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Combatientes talibanes patrullan las calles de Kabul el 13 de septiembre de 2021. HOSHANG HASHIMI. GETTY

Purgatorio y limbo diplomático talibán

El reconocimiento internacional de los diferentes gobiernos afganos siempre ha sido un asunto complejo. En su vuelta al poder 20 años después, los talibanes siguen aislados en el plano diplomático.
Alberto Priego
 |  27 de septiembre de 2021

Los talibanes han regresado al “trono” que perdieron en 2001. Sin embargo, hoy como entonces, a pesar del apoyo internacional recibido durante el proceso de reconquista del poder, siguen aislados en el plano diplomático. Y no se espera que la situación cambie a corto plazo.

El reconocimiento internacional de los diferentes gobiernos de Afganistán siempre ha sido una cuestión compleja. La inestabilidad inherente al Estado afgano y, sobre todo, la cuidada ambigüedad con la que Estados Unidos ha gestionado el asunto han marcado la posición internacional del país. Desde comienzos de los años setenta, la continua sucesión de gobiernos ha impedido que Afganistán pueda desarrollar de forma sosegada una política exterior propia. A ello se sumaba la posición de EEUU, que durante décadas evitó reconocer a un grupo como gobierno legítimo de Afganistán, lo que no favoreció la pacificación del país

Desde la muerte de Adolph Dubs en 1979 –durante un secuestro– hasta el nombramiento Robert Finn como jefe de la misión en Kabul en 2002, EEUU estuvo sin embajador en Afganistán. Lo que no implicó la ruptura de relaciones diplomáticas, pero sí el no reconocer a un grupo afín –véase la Alianza del Norte– como gobierno legítimo de Afganistán. Durante los últimos 20 años del siglo pasado, EEUU mantuvo la misma política: reconocer al Estado, pero sin reconocer al gobierno. La explicación esgrimida por Washington para tan peculiar postura era que así mantenía la distancia con los diferentes beligerantes –la Alianza del Norte, los talibanes, los uzbecos, etcétera– que se disputaban el gobierno del país.

El limbo diplomático estadounidense donde permaneció Afganistán en general y los talibanes en particular entre 1996 y 2001 sirvió de guía para la mayor parte de los Estados de la sociedad internacional. La mayoría rompió primero relaciones diplomáticas con la República Democrática de Afganistán (apoyada por los soviéticos) y luego siguió sin reconocer al gobierno talibán del mulá Omar como representante legítimo del pueblo afgano. Con tres excepciones: Pakistán, Arabia Saudí y Emiratos Árabes Unidos, que reconocieron al Emirato Islámico de Afganistán como gobierno legítimo, un logro importante para los talibanes, aunque insuficiente. Para lograr un reconocimiento internacional generalizado, los talibanes utilizaron todo tipo de estrategias; plantearon incluso erradicar los cultivos de opio en todo el país a cambio de que Afganistán fuese aceptado como miembro de pleno derecho de las Naciones Unidas.

 

Los que se van y los que se quedan

Hoy la situación no es muy diferente, ya que EEUU mantiene una ambigüedad similar a la de 1996 y los talibanes continúan buscando sin descanso un reconocimiento internacional que les legitime como miembros de pleno derecho de la sociedad internacional. En todo caso, la posición de los Estados no es unánime y podemos distinguir dos estrategias distintas.

Por un lado están los Estados que han trasladado su delegación diplomática fuera de Afganistán. Desde el 31 de agosto –fecha dada por los talibanes para concluir las evacuaciones–, EEUU y otros países como Francia, Reino Unido o España han trasladado sus delegaciones diplomáticas a Doha (Catar). El traslado no supone una ruptura, ni siquiera una suspensión de las relaciones diplomáticas. Se trata solo de un traslado de personal diplomático alegando motivos de seguridad, sin que lleve aparejado acciones punitivas contra el actual gobierno talibán. En el caso de España, el ministerio de Asuntos Exteriores se adelantó a los acontecimientos propiciando el cambio de embajador a comienzos de agosto, cuando todavía ejercía como jefe del Estado Ashraf Ghani. Ahora España tiene cuatro o cinco años por delante sin necesidad de acreditar a un jefe de misión ante Hibatulá Ajundzada, el emir proclamado por los talibanes como nuevo “jefe del Estado”, lo que podría ser entendido como un reconocimiento de facto.

Por el otro lado, están aquellos Estados que han mantenido su delegación diplomática (abierta) en Kabul. Son cinco: China, Rusia, Irán, Turquía y Pakistán. Y si bien el caso de Pakistán no sorprende por haber sido el principal apoyo del primer emirato talibán, el resto sí que merece una mínima reflexión.

El movimiento más llamativo es el de China, que no solo mantiene su embajada abierta en Kabul, sino que además no ha dudado en mostrar las reuniones que ha celebrado con los líderes talibanes, otorgándoles así un cierto reconocimiento de hecho. El motivo de esta estrategia lo encontramos en el acuerdo alcanzado entre Pekín y Kabul, por el cual China reconoce a los talibanes a cambio de protección para las infraestructuras de la nueva Ruta de la Seda construidas por el gobierno chino en la frontera entre Pakistán y Afganistán.

Rusia ha seguido una estrategia similar. Entre sus motivos, el Kremlin ha buscado escenificar la derrota y retirada de las tropas estadounidenses en Afganistán, en “venganza” por la humillación sufrida en 1989, cuando las tropas soviéticas fueron obligadas a cruzar la frontera de Termez (actual Uzbekistán). Incluso se ha filtrado que el Kremlin habría ofrecido sumas de dinero por cada soldado occidental muerto en Afganistán.

Si durante la primera etapa talibán Irán se enfrentó de manera abierta al grupo pastún, en esta segunda las cosas parecen haber cambiado para Teherán. La principal diferencia radica en las personas que dirigen ambos países. Durante la primera etapa, el presidente iraní era Mohamed Jatamí, un moderado que fue muy duro con las matanzas de chiíes afganos en Mazar al Sharif en 1998. En cambio, para el actual presidente de Irán, Ebrahim Raisí, la proclamación del emirato en Afganistán ha supuesto una alegría por ser “una vergonzante derrota de EEUU”. Por el lado talibán, el mulá Omar tenía una posición más radical sobre los chiíes de la que mantiene Ajundzada, lo que permite anticipar una cierta coexistencia entre Kabul y Teherán.

En cuanto a Turquía, Recep Tayyip Erdogan busca posicionarse económicamente en el nuevo Afganistán, sobre todo las empresas de construcción turcas, que ven en la reconstrucción del país asiático grandes oportunidades de negocio. En paralelo, Turquía no dudará en utilizar en el futuro su papel clave en la evacuación de agosto –cuando se ocupó de la seguridad del aeropuerto de Kabul– para reconstruir las maltrechas relaciones con EEUU.

Mención especial merece el caso de Catar y, por extensión, el de Arabia Saudí. Desde 1995, las relaciones entre Riad y Doha han sido complejas, alternando momentos de complicidad con otros de enfrentamiento. Ante el temor catarí de ser invadido por su vecino saudí, la estrategia de Doha ha sido la de mostrarse al mundo como un actor imprescindible, haciendo de puente entre Occidente y grupos como el Frente Al Nusra en Siria, Hamás en Gaza y, desde 2013, los talibanes en Afganistán. En otras palabras, ante la imposibilidad occidental de negociar con estos grupos, Doha ofrece una mediación con ellos. De este modo, Catar se aseguraría protección ante una invasión similar a la que sufrió Kuwait, en este caso perpetrada por Arabia Saudí.

Así, Catar ha organizado y acogido no solo las conversaciones con los talibanes, sino que su territorio sirve también de arena diplomática donde pueden encontrarse representantes de estos (los talibanes tienen una oficina política en Doha desde 2013) y representantes de los principales Estados occidentales.

 

Futuro incierto

De cara al futuro es difícil hacer una previsión de lo que pueda ocurrir. Si bien es cierto que los talibanes han tratado de lavar su imagen pública, no es menos cierto que muy pocos creen en su capacidad para respetar los derechos humanos. Sin embargo, lo que provocó la intervención estadounidense en 2001 no fueron las violaciones de los derechos humanos cometidas por los hombres del mulá Omar, sino el refugio que los talibanes dieron a Osama bin Laden y sobre todo el apoyo logístico brindado a Al Qaeda. Por ello, la situación hoy es diferente a la de hace dos décadas, no solo porque no existe una figura similar a la de Bin Laden, sino porque el grupo yihadista global más poderoso es Dáesh, y este parece estar enfrentado a los talibanes.

Habrá que esperar a ver lo que ocurre en los próximos meses, pero la incertidumbre parece que se mantendrá. Los talibanes seguirán viviendo en un limbo, relegados a la insignificancia internacional. Veremos si los Estados que han decidido mantener la embajada en Kabul podrán mantener esta posición o si se verán obligados, por el contrario, a seguir los pasos de aquellos que están ejerciendo la representación desde Doha.

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