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El presidente de Estados Unidos, Donald Trump (izq.), junto al líder de la mayoría del Senado, Mitch McConnell (dcha.), llama a los reporteros tras un almuerzo en la Casa Blanca, el 16 de octubre de 2017. GETTY

Quinta columna en Estados Unidos

Estados autoritarios como Rusia y China llevan años defendiendo que los principios democráticos y liberales son hipócritas y superficiales. Al socavarlos, Trump, McConnell y Fox News están echándoles una buena mano.
Chris Patten
 |  27 de noviembre de 2020

La Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE) de los años setenta fue un producto de la guerra fría entre Occidente, democrático y liberal, y el bloque soviético comunista. El nombre de la organización describía con precisión su función. Cuando el imperio soviético se desmoronó, la OSCE pasó a ocuparse de alentar la transición de los países a la democracia ayudándolos, entre otras cosas, a llevar a cabo elecciones libres y justas.

El mundo estuvo muy alerta al veredicto de las misiones de observación de la OSCE en países como Ucrania, Rumania y Kazajistán, pero pocos en ese momento prestaron atención a la forma en que se llevaban a cabo las elecciones presidenciales en Estados Unidos, tierra de la libertad.

Es cierto, pudo haber quienes se preocupasen un poco por el rediseño de los distritos electorales para favorecer intereses partidistas llevado a cabo por demócratas y republicanos, por los esfuerzos más recientes de los republicanos para suprimir el voto en comunidades negras, y por la ininterrumpida cobertura mediática tendenciosa en algunos medios locales y nacionales. En términos generales, sin embargo, la gestión de las elecciones en EEUU no daba muchos motivos para la preocupación. Los votantes elegían de forma justa a los presidentes, aunque a través del curioso sistema del Colegio Electoral, que reflejaba la historia estadounidense pero a veces negaba la victoria al ganador del voto popular.

Las presidenciales de este año han tenido lugar en un contexto de alta tensión política y en mitad de una pandemia descontrolada, pero el veredicto de la OSCE ha sido claro: el voto fue “competitivo y estuvo bien gestionado”.

Otros observadores extranjeros independientes –al igual que los funcionarios estatales republicanos que organizaron y administraron parte de las elecciones y el recuento de los votos– coinciden. Pero ha habido una gran mosca anaranjada en la sopa: el presidente, Donald Trump. La OSCE ha denunciado “acusaciones infundadas de deficiencias sistemáticas, especialmente por parte del presidente en ejercicio”, que “dañan la confianza del público en las instituciones democráticas”.

Creo que nadie debiera sorprenderse frente a la negativa de Trump de aceptar la victoria del presidente electo, Joe Biden, algo que ha retrasado semanas el inicio de la transición hacia nuevo gobierno. Mientras las muertes diarias en EEUU por el Covid-19 aumentaban hasta alcanzar un nuevo pico, Trump se enfurruñaba y tuiteaba las afirmaciones que había hecho antes de las elecciones: solo podía perder si los demócratas hacían trampa.

Al sostener que su fracaso –por unos seis millones de votos– tiene que deberse a un fraude, Trump se comporta exactamente como cuando le fue mal, con altos costos, como empresario. Cada trato que colapsó, cada disputa con los bancos que tontamente le prestaron dinero derivó en un litigio engañoso. Trump nunca acepta la derrota. En 2016, USA Today informó que Trump y sus empresas habían estado involucrados en al menos 3.500 causas legales durante los 30 años anteriores.

Pero las mendaces afirmaciones de Trump sobre el fraude electoral no solo lo rebajan a él, dañan además la imagen de EEUU en el mundo y la causa de la democracia liberal. Los Estados autoritarios como Rusia y China llevan años sosteniendo que los principios democráticos liberales básicos –entre ellos, el Estado de Derecho, un poder judicial independiente, la sociedad civil, la libertad de expresión y la separación de poderes– son hipócritas y vacuos.

Para el presidente ruso, Vladímir Putin, amañar elecciones y encarcelar a sus adversarios (o conspirar para eliminarlos) es algo instintivo: gobierna según el viejo manual de la KGB y ha creado una sociedad en la cual, tomando prestado el título de un excelente libro de Peter Pomerantsev, “nada es verdad y todo es posible”.

Mientras tanto, el presidente chino, Xi Jinping, fomenta un asalto contra lo que el Partido Comunista Chino ridiculiza como valores occidentales. Su régimen no ha comulgado con frecuencia ni con la letra ni con el espíritu de los acuerdos internacionales. El caso más notable ha sido el de Hong Kong, donde ha aplastado la incipiente democracia hongkonesa en un intento por convertir esta ciudad que una vez fue libre en una copia exacta de su propio Estado policial.

Las sociedades abiertas deben defender los principios que encarnan sus instituciones. Confucio sostuvo que las cualidades morales de los líderes son más importantes que las instituciones, pero la historia ciertamente reivindica la importancia de ambas. Los líderes corruptos, cobardes y venales a menudo destruyen los cimientos institucionales de los sistemas de gobierno de sus países.

Aunque Trump ha hecho buena parte del trabajo de destrucción de Putin y Xi, no podría haberlo logrado sin la colaboración de otros líderes del Partido Republicano, sobre todo en el Senado. Esas personas saben cuán peligroso es el comportamiento poselectoral de Trump, pero por temor a él y a sus partidarios más agresivos, han dado a sus principios unas largas vacaciones.

El senador Lindsey Graham, de Carolina del Sur, quien describió a Trump en 2016 como un “xenófobo, abusón racista y fanático religioso”, he llegado a presionar a los secretarios de Estado republicanos en Georgia y Arizona para intentar descalificar los votos emitidos en las regiones demócratas.

El comandante de esta quinta columna es el líder de la mayoría en el Senado, Mitch McConnell, de Kentucky. Su principal preocupación es mantener su puesto asegurándose de que los republicanos conserven el control del Senado después de la segunda vuelta electoral en Georgia, a principios de enero. Por lo tanto, McConnell no quiere hacer nada que pueda disuadir a los partidarios de Trump de acudir a las urnas en Georgia.

No parece que McConnell crea en la colaboración y en los acuerdos. Durante el gobierno de Barack Obama, bloqueó gran parte de la agenda presidencial demócrata solo porque sí, por bloquearla. El consenso es para él un concepto ajeno. McConnell es, por decirlo sencillamente, malo para la democracia y su comportamiento sabotea los argumentos a favor de ella en todo el mundo.

Los secuaces de esta destrucción sin sentido son los medios que repiten como loros y difunden la agenda de Trump. Fox News ha sido el principal megáfono de Trump, aunque últimamente incluso parece arrepentirse de parecerse todo el rato a los medios de comunicación de los países autoritarios. Esta afirmación de independencia –que, ciertamente, no hace más que reconocer que las elecciones fueron justas y aceptar su resultado– por supuesto no ha gustado en una por lo general receptiva Casa Blanca.

El fundador y propietario de Fox News es Rupert Murdoch. En Australia, el ex primer ministro Kevin Rudd ha lanzado recientemente una petición digital que ha batido récords para solicitar una investigación formal sobre el control casi monopolístico que Murdoch ejerce sobre la prensa del país. Es fácil entender por qué más de medio millón de personas la han firmado.

También es fácil ver por qué, a pesar de la derrota de Trump, los rivales autoritarios de EEUU probablemente estén satisfechos con el resultado. Cuando debilitan la democracia liberal en EEUU, los líderes republicanos y sus aliados en los medios están echándoles una buena mano.

© Project Syndicate. www.project-syndicate.org

3 comentarios en “Quinta columna en Estados Unidos

  1. Es un artículo un poco tendencioso a mi parecer. Parece que intenta trasmitir la idea de que la democracia, aún viendose amenazada por un fraude electoral debe permaenecer silenciada y aceptar. Entonces, ¿eso es democracia, callar, por no alarmar?. La democracia se contruyo no precisamente desde el silencio, sino desde la denuncia de los abusos y desde la razón; y la razón dicta en esta ocasión que hay que dejar actuar a la justicia, porque si Trump se equivoca la democracia habrá ganado, pero si no se equivoca y sale a la la luz que vivimos una farsa donde cabe la manipulación de la voluntad popular, que es donde reside la soberanía, el deber de actuar se contrapone con el silencio que propugna el artículo, aludiendo que se socavan los valores y principios de libertad y democracia, y se ayuda a los enemigos de la democracia porque se ponen en cuestión las bases de la misma. Personalmente opino lo contrario, lo democrático es desvelar la trama, si la hay, que quiere tapar la voz del pueblo secuestrando su voluntad. Lo democrático es dejar trabajar a la justicia, ese otro poder que proporciona equilibrio y es ciego al interés particular de unos pocos, que intentan someter a muchos. El deber democrático es poner luz donde hay oscuridad. El tiempo nos dará o quitará razones, pero mandar callar no es democracia, la democracia es el ruido que nos conduce a la Justica.

  2. Creo que el autor del artículo comete un error que ya he visto en otros artículos en español: decir que el sistema de Colegio Electoral a veces niega la victoria al ganador del voto popular. El Colegio Electoral no es más que un intermediario: si los grandes electores (compromisarios) votan por la opción por la que se han comprometido a votar, no hay ningún efecto del sistema de Colegio Electoral en el resultado electoral. Que a veces el ganador del voto popular no sea el ganador de las elecciones se debe al sistema electoral, concretamente, por un lado, al tamaño (número de escaños) y la delimitación (división del territorio en circunscripciones electorales) de cada circunscripción y, por otro, a la fórmula electoral, que es la que determina la transformación de los votos en escaños. Estados Unidos aplica una fórmula mayoritaria, la de la mayoría relativa: «the winner takes all», «first-past-the-post», donde el ganador de la mayoría relativa se lleva todos los escaños de la circunscripción de que se trate. A modo de comparación, en España, por ejemplo, se utiliza una fórmula proporcional, la fórmula de D’Hondt, que corrige en cierta medida la proporcionalidad de la transformación de los votos en escaños.

  3. En cuanto al fondo del artículo, lo que se ha puesto de manifiesto más claramente con la pandemia ha sido la aceleración de una tendencia que ya existía antes de la misma: la afirmación de la aplicación de la teoría «realista» de las relaciones internacionales, es decir, el establecimiento del «interés nacional» como fundamento de la política exterior, y esto es válido tanto para las democracias como para los regímenes autoritarios, tanto en Asia como en Estados Unidos o Europa. En Europa, por ejemplo, lo hemos visto claramente con la pandemia, en la que se han puesto de relieve las divisiones entre los Estados miembros de la UE. La racionalidad aconseja, sin embargo, que debería aplicarse más bien la teoría idealista/constructivista de las relaciones internacionales, donde se da prioridad a la cooperación entre los Estados en lugar de a la competición, pero …

    Y, respecto a los medios de comunicación, es, como siempre, más de lo mismo: una gran parcialidad. Fox News a favor de Trump (aunque, como bien dice el artículo, no últimamente) pero CNN y NBC, por ejemplo, descaradamente en contra de Trump. Menos mal que la radio estadounidense NPR es más neutra. En el caso español, no hay más que ver los debates de la mañana o de la noche en TVE 24 horas para darse cuenta de hasta qué extremo puede llegar la parcialidad en la información. Es alucinante. Afortunadamente, quedan todavía medios de comunicación serios y relativamente fiables.

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