inteligencia artificial
Placa de circuito con datos en ejecución por líneas brillantes. GETTY

Inteligencia artificial y ‘distopía digital’

La carrera mundial por liderar la inteligencia artificial abre un abanico de posibilidades en numerosos campos, desde la defensa a la salud, pero también conlleva grandes riesgos. Por ahora, los esfuerzos por regularla han fracasado.
Luis Esteban G. Manrique
 |  29 de septiembre de 2021

El grupo de matemáticos británicos que dirigió Alan Turing en Bletchley Park durante la Segunda Guerra Mundial necesitó meses de esfuerzos y millones de libras para descifrar el código militar alemán Enigma, que en su día se creía imposible de romper. En 2018, en el Imperial War Museum de Londres un programa de inteligencia artificial lo hizo en 12 minutos y 50 segundos mediante una operación que costó alrededor de 15 dólares. El programa, creado por Enigma Pattern, verificó 41 millones de combinaciones posibles por segundo, combinando tecnología de identificación de patrones regulares y la fuerza bruta de cálculo de 2.000 servidores virtuales.

La inteligencia artificial tiene múltiples aplicaciones prácticas: en energía, finanzas, sistemas de defensa, juegos de ordenador, realidad virtual, medicina y vehículos autónomos, entre otros sectores que liderarán la que Klaus Schwab, fundador del World Economic Forum, llama la “cuarta revolución industrial”, tras las que impulsaron el vapor, la electricidad y la informática. En esta ocasión, la revolución viene de la mano de la inteligencia artificial, la robótica, la nanotecnología y la biotecnología.

Microsoft y Google están desarrollando programas que algún día podrán conversar con sus usuarios como Samantha, la asistente virtual de Joaquim Phoenix en la película Her. En Japón, Toyota utiliza redes neuronales artificiales que replican el funcionamiento del sistema neurológico de los organismos vivos para que sus vehículos autónomos puedan obedecer las señales y normas de tráfico.

 

Los nuevos amos del universo

Durante la guerra fría, el formidable esfuerzo tecnológico y científico de la carrera espacial permitió a Estados Unidos desarrollar internet y los sistemas de geolocalización por satélite. Según Vladímir Putin, quien domine la inteligencia artificial se convertirá en “el dueño del mundo”.

China ha anunciado un plan multimillonario para liderar la innovación en este campo en 2030, un “objetivo estratégico” del programa Made in China del presidente, Xi Jinping. Un 40% del comercio electrónico global ya se realiza en China gracias a gigantes tecnológicos como Alibaba, Tencent y Baidu, que tienen pocas restricciones legales para su manejo de la “mega-data” generada por sus clientes: créditos, hábitos de consumo, historiales clínicos…

En pagos online, reconocimiento visual y software de voz, China está ya por delante de Sillicon Valley. A diferencia de los microprocesadores, el sector digital chino es autosuficiente. Así, no es casual que China haya cerrado su mercado a Google, Facebook y Twitter. Rusia, por su parte, está desarrollando la nueva generación de sus cazas MiG-24, que volarán a una velocidad Match 6, incorporando la inteligencia artificial a sus  sistemas de navegación. El superdrone X-47B de la estadounidense Northrop Grumman, por su parte, podrá aterrizar y despegar en solo 90 segundos con instrumentos similares.

 

«Max Tegmark, profesor de física del MIT, prevé que en algún momento de este siglo la inteligencia electrónica superará a la humana»

 

Robots humanoides se utilizan ya como guardias de seguridad y asistentes de enfermería. Un juego de Facebook, el Oculus Quest 2, imita con tanto realismo la experiencia de una escalada de roca que sus usuarios dicen hasta sentir dolor en las manos. Los asistentes digitales están aprendiendo a reconocer palabras habladas y captar su sentido. Skype ya traduce conversaciones telefónicas en varios idiomas.

Según diversas estimaciones, apenas hay unas 10.000 personas en el mundo con los conocimientos, experiencia y talento necesarios para escribir los algoritmos matemáticos de la inteligencia artificial. Un especialista puede ganar entre 300.000 y 500.000 dólares anuales, lo que explica que universidades como la de Stanford no puedan retener a sus profesores de programación.

En Life 3.0 (2018), Max Tegmark, profesor de física del MIT, prevé que en algún momento de este siglo la inteligencia electrónica superará a la humana. Un robot soldado equipado con un código moral de serie, pero desprovisto de emociones, jamás apretaría el gatillo por miedo, ira o pánico, sostiene Tegmark. Un mundo más automatizado sería así, irónicamente, más humano. En medicina, después de analizar millones de fotos de retinas humanas, un programa de inteligencia artificial podría detectar señales tempranas de cáncer de pulmón o de la ceguera causada por la diabetes.

 

El cerebro, la última frontera

Sillicon Valley y Zhongguancun, el centro tecnológico de Pekín, anhelan desde hace tiempo poder descargar circuitos integrados en las redes neuronales humanas. Neuralink, creada en 2016 por Musk, usa la electroencefalografía para medir la actividad eléctrica del córtex cerebral. Neurable, por su parte, está desarrollando un juego de realidad virtual que se controlará con la mente. Y Facebook espera que su tecnología de sensores ópticos permita escribir cinco veces más rápido que con el teclado de un teléfono móvil.

Eventualmente, un interfaz neuronal transferirá una potencia informática masiva al cerebro, que podría así multiplicar su capacidad cognitiva y de cálculo. La tecnología de Neuralink utiliza microprocesadores sin cables ni baterías que captan la actividad neuronal y la transfieren a un ordenador. En The Singularity is Bear (2003), Ray Kurzeweil, director de ingeniería de Google, anticipó la posibilidad de capturar toda la personalidad de una persona –recuerdos, talentos, historia…– para instalarla en una memoria o disco duro externo.

La última frontera es la creación de una conciencia artificial. Kurzeweil cree que en los primeros años de la próxima década la cibernética podrá replicar una conciencia humana dotada de libre albedrío y que podría pensar sin soporte biológico. Nectome, surgida en el MIT, trabaja en técnicas de conservación cerebral para reconstituir una personalidad en un soporte externo, biológico o electrónico. El debate ético que generaron los planes de Nectome obligó al MIT a retirarse del proyecto.

 

La caja de Pandora

El gran problema es que estas tecnologías también podrán usarse para distorsionar y falsificar la realidad. En 2015, una carta abierta del Future of Life Institute que firmaron por Stephen Hawking y Elon Musk, entre otras figuras de la ciencia y la tecnología, advirtió de que “nuestros sistemas de inteligencia artificial deben hacer lo que queremos que hagan. Si no lo logramos, abriremos la caja de Pandora y dejaremos escapar a sus demonios”.

No exageraban. Los sistemas judiciales y penales y los controles migratorios usan cada vez más algoritmos de inteligencia artificial en programas de reconocimiento facial. Estos programas permiten identificar a personas y grupos utilizando cámaras que fotografían subrepticiamente y luego procesan las imágenes en tiempo real para cotejarlas con bancos de datos policiales. Si no se regula su uso, estas herramientas pueden amenazar derechos fundamentales como la privacidad. Pocos querrían participar en manifestaciones de protesta si saben que pueden ser identificados con facilidad.

 

«Los sistemas judiciales y penales y los controles migratorios usan cada vez más algoritmos de inteligencia artificial en programas de reconocimiento facial»

 

En Estados Unidos no existen leyes federales que regulen programas intrusivos de inteligencia artificial. Michelle Bachelet, alta comisionada de las Naciones Unidas para los derechos humanos, advirtió el 15 de septiembre de que la rápida evolución de las aplicaciones de la inteligencia artificial ha superado los esfuerzos para regularlas, por lo que reclamó una moratoria internacional hasta que se establezcan las salvaguardas necesarias.

Según el informe de la Comisión de Derechos Humanos de la ONU sobre inteligencia artificial que presentó Bachelet, la irrestricta proliferación de programas de reconocimiento biométrico remoto y aprendizaje automatizado (machine learning) podría crear una “distopía digital” si se usan para automatizar decisiones en la concesión de créditos o beneficios sociales, por ejemplo.

En ese sentido, China está especialmente bajo sospecha por su uso de sistemas que rastrean registros de viajes, antecedentes penales y mensajes en redes sociales para elaborar perfiles personales. Según The Washington Post, el gigante chino Huawei usa programas de reconocimiento facial para identificar a personas de etnia uigur en Xinjiang, la única provincia china de mayoría musulmana.

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