Asistentes frente al logotipo de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático COP27 de 2022, en el Centro Internacional de Convenciones de Sharm el-Sheikh el 6 de noviembre. (GEHAD HAMDY/GETTY)

La COP27 debe centrarse en hechos, no en palabras

En el contexto de policrisis de 2022, los negociadores de la COP27 deben estar preparados para abordar cuestiones espinosas y pasar de la fijación de objetivos a la aplicación de políticas. Como señala Naciones Unidas, la ventana de oportunidad se está cerrando.
Marie Vandendriessche
 |  7 de noviembre de 2022

Tras un año de catástrofes y crisis, ha llegado el momento de que los negociadores de 197 países y la UE se reúnan de nuevo para debatir la calamidad sistémica de nuestro presente y posible futuro.

Los líderes mundiales y miles de representantes nacionales se reúnen estos días en la localidad egipcia de Sharm el-Sheikh para la COP27, el foro anual de negociaciones sobre el clima de la ONU.

Algunos miembros de la sociedad civil, entre ellos Greta Thunberg, anunciaron que no acudirán a la COP para condenar el lento ritmo de avance de las negociaciones y protestar por el historial en materia de derechos humanos de la presidencia de la COP de este año.

Y no cabe duda de que la acción climática avanza con demasiada lentitud.

Las catástrofes climáticas de 2022 — las sequías en China y Europa, las inundaciones que han afectado la vida de 33 millones de paquistaníes y las inundaciones, sequías e incendios forestales en numerosos países africanos, por nombrar algunas — son señales reveladoras, que se producen con “solo” 1,1 grados centígrados de calentamiento. Tal y como ha dicho este mes el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), la ventana de oportunidad para estabilizar el clima se está cerrando rápidamente.

La COP27 es una oportunidad crucial para evitar que esa ventana se cierre de golpe. Pero los preparativos para esta conferencia han sido tremendamente difíciles. La invasión de Ucrania por parte de Rusia ha provocado enormes consecuencias en materia de seguridad, economía, energía y alimentación, dejando a los gobiernos y a los ciudadanos luchando por encontrar soluciones. En medio de este caos, se vislumbraba una cuestión importante: ¿la lucha contra el cambio climático y el progreso en la transición energética se convertirían en nuevas víctimas de la guerra de Rusia?

Según los datos más recientes de la Agencia Internacional de la Energía, la respuesta es no.

 

«¿La lucha contra el cambio climático y el progreso en la transición energética se convertirían en nuevas víctimas de la guerra de Rusia? La respuesta es no.»

 

Más bien ha ocurrido lo contrario: la crisis energética y los elevados precios de los combustibles fósiles provocados por el uso de la energía como arma han contribuido a que los gobiernos adopten nuevas medidas para limitar su dependencia de estos combustibles, acelerando potencialmente la transición energética. Por primera vez, se espera que la demanda de combustibles fósiles alcance un pico o se estabilice en todos los escenarios de la AIE.

Para la UE, a corto plazo, esta tendencia no es tan visible: algunos Estados miembros que habían prometido el fin del carbón han vuelto a poner en marcha las centrales para garantizar el suministro de electricidad. Sin embargo, a medio y largo plazo, el impacto de la brutal guerra de Rusia contra Ucrania sí que ha llevado a la UE a reforzar su trayectoria de descarbonización.

La combinación del REPowerEUPlan lanzado ante la agresión rusa, y el impulso actual de la legislación Fit for 55 está acercando a la UE a la trayectoria para alcanzar una reducción del 55% — o incluso más — de las emisiones en 2030.

El acuerdo aún no está cerrado: muchas políticas siguen en las mesas de negociación, y la UE debe permanecer atenta para evitar que sus acciones para garantizar la seguridad del suministro a corto plazo consoliden un futuro con elevadas emisiones de carbono. En general, sin embargo, la UE está liderando la transformación de la ambición climática en realidad.

A pesar de todas las malas noticias de este año, parece que está surgiendo algo de luz. El cambio climático no ha desaparecido de las agendas de los responsables políticos, como ocurrió tras la crisis de 2008. Y el mecanismo de París parece estar funcionando: antes de 2015, nuestra trayectoria colectiva conducía a un calentamiento de 3,5 grados para 2100; siete años después, esta cifra se ha reducido considerablemente.

Pero se necesita mucho más, tanto en ambición como en aplicación. En cuanto a la ambición, si se aplican todos los planes climáticos nacionales (contribuciones determinadas a nivel nacional o CDN, en la jerga climática), nos dirigimos a un futuro de 2,4 o 2,6 grados, superando con creces los objetivos de temperatura del Acuerdo de París de 1,5 o 2 grados.

Sin embargo, incluso ese futuro peligrosamente cálido se basa en la premisa de que los gobiernos aplicarán las políticas necesarias para alcanzar los objetivos de la CDN. Y en la actualidad, todavía no es así: si las políticas actuales se ejecutan sin ningún cambio, el mundo sería 2,8 grados más cálido en 2100.

 

«La COP27 no se centrará únicamente en los nuevos objetivos de reducción de emisiones. Ha llegado el momento de garantizar su implementación

 

Establecer objetivos, especialmente los de largo plazo para 2050, 2060 o 2070, es más fácil que diseñar y ejecutar las políticas y medidas para poner a las economías en el camino de alcanzar esos objetivos. Por lo tanto, la COP27 no se centrará únicamente en los nuevos objetivos de reducción de emisiones para 2030 o 2050: en Egipto, también ha llegado el momento de garantizar su implementación.

Pero mientras los negociadores se centran en mitigar el cambio climático para evitar sus peores efectos, el calentamiento que hemos acumulado ya ha provocado importantes consecuencias. Los países y poblaciones no tendrán más remedio que adaptarse a sus climas cambiantes, y los estados vulnerables con poca responsabilidad histórica en el cambio climático son los que más están sufriendo sus impactos, a la vez que tienen la menor capacidad de adaptación. Aunque la adaptación es uno de los pilares fundamentales del Acuerdo de París, nunca ha recibido el mismo nivel de atención que la reducción de emisiones. En esta COP, que se celebra en África, es seguro que ocupará un lugar destacado en las agendas.

La necesidad de intensificar urgentemente la acción tanto en la mitigación como en la adaptación conectará sin duda con un importante elefante en la habitación: la financiación del clima.

Los países desarrollados no han cumplido su promesa de proporcionar a los países en desarrollo 100.000 millones de dólares anuales de financiación climática para 2020, pero incluso esta cifra está muy por debajo de las necesidades reales de financiación. Además, el sistema de bancos multilaterales de desarrollo debe actualizarse para proporcionar la financiación necesaria para las realidades climáticas actuales.

Más allá de la financiación, está la cuestión de las pérdidas y los daños: las pérdidas materiales e inmateriales derivadas del cambio climático, que no pueden recuperarse, y por las que algunos Estados vulnerables buscan compensación. Esta cuestión, que lleva mucho tiempo cociéndose a fuego lento en las negociaciones de la CMNUCC, es una de las que más posibilidades tiene de entrar en ebullición durante la COP27. La UE y EEUU han mostrado voluntad de debatir este tema, pero será necesaria una hábil diplomacia para abordar la cuestión.

Aunque el cambio climático no ha desaparecido del orden del día en medio de la policrisis de 2022, la agenda de la COP27 está muy cargada y se esperan muchos debates espinosos. Los negociadores de Sharm el-Sheikh se enfrentan a una misión desalentadora pero vital. Vacilar no es una opción.

 

Artículo originalmente publicado en inglés en la web de Carnegie Europe. Forma parte de ENGAGE, un proyecto que examina los retos de la gobernanza mundial y la acción exterior de la UE.

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