Autor: David Frye
Editorial: Turner
Fecha: 2019
Páginas: 344
Lugar: Madrid

Geopolítica de las murallas

Marcos Suárez Sipmann
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El historiador David Frye profundiza en Muros en el vínculo entre civilización y fronteras. Desde la Siria de hace 4.000 años hasta la actualidad los pueblos avanzados trataron de defenderse frente a los bárbaros mediante la edificación de barreras. Sostiene el autor, profesor de Historia antigua y medieval en la Universidad Eastern Connecticut (Estados Unidos), que esa correlación entre civilización y murallas todavía no había sido estudiada. Para exponer de forma clara cómo ha evolucionado la idea de levantar fronteras entre los pueblos, Frye divide su libro en cuatro partes.

En “Contructores y bárbaros” enumera ejemplos de la Antigüedad. Comienza con Oriente Próximo donde entre otros destaca a los constructores de murallas de Mesopotamia. Cita el ejemplo de Egipto explicando que también fortificaban las fronteras. Sus ciudades no eran abiertas –como solía creerse– sino que al igual que las mesopotámicas estaban amuralladas con ladrillos de adobe.

En Grecia tras la civilización micénica (1.600-1.000 a.C.) se detiene en el periodo clásico (479-338 a.C.) y el extraordinario caso de Esparta. Los espartanos consideraban –a diferencia de cualquier otra ciudad del mundo–la costumbre de vivir protegidos por una muralla como una muestra de cobardía. Preparándose constantemente para guerrear no disfrutaron de libertad ninguna. La ironía es que sus rivales, los atenienses (los mayores constructores de murallas de toda Grecia), fueron un pueblo mucho más libre. Protegidos, discutían de política y filosofía, desarrollaban las ciencias y las matemáticas, el arte y el teatro.

En China, Qin Shi Huang, el tiránico ‘Primer Emperador’ (221-210 a.C.) mandó erigir el Muro Largo exigiendo un titánico esfuerzo a su pueblo. Junto a muchas otras edificaciones defensivas fue un temprano predecesor de la Gran Muralla.

Frye explica en Muros que en Eurasia, en las dos naciones que sucedieron a los hunos en la estepa –turcos y mongoles– nunca hubo una palabra específica para ‘soldado’. Con la palabra ‘hombre’ era suficiente. Los varones de las sociedades sin muros solo aprendían a hacer la guerra.

En “La gran era de las murallas” afirma que casi todos los espacios abiertos a lo largo de los 8.000 kilómetros que separaban la estepa euroasiática al norte de la zona de civilización urbana al sur estuvieron, en un momento u otro, protegidos por muros. Gracias a ellos pudieron desarrollarse las tres vastas regiones China, mundo islámico y Occidente. Ciudades-oásis amuralladas como Balj, Bujará, Merv, Samarcanda, Tashkent… al sur de la estepa conectaron Eurasia convirtiéndose en escalas de la famosa Ruta de la Seda.

En el siglo II y tras la política expansionista del agresivo Trajano, en 117 su sucesor inició un programa a gran escala de construcción de murallas en el imperio romano. En menos de dos décadas, Adriano colocó barreras en tres continentes. El muro más conocido es el que mandó levantar al norte de Inglaterra. Sus murallas, empalizadas y fosos protegieron razonablemente bien el imperio permitiendo prosperidad y creatividad, pero no resistieron mucho. Sin embargo, al final del reinado de Marco Aurelio (161-180) sus confines eran más vulnerables que nunca. Influyó asimismo la peste llegada de China por la que al cabo de pocos años, murieron cinco millones de personas. No pocos de ellos, soldados que vigilaban las fronteras. En el siglo III se sucedieron invasiones y saqueos mientras Roma reclutaba cada vez más mercenarios foráneos cuyos cabecillas acababan por rebelarse contra el imperio que a finales del IV había consumido toda su fuerza.

 

Los muros en la Alta Edad Media

Durante la Alta Edad Media, al tiempo que Europa se militarizaba, China se adentraba aun más en el mundo civilizado de los obreros y constructores de murallas. Hasta el siglo XIII no llegó una amenaza que pusiera en peligro su propia existencia. A comienzos de esa centuria los chinos –incapaces de imaginar que hubiera algo peor que la tiranía del emperador– abrieron las puertas a los mongoles de Gengis Khan. Uno de los mayores errores de cálculo de la historia de la humanidad. Tras décadas de masacres, la población de China pasó de 120 millones en 1209 a menos de 60 en 1290. En 1449 los mongoles volvieron a invadir China. Tras esta derrota la Gran Muralla fue cobrando forma.

Por su parte, los persas fueron víctimas de un absurdo fracaso de sus murallas. En el siglo VI a.C. habían arrasado las defensas del imperio babilónico. Posteriormente en el IV a.C. cayeron en manos de Alejandro Magno cuyo mundo greco-asiático duró muy poco. Más tarde al irrumpir los hunos en Asia occidental los antiguos enemigos Roma y Persia se aliaron. La estrategia persa se centró en amurallar –con dinero romano– los límites de la estepa. Sin embargo, el enemigo que destruyó una Persia agotada fue muy distinto. En el siglo VII la conquistaron desde el sur los ejércitos del islam casi sin encontrar resistencia. Califas y sultanes adoptaron enseguida la costumbre de fortificar las fronteras del norte.

Cuando en 1219 Gengis Khan centró su atención en Asia Central (Transoxiana) sus ciudades fueron cayendo una a una. En la culta Bagdad los mongoles llegaron a la cima de su ansia destructora.

El súbito acceso de Europa al dominio global se debió a dos factores. Uno, el giro decisivo que marcó el fracaso de las murallas de Asia Central y Oriente Próximo. El otro, el repliegue de la era Ming (1368-1644) cuyo gigantesco proyecto de la Gran Muralla impidió a los chinos participar en la exploración del mundo iniciada en el siglo XV. Es decir, Occidente simplemente logró durar más que sus dos principales competidores.

 

La caída de Constantinopla

La tercera parte, “El mundo en transición”, trata de la caída de Constantinopla. El 29 de mayo de 1453 supone un punto de inflexión en la historia del mundo. El imperio romano –transformado en bizantino– llegó a su fin. Los turcos se convirtieron en potencia mundial y el islam se establecía en Europa de forma permanente. Y lo más trascendental: la pólvora, que desde China y el mundo islámico pasó a Europa. Un fundidor húngaro se propuso fabricar cañones capaces de destruir las defensas de Constantinopla revolucionando no solo la artillería sino la forma en que los pueblos civilizados llevaban viviendo durante miles de años. No obstante, durante el periodo de decadencia de las murallas se levantaron incluso más.

A mediados del siglo XVII, cuando Occidente vivía su revolución científica, Rusia se dedicaba a levantar cientos de kilómetros de murallas en apariencia anacrónicas. La servidumbre creada a causa de ese tardío impulso constructor fue una de las más duraderas del mundo. Los zares decretaron la emancipación de los siervos en 1861, solo dos años antes que la de los esclavos en EEUU. Durante siglos los campesinos rusos intentaron huir buscando la libertad. Los que lo consiguieron adoptaron un nuevo nombre: cosacos. Pedro el Grande por fin pudo someterlos y les mandó limpiar la estepa de tribus nómadas. Una serie de líneas fortificadas marcaron también el avance a Siberia.

En la cuarta parte, el “Choque de símbolos”, Frye presenta tres casos puntuales del siglo XX. El final de la carrera militar de la Gran Muralla. En 1931 los generales japoneses, desobedeciendo órdenes de Tokio, habían invadido Manchuria. En 1933 avanzaron contra la frontera china. Jubilada desde hacía muchísimos años, la Muralla resistió una semana antes de sucumbir ante el mecanizado e industrializado ejército japonés.

En la Europa de entreguerras, en la que el injusto y punitivo Tratado de Versalles fue incapaz de garantizar la seguridad, Francia decidió blindarse con la Línea Maginot. Una defensa formada por alambradas, barreras para impedir el paso de los tanques y una red de búnkeres blindados y nidos de ametralladoras. En mayo de 1940 los alemanes la evitaron irrumpiendo por las Ardenas. La Línea Maginot ha quedado como símbolo universal del disparate y ejemplo de lo que pasa si se ignoran las lecciones de la historia.

El Muro de Berlín (13 de agosto de 1961/9 de noviembre de 1989) que hizo su aparición en el apogeo de la Guerra Fría cayó de forma espectacular dando fin a ese periodo. Llama la atención que se convirtiera en símbolo de ‘todos’ los muros fronterizos, justo cuando estos estaban a punto de retornar por doquier. Aunque no siempre los reconozcamos como tales.

 

Los muros de hoy

El epílogo encierra la gran lección del libro. Han pasado casi 30 años de la caída del Muro de Berlín y las murallas han vuelto a reaparecer con inusitada velocidad generando nuevos miedos. Según Frye “por cada persona que ve en los muros una forma de opresión, hay otra que exige una barrera más alta y mejor equipada”. Con detectores, vallas electrificadas, bloques de hormigón y concertinas hemos entrado en la Segunda Era de las Murallas, que ya ha eclipsado la primera en todos los sentidos.

En EEUU, las primeras iniciativas correspondieron a la administración Clinton. Seguidas por las de Bush y Obama. Usaron eufemismos al referirse a la frontera meridional. Si bien su campaña electoral explotó la cuestión con fines sensacionalistas, el muro no fue un invento de Trump.

Dos factores –inmigración masiva y ascenso del terrorismo islámico– han sido la causa inmediata de esta fase. Oriente Próximo, donde empezó todo, ha vuelto a convertirse en una maraña de vallas y muros. Vallas de seguridad de alta tecnología separan Arabia Saudí de Yemen al sur y de Irak al norte. Emiratos Árabes Unidos han fortificado su frontera con Omán. Naciones Unidas ayudaron a Kuwait a fortificar la suya con Irak. Egipto levantó un muro de acero con Gaza. EEUU prestó millones de dólares y suministró ayuda técnica a Jordania para proteger su frontera con Siria con una muralla.

Israel se ha rodeado por completo de muros. Para las empresas del país descrito como “el mayor exportador de jaulas del mundo” la vigilancia fronteriza se ha convertido en un negocio internacional que factura cien millones de dólares al año.

En el sur de Asia, India ha edificado miles de kilómetros de vallas y alambradas. El colmo del desatino: una verja de cuatro metros parcialmente electrificada en las alturas del Himalaya donde apenas hay oxígeno para proteger la frontera con Pakistán. Hace lo mismo con Bangladesh. Tailandia y Malasia imitan a India.

En África pueden citarse entre otras muchas, la valla de 700 kilómetros que separa Kenia de Somalia. En Latinoamérica, el muro de 1.500 kilómetros que construye Ecuador para separarse de Perú.

Los nuevos muros han tenido un profundo impacto en Europa. Al no poder utilizar ya las vías terrestres para entrar en los países vecinos en situación algo menos mala, los inmigrantes buscaron alternativas. Una fue cruzar Turquía para llegar a los Balcanes y de allí al norte de Europa. En nuestro continente volvieron a levantarse a toda prisa muros y vallas electrificadas. No solo en los Balcanes. En la denominada Jungla de Calais en el norte de Francia, un muro de hormigón de diez metros de altura trata de defender el tráfico que va a cruzar el Canal de la Mancha de los inmigrantes acampados allí. La otra opción consiste en la peligrosa travesía del Mediterráneo presionando a Italia y España.

A todo lo anterior debemos añadir la proliferación de urbanizaciones y barrios cerrados. Además de EEUU esa clase de complejos residenciales son habituales en muchos países.

El poder del miedo deriva de su estrecha vinculación con el instinto de supervivencia. En su forma extrema se convierte en pánico pero si se mantiene en su estado crónico –la inseguridad– el miedo permite cierto grado de reflexión y planificación. Es una poderosa influencia en nuestra toma de decisiones y Muros constituye una lúcida guía para estudiar su evolución en la historia.