La prensa no detendrá a Trump

Jorge Tamames
 |  9 de marzo de 2017

Muchas relaciones de Donald Trump exhiben un patrón maniaco-depresivo. Con sus adversarios políticos, el presidente alterna entre amenazas y muestras teatrales de afecto. Las bolsas, que amenazaban con desplomarse si ganaba las elecciones, se volvieron eufóricas en cuanto presentó su agenda económica. Pero el máximo exponente de estos altibajos es la prensa de Estados Unidos. Lejos de convertirse en una oposición implacable al presidente, los principales medios de comunicación mantienen una relación compleja y contradictoria con la Casa Blanca.

La tensión entre la administración y el cuarto poder es constante. Steve Bannon, el consejero ultraderechista de Trump, opina que la prensa es “el partido de la oposición” y debe “mantener la boca cerrada”. Kellyanne Conway, asesora del presidente, presenta las mentiras recurrentes de su administración como “datos alternativos”. El portavoz de la Casa Blanca, Sean Spicer, regaña a los periodistas con regularidad. Los tres reflejan el carácter de un jefe que promueve teorías conspirativas, critica a la prensa a diario y la acusa de difundir falsedades. Casi todos los grandes medios de comunicación han respondido con hostilidad. No falta quien recuerde la era del Watergate, cuando unos pocos periodistas valientes hicieron tambalearse a otro presidente autoritario.

Todo ello se vino abajo el 28 de febrero. Tras un primer mes desastroso, Trump optó por cambiar de registro. Dirigiéndose por primera vez al Congreso, se resignó a moderar su discurso, leyendo del teleprompter y homenajeando al soldado que falleció durante una misión desastrosa en Yemen. Cambió la forma, pero no el fondo: como señala Íñigo Sáenz de Ugarte, su mensaje era tan intolerante como de costumbre.

La prensa estadounidense se volcó en elogios. Van Jones, el comentarista de CNN que hasta ese momento se había mostrado crítico con el presidente, se deshizo en halagos. El Washington Post y el New York Times elogiaron su moderación. Un plot twist espectacular: Trump, xenófobo chapucero y presidente por accidente, salió del Congreso transformado en un hombre de Estado. Los asesores del presidente, sorprendidos ante una respuesta tan favorable, subrayaron que su mensaje apenas había cambiado.

 

 

La buena racha duró hasta el 4 de marzo, cuando Trump emitió, desde su mansión en Florida, una serie de tuits en los que acusaba a su predecesor de haberle espiado durante 2016. El presidente dedicó el resto del fin de semana a perder los estribos por enésima vez. Nuevo viraje narrativo: Trump vuelve a Washington convertido en matón delirante.

Los derrapes no son accidentales. El presidente y los principales grupos mediáticos estadounidenses mantienen una relación simbiótica. Trump, obsesionado con su presencia pública, pasa gran parte de su tiempo sentado frente a la pantalla. La industria del periodismo, perennemente empobrecida en la era de Internet, ha encontrado en el presidente una mina de oro que dispara los índices de audiencia. A ello se unen las predisposiciones de muchos periodistas: una mayor simpatía hacia las élites políticas que la media nacional, absoluto desinterés por las áreas rurales y empobrecidas de EEUU, y un énfasis exagerado en las liturgias de Washington (el discurso de turno, tal metedura de pata inesperada…). El resultado es un cuarto poder difícilmente preparado para enfrentarse al presidente.

El caso de las cadenas televisivas ilustra la dinámica. Les Moonves, presidente de CBS, señaló hace un año que Trump “puede no ser bueno para América, pero es condenadamente bueno” para su empresa. Y si lo que es bueno para su empresa no es bueno para EEUU, sí lo ha sido para el presidente. La campaña de Trump apenas tuvo que invertir en publicidad gracias a la cobertura que le brindaban los medios, obsesionados con retransmitir cada una de sus ocurrencias.

La relación con CNN es similar. A pesar de recibir críticas constantes de la administración, la cadena cerró 2016 con un beneficio de 1.000 millones de dólares. El periodista Don Kaplan señala que la relación entre Trump y Jeff Zucker, presidente de CNN, “es como un iceberg” que esconde enormes intereses comunes bajo una imagen de enemistad incondicional. “Donald Trump y CNN comparten el mismo objetivo: montar un buen show”, señala Nathan Robinson, editor de la revista Current Affairs.

La relación con Fox News es algo más compleja. La cadena, que actúa como el brazo mediático del Partido Republicano, realizó un tira y afloja con Trump durante 2016, atacándole en varios debates durante las primarias. Esta tensión la encarnaba Megyn Kelly, moderadora en varios debates, a quien Trump lanzó una serie de insultos machistas. En la medida en que el presidente y la cadena conservadora han enterrado el hacha de guerra y puesto su agenda en común, Trump ha terminado por obtener el respaldo de Fox News. Kelly, que abandonó la cadena a principios de año, actualmente trabaja para NBC, el equivalente progresista de Fox. Esta cadena critica constantemente a Trump, pero su línea de ataque, centrada en su cercanía a Rusia, es un eco de las que realizan los dirigentes del Partido Demócrata.

Los medios de papel tampoco están exentos de contradicciones. El Wall Street Journal, de tendencia conservadora, está reformando su sección de opinión para volverla más favorable a Trump. El New York Times se han mostrado abiertamente crítico con el presidente, que les paga en la misma moneda. La relación es idónea para el NYT: el periódico ha obtenido 276.000 nuevos suscriptores a su edición digital en los tres últimos meses de 2016, un aumento sin precedentes.

Lo que no está claro es hasta qué punto los mismo medios que confundieron al público durante la guerra de Irak pueden erigirse en el azote de la “posverdad” y las noticias falsas. El Washington Post, especialmente beligerante frente a Trump, realizó un 2016 nefasto, con una cobertura de campaña sesgada al publicar artículos difamatorios falsos.

En EEUU no faltan periodistas excelentes, tanto en los medios independientes como en los principales grupos mediáticos. Pero el conjunto de la industria mediática, que aupó a Trump en primer lugar, difícilmente podrá frenarlo. Sobre todo mientras resulte tan lucrativo.

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