Fin de la farsa en Italia

 |  8 de octubre de 2013

La era de Sivio Berlusconi ha terminado. Así de contundente se pronunció el primer ministro italiano, Enrico Letta, el 6 de octubre. El fracaso de Berlusconi en su intento de derribar al gobierno del socialdemócrata Letta –en coalición con su propio Partido de la Libertad (PdL) y la Elección Cívica de Mario Monti– ha apuntillado la carrera política del empresario milanés. Y es que a pesar de verse confinado al Senado, Berlusconi continuaba siendo la figura dominante de la política italiana.

La “era Berlusconi” se remonta a principios de los años 90. Cuando una serie de investigaciones judiciales revelaron en 1992 la magnitud de la corrupción entre las élites políticas italianas, Democracia Cristiana (DC), el partido hegemónico desde la posguerra, se desmoronó de la noche a la mañana. No estuvo en condiciones de sustituirlo el Partido Comunista Italiano, poderoso en las épocas de Palmiro Togliatti y Enrico Berlinguer, pero debilitado tras la caída de la Unión Soviética. Ante semejante vacío de poder, fue Berlusconi quien se hizo con el control del país.

Pero el magnate de la prensa no entró en política con el fin de regenerar la dañada democracia italiana. Muy al contrario, durante sus tres mandatos como primer ministro (1994-1995, 2001-2006 y 2008-20011) Il Cavaliere se convirtió en símbolo de escándalos de toda clase: corrupción, incompatibilidades clamorosas, complicidad con la mafia, evasión fiscal, y prostitución de menores son tan solo los casos más sonados. Todo ello acompañado de un sinfín de declaraciones esperpénticas, en un clima de estancamiento político y económico. Y sin embargo, ninguno de los 34 procesos legales en que se vio involucrado repercutieron en su historial judicial, ni la mala gestión influyó en su capacidad para permanecer en primera plana política: Berlusconi era indestructible.

Hasta ahora. La semana pasada el milanés intentó forzar la caída del gobierno de Letta mediante la dimisión de los cinco ministros pertenecientes al PdL, en un intento desesperado para no perder su inmunidad parlamentaria. Pero topó con la negativa inesperada de Angelino Alfano, su antigua mano derecha y actual vicepresidente y ministro del Interior. La decisión de Alfano de votar a favor de Letta en la moción de confianza a su gobierno hizo rectificar a Berlusconi, quien, en lo que constituye una derrota sin paliativos, terminó por apoyar al primer ministro. Il Cavaliere ha quemado su último cartucho: a la espera de que una comisión en el Senado se pronuncie sobre la posibilidad de su expulsión, y resignado a realizar trabajo social, resulta evidente que jamás recuperará su posición dominante en la política italiana.

Aún así, el futuro del país dista de ser ideal. El 88% de los ciudadanos no da por concluida la actual crisis de gobierno, ni parece que la frágil coalición que preside Letta sea capaz de acometer las reformas políticas y económicas que Italia necesita con urgencia. La sucesión de Giorgio Napolitano en la presidencia de la república continúa sin resolverse, en gran medida por la negativa del Movimiento Cinco Estrellas de Beppe Grillo a alcanzar cualquier tipo de compromiso al respecto. Por último, la caída de Berlusconi ofrece una oportunidad de renovación política, pero no por ello revivirá la DC – en cuyas juventudes militaron tanto Alfano como Letta. En vista de lo cual el centroderecha continuará dependiendo de socios extremistas, como la Liga Norte de Umberto Bossi.

Con una deuda pública en torno al 130% del PIB y el tercer mayor mercado de deuda mundial, Italia tiene la capacidad de desestabilizar a toda la Unión Europea y poner en peligro la moneda única. Así lo ha hecho saber recientemente el presidente de la Comisión Europea, José Manuel Durão Barroso, consciente de que cualquier problema italiano contagiaría rápidamente a los demás miembros periféricos de la zona euro. La caída de Berlusconi constituye un final feliz al último sobresalto político, pero la situación de Italia no deja de ser preocupante.

 

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