El entonces vicepresidente de Estados Unidos, Joe Biden, durante una visita oficial a Bruselas, en febrero de 2015. EMMANUEL DUNAND. AFP GETTY

¿Un Biden europeo? Mejor una Europa americanizada

Aunque Estados Unidos no se está europeizando, a la Unión Europea le conviene prestar atención. No para emular todo lo que hace Washington, pero sí su capacidad de reacción ante las crisis.
Jorge Tamames
 |  6 de mayo de 2021

Los 100 primeros días de Joe Biden han sorprendido a propios y extraños. El presidente de Estados Unidos ha puesto sobre la mesa casi seis billones de dólares en inversión pública (una descarga fiscal contra el Covid-19, otra en infraestructura, una tercera en planes familiares) durante la siguiente década. En su discurso reciente ante el Congreso, criticó a Wall Street e identificó a los sindicatos estadounidenses como los responsables de generar prosperidad en la economía. Aunque sus medidas aún debe aprobarlas un legislativo con mayorías débiles para el Partido Demócrata, se ha vuelto común vaticinar un cambio de paradigma económico, que pondría fin al modelo neoliberal apuntalado por Ronald Reagan y Margaret Thatcher en la década de 1980. Una transformación que estaría dejando atrás a la Unión Europea, lastrada por su incapacidad de ser más ambiciosa –o sencillamente pragmática– a la hora de promover la inversión pública.

Recientemente, no obstante, se ha extendido una lectura distinta. Según esta otra interpretación, Biden trata de “europeizar” la economía estadounidense, demasiado dependiente de los mercados y sin los estabilizadores automáticos que proporcionan los Estados del bienestar de la UE. Así lo señalan los investigadores Miguel Otero y Federico Steinberg en un informe del Real Instituto Elcano. Nacho Alarcón, corresponsal europeo de El Confidencial, también apunta que “Biden empieza a parecerse a un socialdemócrata europeo o un democristiano europeo moderado”. De manera distinta pero con conclusiones similares se manifiesta Helena Villar (Russia Today): “una piensa que cuando Biden dice que ya es hora de llevar agua corriente no contaminada a todos los hogares de EEUU en España se darán cuenta del retraso comparativo. Pues no, lo venden como planes extraordinarios y política de izquierdas”.

De alguna forma, no estaríamos ante una coyuntura tan sonrojante para la UE. Más bien constataríamos que –por fortuna– Europa es menos neoliberal que EEUU, y que Biden intenta cubrir parte de esa brecha. Pero el valor de esta formulación depende, antes de nada, de qué entendamos por “neoliberal” y por “Europa”.

 

Variedades de neoliberalismo

Un punto de partida útil son las líneas maestras que plantean Steinberg y Otero. La primera es su acertada mención a Karl Polanyi. Este pensador austrohúngaro teorizó, a mediados del siglo XX, una tensión fundamental del capitalismo democrático: la que exige al Estado promover tanto la protección social como el libre mercado. Dos objetivos a menudo contrapuestos, que en las últimas décadas han visto el encumbramiento del segundo en detrimento de la primera. Siguiendo este esquema, los Estados del bienestar europeos habrían sabido contener el avance de los mercados en áreas clave (véase, por ejemplo, la sanidad pública), que el modelo estadounidense ha descuidado. En tiempos de Covid-19, esta diferencia se revela como un problema para EEUU.

El segundo concepto es el de las “variedades de capitalismo”. Una perspectiva desarrollada por Peter Hall y David Soskice a principios del siglo XXI, que pone énfasis en cómo la configuración institucional de cada país se traduce en trayectorias de desarrollo distintas. Así, el capitalismo “coordinado” del norte de Europa se caracteriza por una mayor densidad sindical, la manufactura de productos de alto valor añadido y un capitalismo “paciente”, que invierte en proyectos de largo plazo aunando los intereses de sindicatos, empresarios, gobiernos y otros actores sociales. En el capitalismo “liberal” anglosajón, el sector financiero es mayor y más dinámico –lo que promueve la innovación y las start-ups– pero los mercados laborales están más desregulados. Lo que Biden estaría descubriendo es que, para combatir el Covid-19 –y también el auge de China, o el cambio climático–, EEUU necesita nuevos mecanismos de coordinación económica. En este esquema, la coordinación europea también vendría a ser “menos neoliberal” que el modelo liberal americano, porque asigna un papel destacado al Estado como actor socio-económico.

El problema lo encontramos en que el neoliberalismo no es tanto un modelo económico como un orden político. Es decir, no implica “más mercado y menos Estado”, sino un reajuste del segundo para redefinir sus prioridades. En la década de 1980, esto implicó reorientar la política económica para contener la inflación en vez de promover el pleno empleo. Un proceso que, lejos de afectar de manera diferente a economías “liberales” y “coordinadas”, las hizo converger en torno a una agenda común. En muchos de estos ámbitos la UE, lejos de resistir mejor el embate neoliberal, se adaptó aún más que EEUU.

Así quedó de manifiesto tras la crisis de 2008. Mientras el Banco Central Europeo, asustado por una inflación ficticia, subía tipos de interés en medio de una recesión, la Reserva Federal estadounidense –y, en menor medida, el Banco de Inglaterra– promovió una política de liquidez extraordinaria. Aunque ambas orillas del Atlántico apostaron por estímulos fiscales demasiado exiguos, fue Europa la que optó, de 2010, por políticas de austeridad que agravaron la crisis. No se trata, sin embargo, de invertir el razonamiento y señalar que Europa es “más neoliberal” que EEUU. Volviendo a Hall y Soskice, podríamos señalar la existencia de “variedades de neoliberalismo”, que emplean herramientas distintas para lograr objetivos similares. Lo interesante entonces sería constatar en qué medida EEUU y Europa rompen con sus respectivas inercias.

 

Divergencias transatlánticas

Llegados a este punto nos encontramos el segundo problema. “Europa” no es una entidad homogénea. El modelo económico madrileño, recientemente validado por las urnas, guarda más relación con el sueño reaganiano que con la socialdemocracia nórdica. Si tomásemos a Alemania como ejemplo de “europeidad”, nos encontraríamos con que su modelo de crecimiento promueve activamente el neoliberalismo de puertas para afuera. Biden, además, ni siquiera parece interesado en emular los pilares del modelo social europeo más atractivos en tiempos de pandemia, como la sanidad pública universal. En las primarias demócratas de 2020 destacó precisamente por su negativa a adoptar esta medida (Medicare for All), una reivindicación clave de la izquierda demócrata.

El detalle no es menor, porque nos sugiere que lo que está haciendo EEUU se entiende mejor en relación a su propia historia que como un proceso de imitación. El New Deal de Franklin Roosevelt –con quien tanto se compara a Biden en la actualidad– apostó por un keynesianismo progresista (gasto público, redistribución de la riqueza) mientras Europa seguía atrapada en la ortodoxia del patrón oro. Pero no logró la consolidación de un Estado del bienestar tan extenso como los que se crearon en la Europa occidental de posguerra. Eso indica que la política norteamericana reacciona con mayor rapidez y eficacia ante las crisis que la europea, pero que sus respuestas dejan un legado menos duradero en la estructura socio-económica del país. Una anécdota reveladora: el francés Olivier Blanchard, economista jefe del FMI entre 2008 y 2015, suele criticar los programas fiscales de Biden por parecerle excesivos. En el caso de Europa en general y Francia en particular, no obstante, Blanchard aconseja relajar las reglas de gasto público e incrementar el activismo en el plano fiscal.

Entendiendo la situación de esta forma, lo que estaría pendiente de resolución son las contradicciones de cada modelo. En EEUU: ¿tiene sentido plantear una reordenación económica tan ambiciosa para atajar una crisis puntual? Durante los años 30, Roosevelt declaro que lo único a lo que debían temer los americanos era “al miedo en sí mismo”. La agenda de Biden también parece una reacción ante el miedo: el que genera el auge de China, o un nuevo Donald Trump si la economía entrase en barrena. Como señala Samuel Moyn en The New York Times, “Las cosas que asustan a los demócratas son las que mejor explican lo que están haciendo, y cuándo se detendrán –y ese puede ser el problema–”. Queda por ver si la ambición de Biden sobrevive a la crisis del coronavirus o las elecciones legislativas de 2022, así como si su principal función se reduce a competir más y mejor contra China.

En la orilla europea, queda pendiente asumir una realidad incómoda: no se pueden mantener Estados del bienestar funcionales en un orden que prioriza la consolidación fiscal a corto plazo. Cuadrar las cuentas así implica recortar los estabilizadores automáticos –subsidios al desempleo, gasto sanitario– que se disparan en una crisis como la actual. Una señal positiva: el alemán Klaus Regling, director general del Mecanismo Europeo de Estabilidad (el organismo nominalmente encargado de rescatar a Estados miembros insolventes) acaba de declarar que los límites a la deuda pública consagrados en los tratados europeos “ya no tienen sentido”, por lo que urge flexibilizarlos. Pero aún queda mucho hasta desterrar el pensamiento económico obsoleto que desde 2010 se institucionalizó en Europa.

Aunque EEUU no se esté europeizando, a la UE le conviene prestar más atención a lo que sucede en la otra orilla del Atlántico. No para emular todo lo que hace Washington, pero sí para «americanizar» su reacción ante esta crisis y las futuras.

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