Esta semana en Informe Semanal de Política Exterior

 |  4 de octubre de 2010
‘Nuevo comienzo’ para los laboristas.

El 25 de septiembre, la convención del Partido Laborista británico que había sido convocada para nombrar nuevo líder tras el fracaso electoral de Gordon Brown, se vio en la inesperada situación de tener que elegir entre dos hermanos: David Miliband, el mayor de ellos, próximo a Tony Blair, hasta hace poco secretario de Asuntos Exteriores y al que casi todos daban como ganador, y Ed Miliband, cuatro años menor y que hizo su carrera política a la sombra de Brown, llegando a convertirse en 2008 en su secretario de Energía y Cambio Climático.

Tras la última votación, saltó la sorpresa: Ed había vencido con el 50,65% de los votos, frente al 49,35% de David. Los testigos hablan de la decepción contenida de éste y de la preocupación de aquél por evitar que la rivalidad política entre ellos afectara a su relación personal. Para comprender la razón de la victoria de Ed, es preciso conocer el complejo sistema electoral utilizado por los laboristas en la votación de un nuevo líder.

El colegio electoral está compuesto por tres grupos: los diputados, los militantes y los sindicatos. David ganó entre los dos primeros, pero cuando los sindicatos se pronunciaron, apoyaron masivamente a Ed. El motivo no es otro que la postergación que los principales sindicatos sufrieron durante la larga etapa del “nuevo laborismo” de Blair, que buscó –y consiguió– apoyos mucho más amplios entre las clases medias, lo que redujo la relevancia política de las grandes centrales sindicales a lo largo de su gobierno.

En su discurso de aceptación ante los delegados, Ed Miliband desmintió la imagen de radical de izquierdas y de rehén de los sindicatos que ha difundido la prensa cercana a los conservadores, llamándole Red Ed (Ed, el rojo). Miliband fue tajante al afirmar que no iba a apoyar “huelgas irresponsables” contra los recortes presupuestarios del gobierno y dijo que pretendía convertir el laborismo en el partido de la pequeña y mediana empresa, aunque criticó la excesiva dependencia de Reino Unido del sector financiero y la desregulación que habían impulsado los gobiernos de Blair y Brown.

En cuanto a política exterior, afirmó que apoyaba el esfuerzo de las tropas británicas en Afganistán, pero en cuanto a Irak, no tuvo reparos en admitir que el gobierno laborista se había equivocado al apoyar una guerra que había dividido “nuestro partido y a nuestro país”.

A pesar de las ofertas de Ed para que fuera su secretario de Economía “en la sombra”, convirtiéndose de facto en el número dos del partido, David prefirió no hacerlo, diciendo que temía un intento permanente de buscar enfrentamientos entre ellos y subrayando que el partido necesitaba un “nuevo comienzo” y que eso sería mas fácil si él también lo hacía.

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