Nigeria: elecciones creíbles o lo inaceptable

 |  13 de abril de 2011

Por Kunle Amuwo.

Tras tres elecciones fraudulentas sucesivas (1999, 2003 y 2007) no supone una gran sorpresa decir que el mes de abril (con elecciones legislativas, presidenciales y regionales) son cruciales para la salud general del país, así como para su posición en la comunidad de naciones. Sin embargo, la violencia parece que va a estropear la oportunidad de Nigeria de celebrar unas elecciones creíbles, arruinando así su imagen internacional. Todavía hay tiempo, no obstante, para que los políticos nigerianos –el presidente de la Comisión Nacional Electoral Independiente, INEC en sus siglas en inglés, Attahiru Jega, y el presidente nigeriano, Jonathan Goodluck– eviten un estallido de la violencia. La gran inversión humana, material y financiera puesta en las elecciones no debería ser malgastada.

En las últimas semanas, una mezcla de optimismo cauto, aprensión política y miedo ha surgido durante la preparación de las elecciones por parte del INEC. Los ecos del resultado de las elecciones para gobernador en el Estado de Delta en enero de 2011 todavía resuenan: mientras la organización de las elecciones recibió el beneplácito de los ciudadanos, el resultado no fue aceptado por la mayoría debido a la violencia de baja intensidad que se vivió durante las mismas.

Jega y su equipo se han ganado el aplauso por las reformas electorales puestas en marcha desde julio de 2010. Entre ellas, la firma por parte de 52 partidos políticos (incluido el gobernante Peoples Democratic Party, PDP) de un código de conducta electoral, o la prohibición de que los políticos no puedan vigilar las elecciones o servir como agentes de los partidos a no ser que renuncien a sus puestos en el gobierno. Asimismo, el personal policial que incurra en acciones ilegales será detenido. Por el momento, 22 personas envueltas en delitos electorales, incluidos oficiales del INEC, han sido procesadas y sentenciadas, una novedad en la historia de Nigeria que puede servir para desalentar posibles intentos de fraude.

El presidente Goodluck ha asegurado en repetidas ocasiones que aboga por la celebración de unas elecciones creíbles, lo que debe ayudar a rebajar la elevada y peligrosa temperatura política del país. La amenaza más grave viene de precisamente de los brotes de violencia política que se suceden muchos de los Estados nigerianos.  Las formas menos extremas de esta violencia suponen, por parte de los dirigentes en el cargo, la destrucción de los carteles de la oposición, apagones mediáticos que silencien a los oponentes o el recurso al matonismo.

Los signos de tensión y desesperación se multiplican. Entre el 22 y el 25 de marzo, la violencia indiscriminada se apoderó de al menos 12 Estados. Los detalles son sangrientos: el asesinato de un político del PDP en el Estado de Ekiti; el homicidio de dos personas durante un mitin político en el Estado de Delta y de nueve seguidores del Action Congress of Nigeria (ACN) durante un enfrentamiento con seguidores del PDP en el de Akwa Ibom… El acaparamiento de armas es una realidad.

La policía y el ejército pueden ser usados, sin demora, para controlar a los políticos y a sus bandas de matones; de otro modo, las elecciones presidenciales (16 de abril) y regionales (26 de abril) corren el riesgo de tener que ser canceladas o pospuestas (como ya ha sucedido con las legislativas, previstas para el 2 y celebradas el 9 de abril) en numerosas partes del país. El presidente del poderoso Nigerian Labour Congress ha amenazado con pedirle a sus trabajadores que boicoteen las elecciones si los gobernantes no detienen la espiral de violencia. Millones de votantes pueden renunciar a su derecho al voto debido al miedo. Los políticos que orquesten acciones violentas deberán ser detenidos y procesados. A menos que la violencia se reduzca y contenga, no habrá una base para unas elecciones creíbles.

Kunle Amuwo es investigador del proyecto África Occidental del Internacional Crisis Group.

Para más información:

Mbuyi Kabunda, “Nigeria: petróleo, religión y divisiones étnicas”. Política Exterior núm. 140, marzo-abril 2011.

 

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