tamaño de las circunscripciones le ha perjudicado debido a la distribución geográfica de la comunidad sunní, que es probablemente la que vive más diseminada por todo el país. Con todo, su grupo parlamentario seguirá siendo el más numeroso y con toda probabilidad Hariri podrá mantenerse al frente del ejecutivo. En cuanto al orbe cristiano, el partido del presidente Michel Aoun se consolida, habiendo aumentado su número de escaños en siete. Asimismo, hay que destacar el ascenso de las Fuerzas Libanesas, que han ganado unos seis escaños más en detrimento del Kataeb. Lamentablemente, los outsiders han conseguido ganar un único escaño, que ha sido para una mujer, Paula Yaccoubian.

Por tanto, podemos decir que lamentablemente estas elecciones son más de lo mismo. Se constata, una vez más, que el sistema electoral libanés es en sí mismo un filtro que, con un mínimo margen de movimiento, asegura gran parte del resultado mucho antes de que nadie introduzca su voto en una urna.

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