La desesperación de una Unión debilitada

Carlos Carnicero Urabayen
 |  2 de marzo de 2016

Como agarrados a una gran roca, en medio de una fuerte tempestad, con olas y tormentas de fuerza desconocida, los líderes de la Unión Europea han llegado a un acuerdo que despeja el camino para que Reino Unido pueda celebrar un referéndum sobre su permanencia en el club el próximo 23 de junio. La roca representa el espacio común que lleva décadas construyéndose en Europa. La tormenta y las olas son sus actuales amenazas: una crisis de refugiados nunca vista desde la Segunda Guerra mundial, ataques yihadistas que sacuden las capitales europeas y amenazan con cambiar nuestro modo vida, una conflictiva relación con un vecino gigante, Rusia, y unas fuerzas populistas que, tomando impulso en esta tormenta perfecta, están decididos a destruir la gran roca.

¿A quien puede extrañar que, en circunstancias tan adversas, una UE debilitada haya tomado medidas desesperadas para evitar lo peor: que un miembro –nada pequeño por cierto– decida abandonar la roca y quizá provocar que otros sigan el mismo camino?

Por primera vez, los 28 líderes que se reunieron en Bruselas durante casi 48 horas, con muchos encuentros bilaterales y pocas horas de sueño, firmaron un acuerdo que hace retroceder a la UE. Si hasta ahora la Unión iba avanzando a base de pasos cortos, envueltos en complejos tratados, pero siempre en la misma dirección, ahora se deshace parte del camino andado. Y no son pocos los observadores que se preguntan: ¿es este el primer retroceso de otros tantos que vendrán?

Hay en el acuerdo del 19 de febrero asuntos simbólicos y otros de mayor calado. Que Reino Unido quiera garantías de que los intereses de su centro financiero, la City, van a estar bien protegidos frente a los avances de la unión monetaria no es nuevo. Que haya logrado dejar sin significado el histórico leit motiv comunitario –“una unión cada vez más estrecha”, es decir que quienes están en Europa caminan juntos hacia un destino compartido– es algo más preocupante, pues anima a otros Estados también euroescépticos a que traten de buscar acuerdos que reconozcan sus diferencias y frenen la integración. En otras palabras: si no te gusta una política, no tienes por qué aplicarla.

No ha tardado ni una semana el primer ministro húngaro, Viktor Orbán, en anunciar que realizará un referéndum para decidir si quieren aplicar o no el plan europeo de reparto de refugiados. Es un riesgo real que, a partir de ahora, la multiplicación de una UE a la carta distorsione las esencias del proyecto compartido y libere a los Estados miembros de sus responsabilidades.

Pero el gran paso atrás está, sin duda, en la parte del acuerdo (sección D) que se refiere a los derechos sociales de los europeos que trabajan en un Estado diferente al suyo. Reino Unido podrá solicitar la aplicación de un “freno de emergencia” que le permitirá restringir ciertos beneficios sociales a los trabajadores que no sean británicos, por una duración máxima de cuatro años desde que llegan al país. Podrá utilizar este mecanismo durante un máximo de siete años. Se abre la puerta de este modo a que dos trabajadores reciban un salario distinto por un mismo trabajo, por la razón de tener pasaportes distintos. Y no solo en Reino Unido, pues otros países podrán utilizar también este mecanismo.

 

Referéndum sobre la permanencia o no de Reino Unido en la Unión Europea

Fuente: The Economist
 

¿Y todo para qué?

Aquí es donde se puede percibir en su integridad la desesperación de una Unión debilitada que trata a toda costa que Reino Unido no se vaya. Porque a pesar del impacto que tiene el acuerdo para la construcción europea, este no tendrá una importancia significativa en la campaña del referéndum. Ha facilitado, eso sí, que David Cameron pueda convocarlo, pero nada más. Fuera cual fuera el texto acordado, las concesiones a Cameron iban a saber a poco para los euroescépticos que están decididos a hacer campaña para la salida del Reino Unido de la UE.

El debate central será sobre las ventajas e inconvenientes de pertenecer a una organización a la que entraron en 1973. Ya entonces se podía leer en un documento oficial del gobierno británico que daba cuenta de las ventajas de pertenecer a la Comunidad Económica Europea: “Nuestro país será más seguro (…) nuestra habilidad de mantener la paz y promocionar el desarrollo en el mundo será mayor, nuestra economía será más fuerte y nuestra industria y nuestro pueblo serán más prósperos”. Son estas cuestiones esenciales, todavía más importantes en el debate europeo en Reino Unido a día de hoy, las que decidirán el referéndum. A su lado, el acuerdo firmado recientemente es una pura anécdota.

Por último, no debemos olvidar que quizá lo acordado no sirva para evitar que los británicos decidan marcharse de la UE. Se aventura un resultado ajustado en el que podrían vencer los partidarios de la salida. Los firmantes del acuerdo tuvieron a bien incluir una “cláusula de autodestrucción”, según la cual, el acuerdo será papel mojado, morirá, en caso de que se produzca el Brexit. Pero el precedente, en una Europa en la que el nacionalismo se extiende por los cuatro rincones, ya se habrá producido. Se dará por válido que quien no esté conforme con una política exija cambiarla o amenace con la salida, incluso cuando sus demandas obedezcan a pulsiones populistas y no a argumentos racionales y económicos de peso. La francesa Marine Le Pen, que ha declarado que “espera que el pueblo británico sea recompensado con la libertad”, ha insinuado que, si logra ser presidenta de Francia, exigirá un referéndum a la británica. Otros tantos en la UE aguardan su turno.

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