El presidente Donald Trump, flanqueado por el vicepresidente Mike Pence (izda.), y el secretario de Estado Mike Pompeo (dcha.), anuncia que EEUU levantará las sanciones contra Turquía y que el alto el fuego en Siria será permanente, el 23 de octubre de 2019 en la Casa Blanca/GETTY

Siria, perplejidad europea

Enrique Mora
 |  26 de noviembre de 2019

Es un signo de los tiempos anunciar una retirada militar con un mensaje de 240 caracteres accesible a casi cada habitante del planeta. Pero si el formato ya no sorprende, la concatenación de eventos y decisiones en Siria, durante apenas dos semanas del pasado mes de octubre, sí parece haber dejado boquiabierto a más de uno, y a más de una.

Mi intención con este post es señalar que, para la audiencia europea, la sorpresa –absolutamente genuina– procede de la dificultad de entender, no digamos de comprender, que las partes se han guiado por un sentido descarnado del propio interés. Una lógica maquiavélica, en el sentido más literal del término, que choca con el universo mental de buenos y malos en el que se ha enmarcado el conflicto sirio. El problema es que este universo ha guiado el análisis europeo –erróneo– y buena parte de las decisiones –equivocadas– impuestas por los países de la Unión más implicados en el conflicto, con la estéril resistencia de unos pocos Estados miembros, España entre ellos, y la general indiferencia de la mayoría. Ni siquiera cuando docenas de miles de refugiados recorrían sus territorios buscando un “puerto seguro”, parecieron esos Estados indiferentes establecer una conexión entre ese tránsito y la sucesión de errores en Siria. ¿Disonancia cognitiva o fatalismo de para qué cuestionarse lo que ya no tiene remedio? Esperemos que sea lo segundo. Se puede, al menos, sacar enseñanzas para el futuro. Quizá no sería malo que la UE lo intentara.

Los 15 días de vértigo empiezan el 6 de octubre con una conversación telefónica entre el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, y el de Turquía, Recep Tayyip Erdogan. El primero acepta retirar las tropas desplegadas en el noreste de Siria para permitir una operación militar turca destinada a combatir a las Fuerzas Democráticas Sirias, una milicia de mayoría kurda entrenada y equipada durante años por EEUU, que la han usado –al igual que todos los Estados participantes en la Coalición Global contra Dáesh– como infantería contra la organización terrorista.

 

Un universo mental de buenos y malos ha guiado el análisis europeo –erróneo– y buena parte de las decisiones –equivocadas– en Siria

 

Las críticas llueven sobre Trump. No solo a este lado del Atlántico, también en las filas del Partido Republicano. Son críticas de dos tipos. De oportunidad –Dáesh no está completamente derrotado y la retirada favorecerá su resurgimiento– y de estrategia –dejar abandonados a su suerte, muy negra, a unos aliados fieles que han sacrificado miles de vidas para proteger, en último extremo, a los ciudadanos norteamericanos (y a los europeos)–. Se argumenta el mal ejemplo que esto tendrá en otros aliados, que se cuestionarán la voluntad de Washington de defenderlos llegado el caso. Se llega a comparar Polonia con los kurdos. Parece olvidarse que para una gran potencia –y para una pequeña si puede– las alianzas se fundamentan y duran lo que el interés nacional que las ha creado. Y el interés nacional estadounidense no parece pasar por, una vez derrotado Dáesh territorialmente, mantener una presencia militar indefinida en el último trozo de territorio que, con excepción del bastión yihadista de Idlib, le quedaba por recuperar al régimen de Bachar el Asad.

La única razón para mantenerse sería poder influir más decisivamente en el proceso iniciado en Ginebra para dar una salida política al conflicto (nueva Constitución pactada, elecciones). De nuevo, me temo que la cuestión de hasta dónde se va a limitar la ahora absoluta discrecionalidad del régimen sirio, que es en definitiva lo que se ventila en las negociaciones políticas, no merece una presencia militar costosa, que evoca otras situaciones en la región (Irak, Afganistán) donde Washington permanece para evitar la sensación de completa derrota sin albergar en realidad la menor posibilidad de éxito. Los refugiados que deberían volver están en Jordania, Líbano, Turquía, Alemania, no en Colorado. La inestabilidad endémica que un régimen como el sirio va a transmitir a todos sus vecinos es un problema muy relativo para Washington una vez asegurada la absoluta libertad israelí –algunos dirían impunidad– para atacar en territorio sirio cuando y donde lo considere oportuno. Que sea Rusia quien da a Israel la garantía de libertad de movimientos no es la mayor de las paradojas de este conflicto infernal.

 

Los refugiados que deberían volver a Siria están en Jordania, Líbano, Turquía, Alemania, no en Colorado

 

En cuanto a la crítica de oportunidad –no era el momento de retirarse–, cabe recordar que Trump ya lo intentó en diciembre de 2018 (y le costó la dimisión del secretario de Defensa). Si el objetivo era privar a Dáesh de una base territorial, sí parecía en efecto demasiado pronto. Una vez conseguido, las razones de oportunidad son las del calendario electoral y presentar como cumplida la promesa de retirada.

Pero, como se ha señalado antes, las críticas fueron mayoritarias en las filas republicanas, lo que favoreció que, el 16 de octubre, la Cámara de Representantes pasara una moción por aplastante mayoría condenando la decisión presidencial. A diferencia de las europeas o las de la región, estas invectivas sí salen por la Fox. El potencial votante las recibe en vivo y en directo. El presidente reaccionó en su línea habitual: anunció sanciones draconianas contra Turquía “si se extralimitaba” –aunque nunca se definió el límite– y despachó al vicepresidente, Mike Pence, y al secretario de Estado, Mike Pompeo, en misión urgente a Ankara el 17 de octubre, con el objetivo de forzar una parada de la ofensiva militar turca. Consiguieron un alto el fuego de cinco días prometiendo para ello una retirada kurda de la “zona segura” que Erdogan pretendía establecer en su frontera con Siria. El presidente turco consiguió así lo que llevaba años reclamando: el fin de la colaboración kurdo-estadounidense y el alejamiento de los kurdos de su frontera. El alto el fuego salvó miles de vidas, que se hubieran sacrificado para llegar al mismo resultado. No fue un hecho menor.

 

Los kurdos y El Asad

La segunda “sorpresa” para el imaginario europeo fue la celeridad –48 horas tomó la negociación después de siete años de conflicto– con las que las Fuerzas Democráticas Sirias alcanzaron un acuerdo con Damasco para permitir el despliegue del ejército sirio, y de sus apoyos rusos, en la zona controlada por los kurdos. Ojo, estamos hablando de un quinto del territorio sirio, una porción considerable que, además, engloba la mayor parte de las reservas de crudo del país, ahora provisionalmente bajo control estadounidense con el objetivo declarado de evitar que caigan en manos del Estado Islámico. En el imaginario europeo, los kurdos eran una fuerza luchando por la libertad y la democracia contra un régimen tirano y sanguinario. Si lo segundo es cierto, dudo que la historia del pueblo kurdo les haga ya luchar por algo más que por su preservación. Y puestos a hablar de supervivencia, el riesgo venía de Ankara, no de Damasco. En efecto, los objetivos declarados de la operación militar turca eran dos. Desalojar militarmente a los kurdos de una zona extensa en la frontera y reasentar en ella a 3,6 millones de refugiado sirios, árabes se entiende. A la pérdida militar se uniría la ingeniería étnica.

El acuerdo, hecho público el 13 de octubre, dejaba al millar de tropas estadounidenses varadas entre dos ejércitos, turco y sirio-ruso, que avanzaban en sentido contrario, como el secretario de Defensa, Mark Esper, reconoció. Aunque la capacidad militar de EEUU convierte este hecho en bastante menos dramático de lo que suena, era un buen motivo añadido para enviar de urgencia a Pence y Pompeo a hablar con Erdogan.

 

El eje Ankara-Moscú

La tercera “sorpresa” se produjo quince días después de la llamada telefónica que desencadenó toda esta historia. El 21 de octubre, en Sochi, Vladímir Putin y Erdogan anuncian un acuerdo para la completa retirada de los militantes kurdos de la zona fronteriza y la puesta en marcha de patrullas conjuntas para vigilarlo. No parece necesario detenerse en cómo este acuerdo sirve el interés ruso, ni en cómo reasegura el turco una vez cumplido el objetivo de Erdogan. De los tres acuerdos que jalonan las tres sorpresas, este es del mayor alcance geopolítico. Un miembro de la OTAN liga su futuro al que se supone que es el adversario por antonomasia de la Alianza, consagrando así a Rusia como árbitro del futuro de Siria, lo que, unido a sus buenas relaciones con casi todos los actores regionales, sitúa a Moscú como actor de referencia en Oriente Próximo, décadas después del que tuviera y perdiera la Unión Soviética.

Estos 15 días sirios no son sino una nueva llamada de atención sobre el cambio profundo que tiene lugar en las relaciones internacionales, que se han hecho más transaccionales, más ligadas a interpretaciones más restrictivas del interés nacional, más hobbesianas en definitiva. La Unión Europea parece asistir fascinada al fenómeno, criticándolo como se critica una erupción volcánica que nos castiga con alguna Pompeya. Es una forma de despeñarse por la pendiente de la irrelevancia. Solo reaccionar unidos y geopolíticamente nos devolverá, a los europeos, al nuevo mapa de la política exterior.

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