¿Mantedrá unida a Europa la Comisión Juncker?

 |  24 de septiembre de 2014

La Comisión Europea es un organismo nebuloso. El brazo ejecutivo de la Unión Europea cuenta con un eurocomisario por cada uno de sus 28 Estados miembros. Debe reflejar el balance de fuerzas políticas de la coalición gobernante, en este caso, el Partido Popular Europeo, el Partido de los Socialistas Europeos (PES) y los liberales (ALDE). Necesita, además, reconciliar intereses que con frecuencia son divergentes. ¿Austeridad o estímulos? ¿Mayor o menor integración? ¿Qué hacer con el déficit democrático? El resultado, predeciblemente, acostumbra a ser una selección en la que prima la búsqueda de consenso sobre la eficacia.

La Comisión Juncker promete ser diferente. Tras la victoria de los populares europeos en las elecciones de mayo, su cabeza de lista, el luxemburgués Jean-Claude Juncker, ha pasado el verano encajando las piezas del puzle. El resultado es una propuesta dinámica e innovadora, diseñada para retomar la iniciativa en Europa. Desde 2008 el Consejo Europeo, compuesto por los jefes de gobierno de los Estados miembros, ha aumentado su influencia a expensas de Bruselas. El equipo con que Juncker pretende desplazarlo es, paradójicamente, el más político hasta la fecha: 18 de sus miembros son antiguos ministros o primeros ministros.

La Comisión Juncker continua siendo un Test de Rorsach. ¿Protegerá el modelo social europeo en una época de austeridad? ¿Detendrá la política de recortes, o la acelerará? ¿Apostará por el federalismo o por ralentizar el proceso de integración? La respuesta a estas preguntas con frecuencia depende de las preferencias políticas de quien las responde.

 

Una comisión eficaz

Los analistas coinciden en que el diseño y reparto de carteras ha sido un éxito. Juncker ha resuelto el rompecabezas con soluciones que dan fe de su capacidad de maniobra. La primera, como señalan Elina Viilup y Carme Colomina, es la creación de comisiones “de primera y segunda fila”. El grupo principal lo componen siete vicepresidentes, cada uno responsable de tres carteras sobre las que tendrá capacidad de veto. La Comisión abandona así la estructura colegiada a favor de una más jerarquizada, pero también, se espera, más eficaz. Juncker ha tranquilizado a los escépticos citando a Charles de Gaulle: “No voy a empezar una carrera como dictador a mi edad”.

El luxemburgués también ha tenido el buen criterio de asignar carteras relevantes a los nuevos miembros de la UE. Cuatro de las vicepresidencias están en manos de europeos del Este. Con este gesto, Juncker se ahorra el ser acusado de ignorar a los socios pequeños.

Los socios grandes quedan igualmente aplacados. La designación del británico Jonathan Hill en Servicios Financieros supone una mano tendida a Londres. La cartera de Hill le permitirá salvaguardar la independencia del sector financiero británico, pero perderá el respeto de la Comisión si se limita a poner palos en las ruedas. Lo mismo ocurre con el socialista Pierre Moscovici, comisario de Asuntos Económicos y Financieros. La obtención del codiciado puesto podría convertirse en una victoria pírrica para Francia. El prestigio de Moscovici, ministro de Economía entre 2012 y 2014, dependerá de la ecuanimidad con que trate a su país por incumplir el Pacto Fiscal Europeo.

El socio de peso más difícil de contentar ha sido Italia. Tras solo seis meses al frente de la diplomacia italiana, Federica Mogherini se convertirá en la nueva Alta Representante para Asuntos Exteriores. Mogherini, al igual que su predecesora, Catherine Ashton, ha sido acusada de carecer de la experiencia necesaria para ejercer el cargo. Su designación refuerza la imagen de una unión anclada en la irrelevancia, al menos de puertas para afuera.

 

¿Retos irresolubles?

Con todo, existen motivos para la inquietud. Un primer problema lo presenta el historial de muchos de los futuros comisarios. Miguel Arias Cañete afronta una confirmación difícil en el Parlamento Europeo, consecuencia de sus comentarios machistas durante la campaña electoral y la ocultación de sus vínculos con la industria petrolífera, difícilmente reconciliable con su posición como comisario de Energía y Cambio Climático. Peor si cabe es el caso de Tibor Navracsics, designado comisario de Educación, Juventud y Ciudadanía. El jurista húngaro llega a Bruselas como representante de un gobierno que ha declarado explícitamente su rechazo a la democracia. Con integrantes de este calibre resulta imposible depositar en la Comisión la legitimidad que tan desesperadamente necesita.

El segundo problema lo presentan las múltiples fracturas que sacuden a la UE. La crisis de Ucrania genera división entre los nuevos miembros y Europa occidental, con los primeros reclamando una actitud contundente –o, llegados al caso, intransigente– frente a Rusia. Los europeos del Este se han opuesto al nombramiento de Mogherini, a la que no consideran lo suficientemente dura con Vladimir Putin.

Las fracturas no son solo este-oeste, sino también norte-sur. Moscovici tendrá un margen de maniobra mínimo a la hora de contrarrestar las políticas de austeridad. Como vicepresidentes, el finlandés Jyrki Katainen (Empleo y Competitividad) y el letón Valdis Dombrovskis (Euro y Diálogo Social) tendrán la última palabra a la hora de exigir recortes. Ambos han caracterizado su mandato como primeros ministros por un apoyo entusiasta a las políticas de austeridad. El balance final depende de la eficacia del programa de inversión pública que ha prometido Juncker. Pero incluso si las políticas expansivas funcionan, la Comisión actual resulta incompatible con la Europa que reclama la izquierda en el Sur. Con Podemos y Syriza ganando terreno en España y Grecia, Bruselas necesitará tender puentes tarde o temprano. La posición de Pedro Sánchez, que desde el PSOE ha criticado la composición de la Comisión, muestra hasta qué punto el europeísmo de la izquierda española ha dejado de ser incondicional.

Igual de graves son los desarrollos que están teniendo lugar dentro de los propios Estados miembros. Superada la posible partición del Reino Unido, el siguiente referéndum británico, que tendrá lugar en 2017, planteará la permanencia del país en la UE. Confuso y cortoplacista, David Cameron ha alimentado accidentalmente el auge populista del United Kingdom Independence Party (UKIP), cuyo Nigel Farage ha hecho de la eurofobia su santo y seña. La situación no admite una rectificación inmediata. Aún más peligrosa es la deriva extremista de Francia. Tras su victoria en las elecciones europeas, el Frente Nacional de Marine le Pen se ha consolidado como una de las mayores amenazas al proyecto europeo.

Cualquiera de estos retos constituye un problema de primer orden por cuenta propia. Encajarlos a la vez requerirá un virtuosismo al que nuestros representantes políticos no nos tienen acostumbrados. La eficacia de la Comisión Juncker será puesta a prueba desde el primer día.

1 comentario en “¿Mantedrá unida a Europa la Comisión Juncker?

  1. […] presidente de la Comisión Europea (lo más cercano que tiene la UE a un ejecutivo), formó un equipo de comisarios de alto perfil político que se propone un nuevo impulso integracionista. Cinco días después de […]

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