El presidente polaco, Andrzej Duda, celebra los resultados de las elecciones presidenciales el 12 de julio de 2020 en Pultusk, Polonia. GETTY

Polonia bajo Duda: un país dividido que divide Europa

La mitad de la sociedad polaca se opone de manera activa al gobierno de Ley y Justicia, con Duda como líder. El partido en el gobierno podría instrumentalizar los asuntos europeos para seguir con la práctica del divide y vencerás.
Pawel Zerka y Piotr Buras
 |  16 de julio de 2020

Las elecciones presidenciales han dejado una Polonia profundamente dividida: viejos frente a jóvenes; población urbana frente a población rural; Este frente a Oeste; trabajadores frente a aquellos que reciben subsidios sociales. Las actitudes hacia Europa –más allá del simple apoyo a la pertenencia a la Unión Europea, que es casi universal– también marcan una de esas fallas. No es solo que la mitad de la sociedad polaca se oponga de manera activa al gobierno del partido Ley y Justicia (PiS); es que la campaña brutal de su candidato, Andrzej Duda, contra su oponente liberal, Rafal Trzaskowski, ha ahondado de manera intencionada dicha división.

La Constitución polaca no permite un tercer mandado presidencial, por lo que al final de su segundo mandato, Duda no afrontará una nueva reelección. En teoría, esto podría empujarlo a tratar de aumentar su margen de maniobra e intentar disociarse de su propio partido. En la noche electoral, Duda hizo algunos gestos de reconciliación en ese sentido. Sin embargo, es poco probable que sus palabras anuncien un cambio político significativo. De hecho, su victoria podría animar al PiS a reprimir a las autoridades locales, por lo general bastiones de la oposición; purgar el sistema judicial de jueces que se opongan a violaciones de su independencia; y batallar contra los medios de comunicación independientes. Es probable que Duda autorice este tipo de acciones.

Es más, el dominio del partido hoy en el gobierno se mantendrá sin restricciones durante más tiempo. Desde 2015, el PiS no solo controla la presidencia y disfruta de una mayoría absoluta en el Parlamento, sino que se ha hecho con la mayor parte de las instituciones, formalmente independientes, de la judicatura, los medios de comunicación públicos y las compañías estatales. Duda ha sido reelegido para un mandato hasta 2025, más allá de las próximas elecciones legislativas, previstas para 2023. Esto da al PiS al menos otros tres años tranquilos en el poder, al tiempo que se asegura, a través de Duda, la capacidad de vetar cualquier futuro gobierno formado por otros partidos.

Para Duda y el gobierno del PiS será muy difícil eliminar las divisiones de la sociedad polaca que ellos mismos han ayudado a crear a lomos de intereses electorales. Igual de difícil que convencer al resto de Europa que los derechos de las minorías pueden ser respetados en Polonia, o que Varsovia es un socio en quien confiar. De hecho, el partido en el gobierno podría elegir instrumentalizar los asuntos europeos (muy divisivos en la sociedad) para seguir con la práctica del divide y vencerás. Según una encuesta que ECFR llevó a cabo en abril, los votantes del PiS desconfían de la Comisión Europea, y por tanto podrían llegar a considerar las problemáticas relaciones de Duda y el gobierno con Bruselas como una señal de fortaleza en lugar de un síntoma de debilidad.

 

 

El presidente no desempeña formalmente ningún papel en la formación de la política de Polonia respecto a la UE, pero la reelección de Duda tiene un significado más allá de lo simbólico. Su retórica de campaña nacionalista, anti-LGBT, antialemana y euroescéptica no solo ayudó a movilizar a la base de su electorado, sino que no pasó desapercibida en Europa. En el Consejo Europeo del 17 y 18 de julio, las negociaciones sobre el presupuesto de la UE, así como sobre el fondo de recuperación, entran en una fase decisiva, lo que colocará al gobierno polaco bajo el escrutinio internacional.

Estas negociaciones se asemejan a un juego de ajedrez a varios niveles donde las decisiones sobre clima, Estado de Derecho y fondo de recuperación, así como muchos otros hitos de la agenda, están interrelacionadas, como explicamos en ECFR usando datos de nuestro nuevo Coalition Explorer. Hay una fuerte presión sobre los pagadores netos de la UE como Alemania, Austria y los Estados nórdicos para ayudar de manera urgente a los países del sur, los cuales han sido golpeados más duramente, tanto sanitaria como económicamente, por la pandemia del Covid-19.

Pero los gobiernos del norte también han dejado entrever su incomodidad con la perspectiva de que Polonia y Hungría reciban una cantidad significativa de fondos, lo que podría ser el caso si la fórmula propuesta por la Comisión recibe la luz verde. Después de todo, estos dos países han sufrido mucho menos durante esta crisis que sus vecinos del sur, al tiempo que se han erigido en los más visibles violadores del Estado de Derecho, la democracia y los derechos de las minorías.

El primer ministro de Luxemburgo, Xavier Bettel, ha ido tan lejos como para afirmar: “Usar el dinero público con países donde nuestros valores no son respetados es algo muy difícil de explicar”. Como la unanimidad es necesaria para llegar a un acuerdo final, algún tipo de compromiso es inevitable. El presidente del Consejo Europeo, Charles Michel, quiere que Polonia suscriba los objetivos de neutralidad de carbono de la UE para 2050 como una precondición. Y muchos de los pagadores netos insisten en la condicionalidad de los asuntos relacionados con el Estado de Derecho.

Al final, Polonia tendrá que elegir entro dos opciones. Puede asumir algunas concesiones en materia de Estado de Derecho y clima para asegurarse una ronda generosa de fondos europeos. O puede resignarse a recibir una menor cantidad de fondos de la UE y evitar cualquier concesión, poniendo el europeísmo de la población polaca a prueba. Mientras tanto, podría estar tentada a usar su poder de veto para boquear el acuerdo de la UE, que los países del sur esperan con impaciencia. Siendo conscientes de que esta puede ser la primera y última vez que pueda utilizar “la opción nuclear”.

En paralelo, los socios de Polonia en la UE se enfrentan a un trilema. Idealmente, muchos de ellos querrían alcanzar tres objetivos: presionar al gobierno polaco en asuntos de Estado de Derecho; asegurar que los ciudadanos polacos no se sienten abandonados por la UE; y evitar gastar demasiado capital político en debates extenuantes sobre el Estado de Derecho y la democracia. Sin embargo, podría ser imposible alcanzar los tres objetivos a la vez.

Algunos gobiernos e instituciones europeos (como los Estados nórdicos o buena parte del Parlamento Europeo) quizá crean que los dos primeros objetivos son cruciales, y que las negociaciones sobre el presupuesto ofrecen la oportunidad perfecta para defender el Estado de Derecho desde dentro, usando el dinero como incentivo. Pero deben ser cautos. Si insisten demasiado en algunas concesiones por parte de Polonia (sea la neutralidad de carbono, formar parte de la Fiscalía Europea o reformas judiciales en el país), el gobierno del PiS podría concluir que es mejor debilitar las relaciones con la UE que plegarse a cualquier tipo de condicionalidad que fuerce un cambio.

Al mismo tiempo, muchos gobiernos y actores clave (como Alemania o la presidenta de la Comisión, Ursula von der Leyen) parecen estar en realidad interesados en mantener baja la temperatura del conflicto con Polonia. En tal caso lo que conseguirían es disipar las esperanzas de que, en un futuro próximo, la UE pueda desempeñar un papel significativo a la hora de corregir la deriva en materia de Estado de Derecho en Polonia. En su lugar, lo que hacen es confiar en la supuesta promesa polaca de comportarse y no poner en peligro los intentos de la UE de lidiar con asuntos más importantes, desde la recuperación económica al cambio climático, pasando por China.

De esta manera, la UE aceptaría de modo tácito que Polonia está estrechamente integrada con el resto de Europa en materia económica, pero no en lo que a valores básicos se refiere. El PiS tendría así las mano libres para llevar a cabo su agenda, incluso cuando implica criticar Europa. Después de todo, los votantes del PiS y de Duda parecen querer un Estado que defienda y apoye los valores tradicionales y creen que los valores “polacos” están amenazados en el continente.

 

 

Y aquí hace acto de presencia el contexto transatlántico. Mientras que la política europea es terreno exclusivo del gobierno, el presidente polaco desempeña un papel importante en la política de seguridad. Duda, que recibió el apoyo sin ambages de Donald Trump durante su visita a Washington días antes de la primera vuelta de las elecciones, seguirá centrándose en reforzar la relación bilateral con Estados Unidos.

 

 

Pero si Joe Biden ganas las elecciones en noviembre, Duda y el PiS se encontrarán en una posición mucho menos cómoda. Biden podría sumarse al esfuerzo de la UE para proteger el Estado de Derecho y los derechos de las minorías en Polonia. La encuesta de ECFR citada antes mostraba que los votantes del PiS consideran que la reelección de Trump es una buena noticia para Polonia, mientras que otros votantes no están tan seguros. De todos modos, la posición de Biden hacia Varsovia no está clara. Al igual que algunos socios europeos, Biden podría elegir el pragmatismo en lugar de un compromiso fuerte con los principios. Y al igual que en el caso europeo, dicha elección se arriesga a dar por perdida a Polonia en el futuro.

Este artículo fue publicado originalmente, en inglés, en la web del European Council on Foreign Relations (www.ecfr.eu).

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