abe japón
Edición especial de una diario nacional japonés con la notica del asesinato del ex primer ministro Shinzo Abe (Tokio, 8 de julio de 2022). GETTY

Japón pierde a su referencia política del siglo XXI

El asesinato de Abe deja a la tercera potencia mundial huérfana de su principal figura política de las dos últimas décadas. A pesar de que no alcanzó a culminar la mayoría de proyectos económicos, políticos y de seguridad que deseaba para un Japón ‘normal’, es considerado el gran ‘transformador’ del país y uno de los arquitectos de las estructuras de seguridad que hoy imperan en el Indo-Pacifico.
Isidre Ambrós
 |  9 de julio de 2022

El 8 de julio, el político más influyente de Japón desapareció violentamente de escena. Shinzo Abe murió tiroteado en una calle de la ciudad de Nara mientras hacía campaña por los candidatos de su formación, el Partido Liberal Democrático, para las elecciones al Senado, que se celebran el 10 de julio. Con su fallecimiento desaparece el dirigente nipón que ha definido la política exterior y económica de la tercera potencia mundial en las últimas dos décadas.

Nacido en el seno de una elitista familia nipona en 1954, Abe vivió la política de su país desde su más tierna infancia. Su abuelo fue el primer ministro Nobusuke Kishi y su padre, Shintaro Abe, ocupó las carteras de Asuntos Exteriores y de Comercio Internacional. Abe obtuvo su primera acta de diputado en 1993. Fue el inicio de una vasta carrera política que le llevó a convertirse en el primer ministro japonés más joven desde el fin de la Segunda Guerra Mundial y el premier más longevo de su país, al ocupar este  cargo de forma ininterrumpida desde el 26 de diciembre del 2012 hasta septiembre de 2020, cuando dimitió por problemas de salud.

Político conservador de firmes convicciones nacionalistas, no alcanzó a culminar, sin embargo, la mayoría de proyectos económicos, políticos y de seguridad que deseaba para su país. No obstante, se le considera el gran “transformador” de Japón de este siglo.

Conocido por su dura política exterior y una estrategia económica conocida como Abenomics, que tenía como fin último reactivar la economía nipona tras dos décadas de recesión, su fama de estadista le llegó a partir de 2012. Fue en ese año cuando hizo una sorprendente reaparición política y prometió a los japoneses que sacaría al país de la depresión y la difícil situación económica que atravesaba. Un panorama agravado además por el triple desastre de marzo del 2011, cuando un fuerte terremoto causo el gigantesco tsunami que provocó la catástrofe nuclear de Fukushima.

 

«Abe batalló para que Japón recuperara el protagonismo que le correspondía como tercera potencia mundial, así como para frenar el expansionismo chino»

 

Allí empezó su larga y fructífera segunda etapa política, en la que se ganó el respeto de los japoneses y de la opinión pública internacional. Batalló por situar a su país en la escena internacional y para que recuperara el protagonismo que le correspondía como tercera potencia mundial, así como para frenar el expansionismo chino. Ello le llevó a mantener una alianza firme con los distintos presidentes de Estados Unidos.

Atrás había quedado un primer paso fugaz y controvertido de algo más de un año como primer ministro, en 2006. Puesto del que dimitió por problemas de salud y por varios escándalos de su administración, entre ellos la pérdida de 50 millones de registros de pensiones. Fue una larga travesía del desierto, de la que muchos analistas dudaron que sobreviviera, dada la tradición japonesa a sacrificar a sus primeros ministros dimitidos.

Pero Abe regresó y se consolidó como estadista. Sin embargo, nunca vio realizado su gran proyecto político de que Japón fuera un “país normal”. Un objetivo que incluía revisar la Constitución pacifista impuesta por EEUU en 1947 y lograr una Carta Magna propia que le permitiera tener un ejército. Meta que vio parcialmente alcanzada en 2015 cuando consiguió una modificación constitucional que permite a Japón movilizar a sus tropas para defenderse y apoyar militarmente a sus aliados en el extranjero.

A pesar de las luces y sombras de su gestión política, nadie cuestiona, sin embargo, que Abe fue el gran arquitecto de las estructuras de seguridad que actualmente rigen en la región del Indo-Pacífico, en su obsesión por frenar el expansionismo chino. Un término que, por cierto, fue el primero en acuñar.

 

«Sus firmes posicionamientos nacionalistas le llevaron a tener frecuentes choques con sus vecinos a causa de los crímenes de guerra cometidos por las tropas imperiales durante la Segunda Guerra Mundial»

 

Y es que a este duro y habilidoso político nipón se deben buen parte de las iniciativas regionales para frenar el creciente poder económico y militar de China en la región. La iniciativa del QUAD, un marco de cooperación en materia de seguridad que engloba a Japón, EEUU, Australia e India, es uno de ellos. Y la firma del Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica firmado por 11 países de ambas orillas del océano Pacífico y de la que se descolgó el presidente de EEUU, Donald Trump, es otro ejemplo.

Sus firmes posicionamientos nacionalistas también le llevaron a tener frecuentes choques con sus vecinos a causa de los crímenes de guerra cometidos por las tropas imperiales durante la Segunda Guerra Mundial. Abe consideraba que su país ya se había disculpado suficientemente. Convicción que le llevo a tener una relación glacial con Corea del Sur debido al contencioso que enfrenta a los dos países por las llamadas “mujeres de confort”. Abe rechazaba, al igual que el resto de líderes nipones, las acusaciones de Seúl de que se hubiera utilizado a las mujeres coreanas como esclavas sexuales durante la Segunda Guerra Mundial.

Sus éxitos y fracasos hicieron que popularidad fluctuase en Japón, si bien se mantuvo como el dirigente más influyente de su partido, el todopoderoso Partido Liberal Democrático. Prueba de ello es que esta formación modificó su reglamento para que Abe pudiera ser reelegido como líder por tercera vez consecutiva y así intentar culminar sus esfuerzos por modernizar la economía del país y volver a situarlo en la senda del crecimiento económico.

Para fortalecer la economía japonesa, Abe diseñó una estrategia global que bautizó con el nombre de Abenomics. Un paquete de medidas destinadas a sacar al país del estancamiento de la deflación, manteniendo al mismo tiempo la disciplina fiscal. Sin embargo, la volátil situación económica internacional y la debilidad interna hicieron que Japón cayera de nuevo en recesión y no alcanzará todos los objetivos que se había fijado.

Ese panorama, unido a diversas desaceleraciones y a su fracaso en empoderar a las mujeres en puestos directivos empresariales, así como las dificultades en modificar culturas laborales poco saludables, cuestionaron la validez de sus propuestas económicas. No obstante, sus sucesores siguen apostando por mantener vigente la Abenomics. Una señal inequívoca de que Abe seguirá influyendo en el devenir de su país más allá de su fallecimiento.

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