Obama, América Latina y los hispanos

 |  30 de marzo de 2011

Por Áurea Moltó.

Son 50,5 millones. El censo 2010 de Estados Unidos confirmaba que los hispanos son la minoría más grande y dinámica del país. De una población total de 308,7 millones de habitantes, los hispanos suponen el 16,3%, los negros el 12,2% y los asiáticos el 4,7%. Han crecido un 43% entre 2000 y 2010 y representan el 56% del aumento de la población total estadounidense. Si las tendencias de las últimas décadas continúan, EE UU se convertirá progresivamente en un país de mayoría hispana.

Los datos se publicaban el 24 de marzo, apenas dos días después de la visita de Barack Obama a Brasil, Chile y El Salvador. Ha sido la primera «gira» latinoamericana del presidente estadounidense, quien en la Cumbre de las Américas de 2009 aseguró el comienzo de un nuevo compromiso en las relaciones hemisféricas. Desde entonces, los latinoamericanos esperaban ver en qué se concretaba el cambio. Dos años después se comprueba que los intereses siguen siendo muchos para ambas partes y en asuntos fundamentales como el comercio, la inversión, la lucha contra el narcotráfico y la inmigración, entre otros.

Precisamente la inmigración es el caballo de batalla de la población hispana de EE UU, que espera una reforma legal que regularice la situación de más de diez millones de indocumentados y establezca un mecanismo adecuado para los trabajadores temporales. Según los expertos, pocas medidas tendrían tanto impacto en las relaciones de EE UU con Latinoamérica como la aprobación de una nueva ley inmigratoria. En este sentido, la movilización de la comunidad hispana será fundamental. Hoy integran una creciente clase media consumidora. Y votan. Nadie discute ya su influencia política: en las presidenciales de 2008 los hispanos votaron mayoritariamente por los demócratas. Una de las consecuencias del censo será un nuevo reparto en la Cámara de Representantes, donde ocho Estados obtendrán más asientos. Entre ellos están algunos de los Estados con mayor población hispana, como Tejas (37,6%), Florida (22,5), Arizona (29,6), Nevada (26,5) y Utah (13).

Al mismo tiempo, la reforma de la ley inmigratoria ejemplifica la complejidad del proceso político en EE UU. En inmigración, republicanos y demócratas comparten internamente consensos y disensos. Así, miembros de ambos partidos se muestran unos claramente a favor, otros radicalmente en contra de una nueva ley que necesariamente supondría un amplio proceso de regularización. Como es lógico, entre los más partidarios de la reforma están los senadores y representantes de Estados con amplias comunidades hispanas.

Otro de los asuntos donde la diversidad hispana en EE UU se muestra mayoritariamente unida es en la necesidad de un nuevo enfoque en Washington en su lucha contra el narcotráfico. Existe el convencimiento de que la situación inseguridad y violencia que viven México y los países centroamericanos está estrechamente relacionada con la política antidrogas de EE UU. En este sentido, el exministro chileno Sergio Bitar sostiene que una política renovada con Latinoamérica y el Caribe exige trascender la lógica hemisférica y elaborar «una perspectiva global» y una «agenda común» que se materializaría, en primer lugar, en las políticas de inmigración y lucha contra el narcotráfico. Es posible que los hispanos de EE UU tengan alguna influencia en la definición de esa visión común.

Si bien estos dos grandes asuntos están a la cabecera de la lista de prioridades de EE UU con sus vecinos del Sur, las enormes diferencias de los países latinoamericanos en cuanto a tamaño, desempeño económico, oportunidades y riesgos obligan a elaborar una agenda caso a caso. Por otra parte, la relación económica sigue siendo fundamental, como recordaba el experto Christopher Sabatini: «el presidente y la administración han hecho énfasis en el potencial económico del viaje, teniendo en cuenta que más del 20% de las exportaciones anuales de EE UU van al sur del río Grande y sostienen más de dos millones de empleos estadounidenses».

Esto se ha visto claramente en el reciente viaje de Obama a la región. Así, en Brasil ha quedado claro la amplitud de los intereses económicos para ambos países. Según datos de Bloomberg, Brasil es hoy el cuarto mayor prestamista de EE UU, con 198.000 millones de dólares en bonos del Tesoro. El país suramericano es además uno de los cuatro miembros del G20 con los que EE UU tuvo superávit comercial en 2010. La visita de Obama –que declaró «EE UU no solo reconoce el auge de Brasil, sino que lo apoyamos con entusiasmo»– concluyó con acuerdos comerciales en diez áreas; desde biocombustibles para aviación, hasta intercambios educativos, científicos y tecnológicos, junto a desarrollo de infraestructuras. Para los expertos, el potencial de la relación Washington-Brasilia es inmenso en medio ambiente, energía y producción de alimentos, pese a las discrepancias en algunos asuntos internacionales y la existencia de intereses competitivos dentro y fuera del continente americano. Pero algunos expertos sostienen que la verdadera competencia para Brasil vendrá de quien hoy es ya su primer socio comercial: China. En este sentido, Matias Spektor asegura que la posición de China empuja a ambos, EE UU y Brasil, hacia una relación más estrecha entre ellos.

En Chile, Obama no hizo más que constatar que es el modelo de país que EE UU querría para Latinoamérica: una democracia competitiva y consolidada y una economía abierta y en desarrollo. La última escala de su visita, El Salvador, es ejemplo de los problemas de seguridad crecientes en Centroamérica, donde la actividad de los grupos criminales asociados al narcotráfico se ramifica incluso al territorio estadounidense. Por otra parte, más de un millon y medio de salvadoreños (la mayoría sin papeles) vive en EE UU. El presidente estadounidense terminó su gira latinoamericana en este país con un plan para combatir la pobreza y una iniciativa de seguridad para luchar contra el crimen organizado.

Dos años después de su discurso en la Cumbre de las Américas de Trinidad y Tobago Obama ha realizado su primer viaje por territorio latinoamericano. Muchas de las expectativas surgidas entonces entre los líderes regionales parecen hoy exageradas. Tal vez, como señala Michael Shifter, presidente de Inter-American Dialogue, «va a corresponder en parte a los latinoamericanos plantear propuestas imaginativas para lograr el tipo de acercamientos que Obama alentó (…) Con un presidente abierto y dispuesto en la Casa Blanca puede que se requiera más iniciativa de la propia región para hacer esto una realidad».

Para más información:

Áurea Moltó, «El hombre de Obama para Latinoamérica. Entrevista a Arturo Valenzuela». Política Exterior núm. 139, enero-febrero 2011.

Peter Hakim, «Obama y Latinoamérica: año II». Política Exterior núm. 134, marzo-abril 2010.

Peter Hakim, «Una segunda oportunidad: EE UU y América Latina». Política Exterior núm. 129, mayo-junio 2009.

Julia E. Sweig, «La extensa agenda global de Brasil». Política Exterior núm. 138, noviembre-diciembre 2010.

Peter Hakim, «Brasil: decisiones de una nueva potencia». Política Exterior núm. 137, septiembre-octubre 2010.

Ricardo Sennes, «Un nuevo presidente para un mismo Brasil». Política Exterior núm. 138, noviembre-diciembre 2010.

 

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