Un soldado ucraniano caminando entre escombros en Zaporiyia, Ucrania (12 de junio de 2022). GETTY

Los costes de la paz

La paz en el conflicto entre Rusia y Occidente conlleva costes y tensiones crecientes. Las negociaciones actuales, impulsadas por intereses geopolíticos y demandas de seguridad asimétricas, dejan a Europa y Ucrania en una encrucijada.
Andrés Ortega
 |  4 de marzo de 2025

Ni será justa, ni será fácil, ni está garantizada. En el camino hacia el fin de esta guerra hay una paradoja, bastante habitual: las partes están reforzando sus respectivos avances sobre el terreno de cara a la negociación que ya ha empezado. Las perspectivas de paz generan, de momento, más guerra. La paz comportará costes. Pero la prolongación de la guerra llevaría a una confrontación permanente entre Rusia y lo que antes se llamaba Occidente.

Esta guerra, se ha dicho hasta la saciedad, no se podía ganar por parte ucraniana-occidental. Ese fue un error de partida de los europeos, espoleados por la Administración Biden. Se pensaba al menos en no perderla, y, desde hace años, en debilitar a Rusia. El desgaste se ha producido sin coste humano alguno, sin bajas, por parte occidental, aunque Rusia se ha reforzado en varios aspectos, como el industrial en economía de guerra. Si paz hay, Occidente roto, y concretamente Europa, dividida, habrán perdido esta guerra. Será un nuevo gran fracaso, el cuarto en este siglo, para occidente/OTAN, después de Irak 2003 –invasión que no tendría que haberse producido– Libia, y Afganistán –retirada que tampoco tenía que haberse producido–, o la salida del Sahel.

Después de las conversaciones entre rusos y estadounidenses, en Riad primero y luego en Estambul, Putin ha expresado algunos de sus puntos de vista, en una larga entrevista y en un discurso. Por primera vez ha considerado que estos contactos iniciales “inspiran un cierto grado de esperanza”. Muchas de las posiciones de unos y otros son de cara a la negociación que ya ha empezado. Pueden cambiar. Cambiarán.

El orden de los factores altera el producto. Putin no busca solo ni en primer lugar una posible paz en Ucrania, sino un acuerdo más amplio que cubra las relaciones de todo tipo con Estados Unidos, las diplomáticas, la economía y la energía, los elementos básicos de una arquitectura de seguridad que incluya la renovación de acuerdos sobre armas estratégicas, y otras muchas cuestiones. De eso, no solo de Ucrania, se habló en esas reuniones.

Para Trump, detrás de todo esto está la cuestión china, el único país que supone un rival, un reto ¿y una amenaza? para EEUU, confrontación en la que se quiere centrar. Trump busca desactivar la guerra de Ucrania y, en lo que pueda, la relación estratégica Moscú-Pekín que se ha reforzado con este conflicto y las sanciones occidentales. China, inteligentemente, ve ahora “una oportunidad para la paz”.

 

Garantías asimétricas

El presidente ruso dice rechazar un alto el fuego. Quiere una paz amplia que no se limite a Ucrania, sino europea y global. Aunque no hay que descartar que si, más bien tarde que pronto, queda patente la imposibilidad de una paz, se llegue a una solución a la coreana, un alto el fuego de hecho. Lo que generaría una situación de tensión permanente para el conjunto de Europa.

Probablemente lo más difícil en esta partida de póquer diplomático y militar es lograr garantías de seguridad para las dos partes en conflicto, porque no serán garantías simétricas, y de momento resultan incompatibles.

En Minsk en 2014 y posteriormente en Estambul en marzo de 2022, cuando había invasión, pero aún no la devastación que asola hoy a Ucrania, Rusia exigió no solo la renuncia a un horizonte en la OTAN para una Ucrania neutral, y para otros países como Georgia. También que la OTAN redujera su infraestructura militar en Europa del Este a los niveles previos a 1997, antes de las expansiones que incluyeron a países del antiguo bloque soviético, y garantías de que no se desplegarían misiles de medio y corto alcance cerca de las fronteras rusas. Ahora seguramente habría que incluir un control de los drones, elementos que se han convertido en esenciales y masivos en esta guerra en la que se lanzan cientos de ellos cada día. En esas anteriores ocasiones, Moscú planteó límites concretos a las fuerzas armadas que Kiev pudiera tener, lo que Moscú llama “desmilitarización”. Se habló de 85.000 soldados y un número limitado de carros de combate, aviones y otros tipos de armamentos. Algo muy insuficiente para Kiev.

Ucrania, por su parte, pide garantías de seguridad occidentales. Zelenski ha renunciado a que Ucrania entre en la OTAN, pero solicita un despliegue de tropas europeas o de la Alianza, algo que hoy por hoy Moscú rechaza de plano. La cesión de Kiev a Trump para un acuerdo, que ha quedado momentáneamente suspendido, sobre la explotación de indispensables tierras raras –que permitiría a EEUU reducir su dependencia a este respecto en China– y otros activos naturales es un intento desesperado para que EEUU siga involucrado en la seguridad de Ucrania, sin garantía, sin embargo, por parte de Trump. Quizás llegue a plantearse un despliegue de mantenimiento de la paz en otro marco, la ONU, con países terceros, como China. Pero esto no va solamente de Ucrania, sino también de garantías de seguridad a los países de la UE y la OTAN que se sienten amenazados, como los Bálticos –con importantes minorías rusas–, Polonia (en donde hay, por razones históricas, fuertes corrientes no solo anti rusas, sino anti ucranianas) o Finlandia, ahora en la Alianza Atlántica.

Europa en su conjunto también necesita garantías de seguridad que ya no le brindará Estados Unidos (salvo, quizás, en lo nuclear). Esas garantías pasan, de momento y a la espera de una posible reconciliación paneuropea con Rusia, por evitar un rearme o sobrearme de ésta, y a la vez dotar a Europa de una verdadera dimensión militar. Para empezar industrial, pues la perspectiva de un “ejército europeo” se antoja irreal. Ambos, Ucrania y los europeos, necesitan evitar que Rusia aproveche la paz, o incluso un alto el fuego, para rearmarse y reconstruir sus arsenales, en buena parte en vías de agotarse.

En cuanto al ingreso de Ucrania en la UE, posibilidad que la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, contempla –¿con qué mandato?– para 2030, Moscú no lo aceptaría si la Unión cobrase una dimensión militar real y efectiva. Llegados a este punto, sin esa dimensión la Unión no solo no avanzará, sino que retrocederá, a falta de los cimientos estratégicos de EEUU.

De hecho, hay una coincidencia entre Putin y Trump, por distintas razones, en socavar a la UE. Ninguno quiere como interlocutor a “Bruselas”, desde luego no a von der Leyen, y menos aún a la alta representante, la estonia Kaja Kallas. Está por ver si el presidente del Consejo Europeo, el portugués António Costas, con una visión más amplia, cobra un papel más relevante. Ahora bien, lo que más sorprende de los europeos es que se sorprendan de lo que está ocurriendo, cuando desde la victoria de Trump en noviembre era esperable, incluso anunciado.

En todo caso, de momento Trump y Putin están ninguneando a la UE en esta materia. Trump prefiere tratar bilateralmente con algunos dirigentes, incluido Macron y, desde fuera de la UE, Starmer, con el que pretende una relación “especial” (término que suena bien en Londres, aunque esconda un vasallaje). Putin se prepara para hacerlo también, si se presenta el caso, sin pasar por “Bruselas”. Todo ello a corto plazo debilita la idea de una Europa que, por otra parte, está internamente dividida, entre Estados y en sus sociedades, como se refleja en elección tras elección. Podría crecer ante una crisis, o perder relevancia si su base estratégica, la OTAN, la pierde también. Hoy por hoy, sin embargo, los europeos no están capacitados para prolongar por sí mismos el apoyo militar a Kiev. Para empezar, sus arsenales también se han vaciado. La hora de Europa, si acaso, llegará con la reconstrucción.

 

Sin Zelenski

Tanto Putin como Trump han marginado de momento a Zelenski de sus negociaciones. Ambos buscan un cambio de régimen, o al menos de liderazgo en Kiev. Rusia habla de “desnazificación”. Considera a Zelinski “ilegítimo” por no haber celebrado elecciones (¿en plena guerra?) cuando superó su mandato. Lo ocurrido el viernes pasado en el Despacho Oval de la Casa Blanca lleva la marca de una trampa ante las cámaras que el dominador de platós televisivos, Trump, le tendió al actor, Zelenski, en la que éste cayó de pleno. Luego, otra vuelta de tuerca con la suspensión de la vital ayuda militar de Estados Unidos a Ucrania. La cuestión es cuánto aguantará Zelenski. ¿Podrán los europeos apuntalarle? ¿Llegará él a firmar una paz?

Lo que lleva a la cuestión del territorio. Trump ha indicado que Rusia tendría que hacer “concesiones territoriales”, sin explicitar cuáles. Rusia no renunciará desde luego a Crimea, que da por adquirida (como lo dan todas las cancillerías europeas y Washington) ni tampoco a las zonas conquistadas, y en una parte formalmente incorporadas a la Federación. Zelenski está dispuesto a ceder territorio a cambio de seguridad. La cuestión de Odesa, puerto que los rusos consideran ruso y salida esencial al mar para Ucrania, será otro complicado escollo.

Y claro, está la cuestión de un levantamiento paulatino de las sanciones a Rusia que acompañe el camino hacia paz. En teoría un elemento de control gradual de una desescalada. Ahora bien, si Trump las levanta, ¿las mantendrán los europeos?

 

La paz no será justa pero aceptada

Si paz hay, no será justa, y está por ver si estable o duradera. ¿Aceptable? No, pero será aceptada. Ucrania es víctima de su situación geográfica que la empuja, en el mejor de los casos, hacia la neutralidad, o cuando menos “finlandización” (en su anterior sentido). Aunque estos cuatro años la identidad nacional ucraniana se ha reforzado. Trump y Putin, ambos neo-imperialistas, de distinto cariz, partidarios de las “esferas de influencia”, quieren imponer una paz pese a que el agresor inmediato fuese Rusia, aunque Europa y Occidente cometieron graves errores en los años anteriores, en parte fruto del momento unipolar, y durante el conflicto. Putin seguirá.

El coste de la paz es elevado. Con un mal acuerdo, aún más, pues generaría incertidumbre e inestabilidad de cara al futuro. La continuación de la guerra sería aún peor. Todos lo saben, aunque los tiempos de unos y otros varíen. La amenaza futura, señalan analistas militares, dependerá de cómo acabe esto.

¿Quién gana? El derecho internacional queda maltrecho, los cambios de fronteras por el uso de la fuerza o la presión se imponen contra el principio de la integridad territorial, como la impunidad del agresor y los crímenes de guerra y de lesa humanidad. La democracia retrocede ante la autocracia, a la que se han incorporado unos Estados Unidos que puede que tampoco acaben ganando, pese a las apariencias de ogro. Occidente está roto, un proceso que empezó bastante antes. Europa, ya se ha dicho, también, entre Estados y en el seno de las distintas sociedades, salvo que esto provoque una sana reacción, no necesariamente comunitaria.

La cumbre de Londres ha abierto el camino para sortear a los más reticentes en la UE por medio de una “coalición de voluntarios” (más bien, voluntariosos) (coalition of the willing) para proponer un plan de paz, nótese, no para seguir la guerra sin límites. Ucrania sale perdedora. Rusia vencedora, que no es lo mismo que ganadora. Las potencias terceras ajenas a este conflicto han aumentado su importancia y su margen de maniobra. Aunque en su mayoría responsabilizan a Rusia de esta guerra, no han tomado partido y tras el giro que ha supuesto Trump, tienden a no pronunciarse. ¿Y entonces? ¿Es China la que más gana?

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