exilio tibetano
Un grupo de tibetanos que viven en el exilio asisten a la conmemoración del 61 aniversario del Día del Levantamiento Tibetano de 1959, en McLeod Ganj (India), el 10 de marzo de 2020. SAJJAD HUSSAIN. GETTY

Los nuevos retos del exilio tibetano

El nuevo líder de los exiliados tibetanos habrá de convertir el apoyo retórico de sus socios internacionales en un capital político sustantivo, si quiere sobrevivir a la inminente crisis de sucesión.
Robert Barnett y Allen Carlson
 |  8 de abril de 2021

Los 150.000 tibetanos en el exilio representan solo el 2% de la población tibetana (alrededor de 6,3 millones permanecen en China), pero sin embargo han sido capaces de mermar la posición de China tanto en el país como en el extranjero. En enero, el 77% del electorado en el exilio emitió su voto en la primera ronda de los comicios para elegir al próximo líder de la Administración Central Tibetana (ACT), con sede en Dharamsala, India.

La única mujer en la carrera, Dolma Gyari, quedó en tercer lugar, dejando solo dos contendientes en liza: Penpa Tsering, expresidente de la asamblea de exiliados, y Kelsang Dorjee Aukatsang, consejero especial del actual líder, Lobsang Sangay. El 11 de abril, la segunda ronda decidirá quién administra el presupuesto anual de 45 millones de dólares de la ACT, a los entre 3.000 y 4.000 tibetanos que trabajan para la administración, y unas 70 escuelas, 20 empresas y 46 asentamientos en India, Nepal y Bután.

El nuevo líder asumirá el cargo en un momento crucial. El actual dalái lama, que renunció a su papel político en 2011, encara su 86 cumpleaños justo cuando el ascenso del presidente chino, Xi Jinping, ha marcado un giro asimilacionista en el enfoque de Pekín hacia los tibetanos y otras nacionalidades no étnicas chinas. Al mismo tiempo, ha habido un aumento dramático en las tensiones entre China e India a lo largo de la frontera tibetana, un aumento importante en las restricciones sobre personas e información que viajan desde y hacia Tíbet, y una fuerte caída en los informes de protestas dentro de la región.

Sangay ha tenido cierto éxito desde que asumió el cargo en 2011. Su equipo obtuvo un compromiso anual de nueve millones de dólares y una subvención de 23 millones de dólares del Congreso de Estados Unidos para apoyar a la comunidad en el exilio. Sangay también obtuvo publicidad para los exiliados a través de sus viajes y entrevistas en países occidentales, y el Congreso de EEUU aprobó dos leyes de apoyo durante su mandato.

 

«China no solo reclama que los tibetanos en el exilio acepten su soberanía sobre Tíbet, sino que reconozcan que China la ha mantenido ‘desde la antigüedad’, una demanda que pocos tibetanos (o historiadores) podrían aceptar»

 

Pero Sangay no tuvo éxito en el objetivo principal de los exiliados: persuadir a China para que conceda a Tíbet un “alto grado de autonomía” a cambio de que el dalái lama acepte la soberanía china sobre su antiguo país. Este objetivo siempre ha sido ambicioso, ya que China insiste en que ya ha dado autonomía a los tibetanos, se niega a aceptar incluso la definición de Tíbet de los exiliados y aumenta continuamente sus demandas; ahora insiste en que los tibetanos declaren que China ha mantenido la soberanía sobre el Tíbet “desde la antigüedad”, una demanda que pocos tibetanos (o historiadores) podrían aceptar.

El primer problema que afronta el nuevo líder es cómo reiniciar las conversaciones con Pekín. No se ha realizado ninguna desde 2010. A este respecto, Sangay se ha enfrentado a algunas dificultades. Comenzó su campaña para el cargo afirmando que su objetivo era izar la bandera tibetana sobre el Potala, contradiciendo el pretendido objetivo de autonomía de los exiliados. Luego pidió a Pekín que mantuviera conversaciones con él personalmente, un anatema habida cuenta de la posición de China de no reconocer a ningún gobierno en el exilio, y en 2012 sufrió la abrupta renuncia del diplomático más experimentado de la ATC, Lodi Gyari. La partida de Gyari cortó una importante línea de acceso a Pekín y dejó un vacío de habilidades y capacidades dentro del liderazgo del exilio justo cuando China se estaba volviendo más poderosa.

Dado el comprensible cambio del foco internacional, ahora centrado en las acciones de Pekín en Xinjiang, la estrategia de Sangay ha sido presentar el nivel de abusos en Tíbet como comparable al de Xinjiang. Si bien existen políticas abusivas y preocupantes en Tíbet, no hay evidencia de detenciones masivas al estilo de Xinjiang, y los informes recientes de campos de trabajo extralegales parecen haber sido especulaciones.

Esto deja a los exiliados con algunas opciones difíciles, que giran principalmente en torno a cómo construir alianzas sobre bases más más sustantivas que los llamamientos a la simpatía de EEUU y otros países occidentales. Ese enfoque tuvo un éxito considerable a finales de la década de los ochenta y de los noventa, pero corre el riesgo de reforzar la percepción china de que los tibetanos son poco sinceros y sirven de excusa para antagonismos propios de la guerra fría, una percepción que probablemente no ha sido mitigada por la reciente legislación del Congreso estadounidense o por la amplia publicidad que Sangay dio a sus reuniones con funcionarios de la administración presidida por Donald Trump en sus últimos días en el cargo.

 

«Si bien la hospitalidad de India hacia los exiliados ha sido inquebrantable, sus intereses estratégicos generalmente convergen con los de los tibetanos solo cuando sus relaciones con China se deterioran»

 

El desafío para los exiliados tibetanos será pasar de las campañas mediáticas y legislativas a estrategias pragmáticas detalladas que demuestren intereses compartidos con los gobiernos, convirtiendo así el apoyo retórico en un capital político sustantivo. En particular, es necesario profundizar las relaciones con los líderes de India, cuyo apoyo a largo plazo podría resultar más significativo que el de Washington para permitir las conversaciones con Pekín. Pero si bien la hospitalidad de India hacia los exiliados ha sido inquebrantable, sus intereses estratégicos generalmente convergen con los de los tibetanos solo cuando sus relaciones con China se deterioran. Las oportunidades que crean estas tensiones suelen ser de corta duración. Es necesario desarrollar una estrategia que Nueva Delhi considere beneficiosa para sus intereses en climas tanto adversos como favorables.

Otro enfoque diplomático es conquistar el favor de China a través de la diplomacia extraoficial. Esto requerirá una experiencia diplomática y analítica excepcional por parte de los exiliados. Dado que ni el actual líder ni los candidatos hablan mandarín o han vivido en China, necesitarán asesores con un conocimiento profundo de la política y el idioma chinos. Sobre todo, como propusieron otros tibetanos hace mucho tiempo, se debe pedir al dalái lama que retome el mando del proceso de conversaciones.

Estas cuestiones estratégicas giran en torno a una única prioridad: sobrevivir a la próxima crisis de sucesión. China reclama el derecho exclusivo a seleccionar al próximo dalái lama y sus planes están muy avanzados: según una fuente local, el 12 de enero China lanzó un Grupo Pequeño Preparatorio de 25 personas en Lhasa para supervisar los preparativos para la selección del próximo dalái lama. Mientras tanto, el dalái lama aún no ha anunciado su propio plan de sucesión. Más importante aún, la visión de India del futuro de los exiliados en un mundo posterior al actual dalái lama sigue sin conocerse. A lo que se suma que alrededor del 56% de los exiliados tibetanos que anteriormente vivían en India se han trasladado a países occidentales desde los años noventa, dispersando y fragmentando la comunidad.

Si no son abordados de manera eficaz, estos factores podrían debilitar gravemente el proyecto del exilio y minimizar su impacto en Pekín. Sesenta años después de huir de su país, los exiliados tibetanos y su nuevo líder necesitarán nuevas ideas y expertise para afrontar los desafíos que se avecinan.

Artículo publicado en inglés en el East Asia Forum.

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