Manifestantes en Teherán piden la muerte de Salman Rushdie después de que el ayatolá Jomeini proclamara una fetua que lo condenaba a muerte. Febrero de 1989. (KAVEH KAZEMI/GETTY)

Prevenir es cuidar

El atentado contra Salman Rushdie reaviva el debate sobre la importancia de la seguridad y el papel de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado. Las políticas preventivas han sido clave para la decadencia los grandes grupos terroristas, pero también han favorecido la falsa sensación de que el problema yihadista pertenece al pasado.
Sergio Sánchez Benítez
 |  4 de noviembre de 2022

El 12 de agosto, mientras leía las últimas noticias del atentado contra Salman Rushdie, no pude evitar acordarme de Stanley Doll. ¿Cómo habrá reaccionado Stan al enterarse de la noticia?, pensé. Seguramente, habría sentido tanta rabia e impotencia como nosotros, pero se habría sobrepuesto enseguida para analizar fríamente la situación. Supuse que habría querido enterarse de todos los detalles, reconstruir mentalmente el crimen, extraer lecciones para evitar otros ataques. Meras conjeturas, porque mi conocimiento de Stan se limita a la descripción que hace de él Rushdie en su magistral relato autobiográfico Joseph Anton.

Stan, cuenta Rushdie en su libro, era uno de los mejores jugadores de tenis de la policía británica y formaba parte, junto a Ben Winters, ambos “asombrosamente apuestos”, del primer equipo de seguridad que lo protegió. Cuando el 14 de febrero de 1989 el ayatolá Jomeini proclamó una fetua que condenaba a muerte al autor de Los versos satánicos y a todo quien hubiese participado en la publicación de ese libro, la noticia provocó reacciones de todo tipo. Hubo quien le quitó importancia, quien condenó la fetua pero también la actitud supuestamente irreverente del escritor, tampoco faltaron opiniones que señalaban que Rushdie debía afrontar en solitario las amenazas desatadas por su libro. “Él solito se lo había buscado”, decían algunos. Una letanía de opiniones que se ha repetido después en casos como el de Charlie Hebdo o el de las caricaturas de Mahoma. Pero por encima del ruido de fondo de las opiniones y noticias, Stan supo alzar su voz: “No puede permitirse esto de amenazar a un ciudadano británico. No es de recibo. Se resolverá”, nos cuenta Rushdie que le dijo la noche que se conocieron. Así de simple. Y el escritor descansó a partir de entonces más tranquilo.

Aunque solo he conocido a Stan a través de la literatura, he tenido el privilegio de tratar a muchos profesionales como él, y trabajar con ellos. Guardaespaldas capaces de soportar insultos e, incluso, agresiones sin moverse del sitio ni perder la concentración. Policías o militares que pueden tener la peor de las opiniones de la persona a la que protegen o discrepar de la misión asignada, pero que darían su vida por cumplir con su deber. En definitiva, mujeres y hombres de la Policía y la Guardia Civil, de las Fuerzas Armadas y del Centro Nacional de Inteligencia (CNI) que dedican sus vidas a cuidarnos, a protegernos. Y lo hacen, además, en silencio. Con esa singular recompensa que las Reales Ordenanzas definen como “la íntima satisfacción del deber cumplido”. Al igual que Stan y Ben, ellos también aparecen con nombres ficticios en las noticias y en los libros, y cuando salen en la tele los vemos y oímos con los rostros pixelados y las voces distorsionadas.

En el mundo actual, el trabajo de todos estos profesionales de la seguridad sería imposible sin un enfoque preventivo. Eso es lo que han puesto de manifiesto atentados como el 11-S o el 11-M, incluso el reciente ataque contra Rushdie. Las nuevas tecnologías permiten el adoctrinamiento y el reclutamiento a distancia por parte de las organizaciones terroristas. Las personas y los capitales que financian el terror viajan sin restricciones hasta el último rincón de la aldea global. Nunca ha sido más fácil encontrar las instrucciones para fabricar una bomba o ha sido más sencillo sentirse parte de una organización terrorista sin haber tenido contacto de ningún tipo con ella, como en el caso de los mal llamados “lobos solitarios”. Sin prevención, sin inteligencia, sin cooperación internacional, el combate contra el terrorismo no solo sería asimétrico, sería sencillamente una labor condenada al fracaso de antemano.

Por supuesto que, en la prevención del fenómeno terrorista, se cometen errores o se producen falsos positivos en la identificación de sospechosos. También es cierto que la seguridad absoluta es una quimera: por desgracia, a veces los terroristas consiguen perpetrar un atentado. Pero el otro plato de la balanza no está vacío. Ni mucho menos. La inteligencia del CNI y la acción preventiva de las fuerzas de seguridad españolas han salvado miles de vidas humanas. Y no solo vidas de españoles o de residentes en España, porque la cooperación internacional es y seguirá siendo clave.

Desde el funesto 11 de septiembre de 2001, los servicios de inteligencia occidentales han conseguido evitar millones de muertos. No hay mayor posverdad que ofrecer estadísticas de detenidos en operaciones relacionadas con el yihadismo finalmente exonerados sin mencionar que España es uno de los países más seguros del mundo, tanto en seguridad subjetiva o percepción de seguridad como objetiva (con una tasa de 0,6 homicidios por 100.000 habitantes, frente al promedio de 3,7 en los países de la OCDE). Sin un enfoque preventivo, habría sido mucho más difícil acabar con ETA, uno de los grupos más sanguinarios de la historia global del terrorismo.

 

«La dicotomía entre libertad y seguridad es falsa: sin seguridad no hay libertad, no hay vida, no hay nada.»

 

Sin duda, es necesario refinar las herramientas de análisis de las políticas públicas de seguridad para determinar su eficacia. Es imprescindible, asimismo, aumentar la cultura de seguridad, de modo que tanto los responsables políticos como los ciudadanos conozcan, hasta donde sea posible, el trabajo de los servicios de inteligencia y de seguridad en la lucha contra el terrorismo. La prevención del terrorismo exige la colaboración ciudadana, la formación de inteligencia colectiva o comunitaria, y la colaboración de las policías de proximidad y de las autoridades educativas. Exige también que nuestros servicios de inteligencia cuenten con la última tecnología disponible y los analistas mejor formados. No se trata de caer en la trampa de la “tolerancia represiva” que propugnó Herbert Marcuse, sino de construir una tolerancia basada en el respeto a los principios y valores democráticos reconocidos en nuestra Constitución. La dicotomía entre libertad y seguridad es falsa: sin seguridad no hay libertad, no hay vida, no hay nada.

Alguno de los asistentes al acto del pasado 12 de agosto en el que fue apuñalado Rushdie comentó después del atentado a los periodistas, con lógica indignación, que había sido más difícil entrar al recinto con un café que con un arma. La decadencia del Dáesh y Al Qaeda, resultado precisamente de las políticas preventivas, está provocando la falsa sensación de que el problema yihadista pertenece al pasado. Los controles se están relajando. Es fácil caer en la tentación de pensar que ya no necesitamos esas medidas preventivas que hasta ahora nos han permitido ganar muchas batallas, la mayoría de ellas desconocidas, en la guerra contra el terrorismo. Las amenazas siguen ahí, y la invasión rusa de Ucrania es la mejor prueba de ello. Stan no puede estar en todas partes. Y la seguridad entendida en un sentido integral es cuidar de las personas, hacer que puedan desarrollar sus vidas libremente, con tranquilidad. Minority report es solo una película. La prevención se construye día a día. Y prevenir es cuidar.

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