Silvio Berlusconi, presidente de Forza Italia, en un mitin en Milán el 25 de febrero. Berlusconi está inhabilitado para presentarse a las elecciones del 4 de marzo. GETTY

Italia, Alemania y el frágil optimismo europeo

Jorge Tamames
 |  27 de febrero de 2018

Desde 2010, la Unión Europea atraviesa ciclos de optimismo y catastrofismo recurrentes. La gestión de la crisis del euro dio alas a partidos euroescépticos o simplemente críticos con las políticas de austeridad. En junio de 2016, el Brexit confirmaba la impresión de una Unión sin proyecto, a la deriva. Ahí, en teoría, la UE tocó fondo. Ni Holanda ni Francia sucumbieron en 2017 al espectro del populismo. La previsible reelección de Angela Merkel, en septiembre, permitiría a la canciller alemana y a Emmanuel Macron retomar una muy anunciada senda de reformas e integración.

Desde entonces, no obstante, el proyecto permanece estancado. Los problemas de Merkel para formar un nuevo gobierno, unidos a las elecciones que se aproximan en Italia, enturbian el clima optimismo. El 4 de marzo, cuando los italianos voten y los socialdemócratas alemanes se pronuncien sobre la renovación de una gran coalición con el centro-derecha, la UE puede consolidar su relato triunfalista o dar comienzo a una nueva fase crítica.

 

Los problemas de otra gran coalición en Alemania

La consulta a los más de 460.000 militantes del SPD se realiza entre el martes 13 de febrero y el viernes 2 de marzo, pero los resultados se publican el día 4. De contar con una participación superior al 20%, serán vinculantes. En campaña, el candidato socialdemócrata Martin Schulz prometió no reeditar una gran coalición con Merkel (como las de 2005-09 y 2013-17), en la que el SPD hace de partido segundón y termina sangrando votos. Pero ha dado la espalda a sus promesas tras el fracaso de los democristianos (CDU) de Merkel al intentar formar una coalición con liberales y verdes. Un resultado negativo en la consulta a las bases del partido llevaría a nuevas elecciones si la CDU no es capaz de gobernar en minoría.

Ahora el SPD se enfrenta a una revuelta de sus bases, que ven con inquietud el debilitamiento constante del partido. En las elecciones del 24 de septiembre obtuvo un 20,5% de los votos, su resultado más bajo desde la posguerra; ahora algunas encuestas lo sitúan incluso por detrás de Alternativa para Alemania (AfD), el partido derechista xenófobo que irrumpió con fuerza en el Parlamento (12,6% del voto). La cara más conocida en esta insurgencia es Kevin Kühnert, líder de las juventudes del partido (Jusos, 70.000 miembros) que lleva semanas haciendo campaña a lo largo del país.

El clima le favorece. “Nunca he encontrado menos entusiasmo ante un posible nuevo gobierno,” observa el columnista británico Timothy Garton-Ash. “Esto debería ser una boda, pero parece un funeral. Y es lo que podría ser: el funeral del SPD”. Garton-Ash señala que la alianza de los dos grandes partidos de centro solo refuerza las alternativas en sus extremos. Si el SPD termina por aceptar la coalición, AfD se convertirá en el principal partido de la oposición.

En contraste con grandes coaliciones anteriores, en esta ocasión parece haber una agenda en disputa. Para acercar posiciones con el proyecto europeo de Macron, Merkel ha ofrecido el poderoso ministerio de Finanzas al SPD. Wolfgang Schäuble, el intransigente ministro entre 2009 y 2017, se mudó en octubre a la presidencia del Parlamento alemán. Analistas críticos con el conservadurismo de Merkel ante la crisis del euro, como Wolfgang Münchau, opinan que tal vez ahora se esté moviendo hacia un federalismo europeo genuino. Una apuesta que genera presión en su flanco derecho, al que también necesitará aplacar. Aunque la CDU ha aprobado el pacto de gobierno, la canciller se ha visto obligada a otorgar la cartera de Sanidad a Jens Spahn, su principal crítico dentro del partido. Jens Weidmann, el ortodoxo presidente del Bundesbank, continúa siendo la apuesta de Alemania para sustituir a Mario Draghi al frente del Banco Central Europeo.

 

Elecciones impredecibles en Italia

Esta decisión resulta clave para el futuro de Italia. Según Enric Juliana, las elecciones del domingo se juegan en un contexto de fuerte desgaste social, en el que la inmigración se ha convertido en un chivo expiatorio. Los problemas de fondo, sin embargo, están ligados al proyecto europeo y la gestión del euro. A nivel macroeconómico, Italia es uno de los países más perjudicados por la pertenencia a la unión monetaria. La productividad laboral lleva años erosionándose y los índices de crecimiento económico son exiguos –el 1,5% actual se considera un indicador de que la economía va viento en popa–. Italia es también el tercer mayor mercado de deuda pública (132% del PIB), detrás tan solo de Estados Unidos y Japón. A lo anterior se añade un cuadro típico del sur de Europa en la era de la austeridad. Aumentos de la edad de jubilación en 2012, una reforma laboral que facilitó el despido en 2015 y un costoso rescate del sector financiero (con el histórico Monte dei Paschi en su epicentro) en 2016. El paro se mantiene por encima del 10%.

La derecha podría ser la principal beneficiaria de esta coyuntura. Forza Italia, del sempiterno –pero inhabilitado– Silvio Berlusconi, se presenta en coalición con la antigua Liga Norte y Fratelli d’Italia, heredero del fascista Movimiento Social Italiano. La nueva Liga, que ha abandonado el separatismo padano y reforzado su discurso xenófobo, está en condiciones de obtener un resultado superior al de Berlusconi y elegir candidato a primer ministro. El Movimiento Cinco Estrellas, populista y de difícil ubicación ideológica, tiene posibilidades de consolidarse como el mayor partido de Italia. Los principales perdedores en las encuestas son el Partido Democrático y Matteo Renzi, que dimitió tras el fracaso de su referéndum constitucional en 2016 y esperaba recuperar el cargo de primer ministro, actualmente en manos de Paolo Gentiloni.

La clase política italiana, adepta en el arte de las maniobras, puede dar con una solución creativa al impasse que se avecina. También la votación del SPD podría quedar en nada: en la consulta de 2013, pese a posicionarse los Jusos en contra, la gran coalición obtuvo un 76% de apoyo. Pero un imprevisto en cualquiera de estos dos frentes el 4 de marzo pone en riesgo el relato de una UE nuevamente en marcha.

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