Manifestación de la comunidad maliense en Italia para protestar contra las sanciones impuestas por la Comunidad Económica de Estados del África Occidental (ECOWAS), el 22 de enero de 2022 en Roma. GETTY

Malí cae en manos de Rusia

Los dirigentes de Malí consolidan su relación con Rusia, cuyo apoyo en la guerra contra los yihadistas no parece traducirse en victorias sobre el terreno en una región, el Sahel, clave para la seguridad africana y europea.
Antoni Castel
 |  1 de junio de 2022

Deterioradas las relaciones con Francia, el gobierno de Malí, cuyo hombre fuerte es el coronel Assimi Goïta, estrecha los lazos con Rusia, que tiene desplegados en el país saheliano a unos 1.000 mercenarios de la empresa Wagner. En una alianza de conveniencia, Malí busca en Rusia la protección militar que ha perdido tras la retirada de las tropas francesas del dispositivo Barkhane y las misiones de apoyo europeas. Rusia tiene en Malí y República Centroafricana dos peones avanzados de su política de regreso a África. Malí le abre las puertas del Sahel, una franja de vital importancia para los intereses europeos, mientras que República Centroafricana, también en guerra, tiene frontera con seis países de gran valor estratégico: Camerún, Chad, Sudán, Sudán del Sur, Congo y República Democrática del Congo.

La solidez de la relación quedó de manifiesto en la visita a Moscú del ministro de Asuntos Exteriores de Malí, Abdoulaye Diop. En el encuentro, el 20 de mayo, se repitieron los mensajes contra Francia lanzados desde hace meses por Goïta, quien tomó el poder en un segundo golpe de Estado hace un año, en mayo de 2021. El jefe de la diplomacia rusa, Serguéi Lavrov, acusó a Francia de “tener una mentalidad colonial” hacia Malí, mientras que Diop subrayó que “el único problema” es que los malienses habían decidido “tomar su destino” en sus propias manos.

De Malí, Francia sale malparada. Como destaca el periodista François Soudan en las páginas de Jeune Afrique, por primera vez desde el fin de la guerra de Argelia (1962), Francia debe retirar a sus soldados de un territorio extranjero, y no por voluntad propia, tal como señalan en París. Aunque Francia sigue teniendo un gran protagonismo en el Sahel, y las relaciones con los presidentes de Níger y Chad, Mohamed Bazoum y Mahamat Idriss Déby, respectivamente, son sólidas, la retirada deja a Malí en manos de Rusia en su lucha contra los grupos yihadistas. Una mala noticia para la seguridad de la región, y también para Europa, a la que no le conviene un Sahel desestabilizado.

Una mala noticia porque los mercenarios de Wagner parecen incapaces de enfrentarse con éxito a unos combatientes yihadistas que conocen muy bien el terreno y en muchas ocasiones cuentan con el apoyo de la población. En sus incursiones conjuntas con el ejército, los mercenarios arrasan poblaciones, como en el caso de Moura, donde murieron unas 300 personas según la denuncia de principios de abril de Human Rights Watch. El gobierno se negó a que Naciones Unidas inspeccionara la zona de la matanza.

 

«En sus incursiones conjuntas con el ejército, los mercenarios de Wagner arrasan poblaciones, como fue el caso de Moura, donde habrían muerto unas 300 personas»

 

El yihadismo, un fenómeno más complejo que la etiqueta que se le adjudica de terrorista, requiere en el Sahel, por la propia movilidad transfronteriza de sus combatientes, la unidad de los gobiernos de los países que lo sufren. Con la retirada de Malí del G5 Sahel (integrado asimismo por Mauritania, Burkina Faso, Chad y Níger), dicho grupo, creado en 2014 y operativo militarmente desde 2017, queda cojo y sin razón de ser, porque es muy difícil enfrentarse al yihadismo sin la participación del país más afectado.

Goïta decidió que su país abandonara el G5 Sahel en respuesta a la negativa de la Comunidad Económica de Estados del África Occidental (ECOWAS, por sus siglas en inglés), la organización de integración regional, a que Malí presidiera el grupo. El coronel Goïta mantiene un pulso con la ECOWAS, a la que acusa de estrangular a Malí mediante las sanciones, aplicadas desde enero de este año por demorar la celebración de las elecciones.

La retirada francesa culmina casi dos años de desencuentros entre el presidente francés, Emmanuel Macron, y los dirigentes malienses. Desde el golpe de Estado que acabó con la presidencia de Ibrahim Boubacar Keïta, en agosto de 2020, las críticas francesas a la gestión de la lucha contra el yihadismo y al acercamiento a Rusia han sido constantes. Entre las élites de Bamako, las palabras de Macron y los mensajes de su ministro de Asuntos Exteriores, Jean-Yves Le Drian, y su ministra de Defensa, Florence Parly, no sentaron nada bien porque sonaban a paternalismo colonial. Aunque quedan pocas personas que hayan vivido el colonialismo francés –Malí se independizó en 1960–, en una sociedad de tradición oral se recuerda la arbitrariedad del poder colonial, asentado en una tierra de grandes imperios, así como sus imposiciones culturales y la persecución contra el principal dirigente independentista, Modibo Keïta, primer presidente del país entre 1960 y 1968.

 

«Aunque quedan pocas personas que hayan vivido el colonialismo francés, en una sociedad de tradición oral se recuerda la arbitrariedad del poder colonial»

 

Dos años en los que ha crecido un sentimiento antifrancés, expresado en manifestaciones de rechazo a la presencia militar de Francia y de apoyo a Rusia, y a la publicación de artículos, sobre todo en los medios digitales (Malijet, abamako, Maliactu), en defensa de Goïta y en contra de Macron. Unas protestas antifrancesas ya vividas en República Centroafricana, y que se han contagiado a Burkina Faso, cuyo presidente, Paul-Henri Sandaogo Damiba, en el poder desde el golpe de Estado del pasado enero, flirtea con Rusia al tiempo que mantiene tropas francesas, cruciales ante los continuos ataques yihadistas.

En República Centroafricana, las manifestaciones de apoyo a Rusia, alentadas por el entorno presidencial de Faustin Archange Touadéra, son más frecuentes, a la altura de la omnipresencia de diplomáticos, instructores y empresarios rusos. Al poco tiempo de la invasión de Ucrania, apareció una pancarta en Bangui donde se podía leer: “Rusia y Centroáfrica contra el nazismo”. En la capital se encuentra un monumento a los soldados rusos, un homenaje de Toudéra a los mercenarios rusos que integran su guardia presidencial. Activa en el sector minero, mediante la empresa Lobaye Invest, Rusia también incursiona en los medios de comunicación, con éxito en el caso de Radio Lengo Songo. Conocida popularmente como “la radio de los rusos”, creada en noviembre de 2018, Radio Lengo Songo es una de las más escuchadas en la capital en sus emisiones en francés y sango.

En Malí, Goïta también se enfrenta a las reclamaciones de los tuaregs, que insisten en la aplicación de los acuerdos de paz firmados en 2015 en Argel. La Coordinadora de Movimientos del Azawad (CMA), que reúne a diversos movimientos independentistas tuaregs, controla Kidal, en el norte del país. El movimiento tuareg está muy fragmentado, con divisiones de cariz personal y regional, e influido por el yihadismo. Su principal dirigente, que reniega de los acuerdos de Argel, es Iyad ag Ghali, que encabeza el Grupo de Apoyo al Islam y los Musulmanes (GSIM). A finales de junio, en Nueva York, la ONU debe decidir acerca de la Misión Multidimensional Integrada de Estabilización de las Naciones Unidas en Mali (MINUSMA), desplegada en 2013, tras la rebelión tuareg de un año antes. Está integrada por 18.100 personas.

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