#ISPE: Alepo, un Stalingrado en Siria

 |  8 de octubre de 2012

 

Esta semana en Informe Semanal de Política Exterior: guerra siria.

A pesar de que la guerra civil siria no ha dejado de recrudecerse, como atestigua la destrucción del casco histórico de Alepo por los enfrentamientos entre los fuerzas rebeldes y las del régimen de Bachar el Assad, el conflicto amenaza con desaparecer de los titulares por una mezcla de agotamiento con una violencia que se ha hecho rutinaria y la impotencia de la comunidad internacional para encontrar una salida viable a la crisis.

Desde marzo de 2011, la guerra ha provocado más de 30.000 víctimas mortales, unos 1,5 millones de desplazados internos y no menos de 300.000 refugiados que han huido a territorio jordano, iraquí o turco. La espiral represiva desatada por el régimen y las reacciones de venganza de sus opositores han conducido a un estancamiento bélico y político.

La ofensiva rebelde contra Alepo ha sido contrarrestada por 30.000 hombres del ejército sirio, lo que ha derivado en un irregular combate urbano casa por casa en el que ninguno de los bandos parece tener capacidad suficiente para imponerse. Alepo es el vértice adelantado de una zona de Siria que tiene la frontera turca a sus espaldas. Además de ser la segunda ciudad del país, su caída permitiría a los rebeldes consolidar un enclave territorial que podría bloquear los canales de suministro del régimen desde la costa mediterránea, poblada por la minoría alauí a la que pertenece Assad.

La batalla de Alepo se ha convertido por ello en una especie de Stalingrado levantino que puede inclinar el rumbo del conflicto. El combate en las intrincadas callejuelas del zoco histórico impide al régimen aprovechar su abrumadora superioridad militar y capacidad aérea para batir a los rebeldes.

El problema es que estos últimos tampoco disponen de suficientes fuerzas para romper un asedio prolongado, que es lo más probable que suceda dada la parálisis diplomática que quedó en evidencia en las recientes sesiones inaugurales de la Asamblea General de las Naciones Unidas. Todos los contactos políticos realizados en Nueva York volvieron a poner de manifiesto la falta de voluntad política de la comunidad internacional para apoyar con mayor determinación las hasta ahora infructuosas labores de Lakhdar Brahimi, el representante en Siria de la ONU y la Liga Árabe.

Ningún actor relevante en la tragedia siria se ha movido de sus posiciones. Moscú y Pekín mantienen su rechazo a operaciones militares de cualquier tipo avaladas por el Consejo de Seguridad. Qatar y Arabia Saudí respaldan a los rebeldes, pero al mismo tiempo contribuyen a exacerbar la rivalidad entre los diferentes grupos armados al privilegiar a los que ondean las banderas salafistas. EE UU y sus aliados europeos apenas logran ocultar su aversión a una nueva aventura militar en un país árabe. Solo Turquía, que ha respondido con fuego de artillería a ataques sirios contra su territorio, podría tomar la iniciativa de impulsar la imposición de una zona de exclusión aérea.

Pero a diferencia de Libia, Damasco posee sólidas defensas antiaéreas que harían inevitables bajas en las fuerzas aéreas que intervendrían en la operación. No es extraño, por tanto, que El Assad interprete esa pasividad internacional como una tácita licencia para matar.

 

Para más información:

Salam Kawakibi, “Siria: una crisis sin fin ni respuesta internacional”. Política Exterior 147, julio-agosto 2012.

Jesús Gil, Alejandro Lorca y Ariel José James, “Grupos étnicos y facciones en la lucha de poder en Siria”. Afkar/Ideas 34, verano 2012.

Natalia Sancha, “El desafío de El Assad y las vacilaciones de Occidente”. Política Exterior 142, julio-agosto 2011.

 

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