TTIP: del secretismo al debate

 |  12 de enero de 2015

El 7 de enero la Comisión Europea hizo públicos, por primera vez, documentos sobre el Acuerdo Transatlántico de Comercio e Inversión (TTIP, por sus siglas en inglés). Este tratado, que permitiría establecer una zona de libre comercio entre la Unión Europea y Estados Unidos, ha sido negociado con total opacidad desde sus inicios en 2013. Esta es una de las razones por las que el TTIP no es muy conocido: en España, por ejemplo, la opinión pública apenas se ha hecho eco de la noticia, a pesar de su importancia. Sin embargo, muchas ONG, organizaciones civiles y partidos sí que siguen con atención las negociaciones y han denunciado reiteradamente la falta de transparencia del proceso. Gracias a esta presión, finalmente Bruselas se ha decidido a publicar los primeros documentos.

El TTIP es un tratado de enormes implicaciones no solo para los países firmantes, sino para el resto del mundo. El 50% del PIB mundial se encuentra en EE UU y la UE, así como el 25% de las exportaciones y el 31% de las importaciones globales. Sencillamente, no hay precedentes de una negociación con semejantes implicaciones.

Su principal beneficio sería el económico. Según un informe independiente encargado por la UE, este tratado podría suponer una ganancia de 120.000 millones de euros para la Unión, además de generar nuevos puestos de trabajo. Karel De Gucht, antiguo comisario europeo de Comercio, cree que generaría un crecimiento del PIB europeo entre el 0,5% y el 1%. Los detractores del tratado, sin embargo, no dan credibilidad a estas cifras y afirman que, de hecho, el TTIP disminuiría la calidad de vida de los europeos. Un informe de la Universidad de Tufts concluye una reducción del PIB de hasta el 0,5% en el caso de Francia y la destrucción de alrededor de 600.000 puestos de trabajo.

Los defensores del tratado consideran que este solo pondría más facilidades a algo que ya es un hecho, el comercio transatlántico. En el caso de España, por ejemplo, EE UU ya es el principal destino de exportación fuera de la UE y recientemente España se ha convertido en el mayor exportador de aceite de oliva a ese país. España es además muy competitiva en el mercado estadounidense en otros sectores, como farmoquímica, productos siderúrgicos o la industria del automóvil. Aún así, quienes se oponen al tratado sostienen que las grandes empresas serían las únicas beneficiadas y se acabaría perjudicando a las pymes. Aunque, atendiendo a los datos, podemos observar que el 99,6% de las empresas españolas que exportan al exterior son, de hecho, pymes.

Una cuestión controvertida es la convergencia hacia una normativa común. Debido a que los aranceles ya son bajos, y eliminarlos no supondría grandes beneficios (un aumento del 0,27% del PIB para la UE, aproximadamente), la principal ambición del acuerdo es acabar con las barreras legales y administrativas. Este punto es muy delicado en lo que se refiere a medio ambiente, salud y alimentación. Hay que tener en cuenta que EE UU no ha firmado el protocolo de Kioto y aprueba el uso de hormonas y transgénicos en la alimentación. Europa, por otro lado, tiene compromisos medioambientales más fuertes y prohíbe el uso de hormonas en la carne, además de restringir los organismos modificados genéticamente (OMG). En general, la UE se rige por el principio de precaución a la hora de legalizar un producto potencialmete dañino, lo que implica demostración científica de que algo es seguro antes de comercializarlo. EE UU le da la vuelta a la cuestión y la evidencia científica se requiere para justificar su ilegalización.

Por último, una de los puntos que más oposición presenta en la UE es el hecho de que las discrepancias entre Estados y empresas puedan resolverse en procedimientos arbitrales privados, sin pasar por los tribunales.

 

Estándares globales

El TTIP no es un simple movimiento económico. Como señala Uri Dadush en «La política comercial fortuita», un acuerdo de esta naturaleza permitiría a los gigantes europeo y americano establecer una normativa universal, pues al resto de países no le quedaría otra opción que adaptarse a esta si quisiesen vender a la mitad del mercado mundial. Esta estrategia permitiría a EE UU y la UE fortalecer su bloque frente a Rusia, China y otras potencias emergentes. Sin embargo, la Unión Europea afirma que la consolidación occidental no será perjudicial para el resto del mundo y que de hecho podría generar ganancias globales de 100.000 millones de euros.

La realidad es que los obstáculos a los que se enfrentan EE UU y la UE son notables. Las discrepancias en cuanto a la normativa es exacerbada por la fuerza de los grupos de presión y por la frontal oposición de ONG y grupos de la sociedad civil. Además, EE UU también pone en riesgo su propia regulación: desde la calidad del etiquetado –superior en este país– a las reglas sobre mercados financieros –más estrictas en Washington–. No es la primera vez que fracasa un intento tan ambicioso como este. Si el acuerdo llegara a materializarse, todavía tendría que pasar por la aprobación del Congreso de EE UU y la de los parlamentos nacionales de la Unión Europea. Un camino largo y pedregoso.

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