Un visitante se desinfecta las manos antes de acceder a un hospital estatal en Yaba (Lagos, Nigeria), el 28 de febrero de 2020/GETTY

UE-África: solidaridad global ante la pandemia

El coronavirus no conoce fronteras. Su expansión está teniendo un impacto posterior en África, donde hay ya más de 22.000 casos y más de 1.100 fallecidos.
Soraya Rodríguez Ramos
 |  23 de abril de 2020

La pandemia del coronavirus no conoce fronteras. Su expansión ha sido progresiva y está teniendo un impacto posterior en continentes como el africano, donde hay ya más de 22.000 casos reportados y más de 1.100 fallecidos. El avance del Covid-19, junto a la experiencia de varios países en la gestión de epidemias anteriores, ha permitido respuestas tempranas en el marco de la detección precoz y la sensibilización, con resultados aparentemente efectivos en el contexto africano. No obstante, son muchos los desafíos que abordará el continente en distintos frentes.

Este es el marco de algunas de las preocupaciones que, junto a mi compañero Charles Goerens, transmití por carta a la comisaria de Asociaciones Internacionales, Jutta Urpilainen, el 16 de abril. La respuesta inicial global de la Unión Europea del 8 de abril es un primer paso necesario y positivo, basado en la reorientación de fondos comprometidos para la acción exterior y recursos del Banco Europeo de Inversiones y el Banco Europeo de Reconstrucción y Desarrollo. Sin embargo, el compromiso de la UE debe ir más allá de una respuesta humanitaria.

Pese a que la edad media en África es significativamente menor que en Europa, la prevalencia del VIH/sida, la malnutrición y enfermedades como la tuberculosis podrían resultar en un efecto más letal del coronavirus, en el contexto de sistemas de salud frágiles. Según la Uneca, entre 0,5 y 4,4 millones de personas necesitarán cuidados intensivos en un continente en el que apenas 10 países cuentan con sistemas públicos de salud. Es difícil adquirir test, mascarillas y materiales de protección, y escasa la disponibilidad de camas y profesionales sanitarios. El encarecimiento de los productos médicos y farmacéuticos –el 51% de ellos, de la UE– y la debilidad estadística se suman a los obstáculos para una respuesta rápida y eficaz que frene el contagio. El impacto del Covid-19 será más severo en situaciones de conflicto, asentamientos informales, campos de refugiados y lugares donde el hacinamiento y la falta de acceso a agua impida las medidas de contención y prevención. La pérdida de vidas puede ser devastadora, inaceptable desde un punto de vista social, moral o político.

Necesitamos una respuesta expeditiva y concertada que se aparte de dicotomías maniqueístas de África como problema o África como oportunidad. Necesitamos marcos de cooperación que caminen hacia el pacto entre iguales, para que los africanos tomen las riendas de su destino, un proceso con sus virtudes y complejidades para 55 países cuya realidad se moldea más allá de las narrativas del afropesimismo o la idea estática del Africa rising.

En primer lugar, debemos continuar el compromiso de colaboración coherente con los progresos alcanzados. El abandono de programas clave de seguridad alimentaria o salud, junto a las consecuencias de la pandemia, podría llevar a una regresión de al menos 10 años en el desarrollo de muchos países.

La UE es el principal socio africano en comercio, inversiones y desarrollo. El progreso a través de programas de desarrollo es hoy fundamental en la reducción del impacto de la crisis sanitaria, económica y social. Es imperativo, por tanto, movilizar recursos adicionales específicos para esta pandemia, con la mirada puesta en el futuro. Dar prioridad a los fondos comprometidos es una herramienta para la movilización rápida de una respuesta humanitaria. La futura limitación presupuestaria por la Covid-19 en Europa resaltará la necesidad de una UE mucho más estratégica y coordinada en su acción global.

En segundo lugar, la UE debe apoyar un plan financiero de disponibilidad urgente para que los países de renta baja y media accedan a la financiación y liquidez necesarias para la respuesta sanitaria y social en los más golpeados.

La disrupción de las cadenas de suministro y la caída de la demanda, la escasez de divisas y la interrupción del turismo y las remesas crearán una crisis sin precedentes, a lo que hay que sumar el desplome histórico del precio del petróleo; desde Nigeria o Angola a Guinea Ecuatorial o Sudán del Sur, muchos países en África dependen de la exportación de crudo.

Sin acceso a los mercados internacionales y sin espacio fiscal, no habrá control de la pandemia ni recuperación. La UE debe apoyar a sus socios africanos en la búsqueda de soluciones de alivio de deuda y apuesta por la asignación y la emisión de Derecho Especiales de Giro (DEG) en el marco del Fondo Monetario Internacional (FMI). La disponibilidad de fondos del Banco Mundial, el acceso a mecanismos de urgencia del FMI o la moratoria de deuda bilateral para países de renta baja del G-20, que beneficiará a 39 países en África, son pasos positivos, pero hay que seguir profundizando. La globalización ha impulsado la expansión del virus, y la única forma de enfrentarnos a este y otros retos es la concertación multilateral. Si algo nos ha mostrado la experiencia europea es que la respuesta nacional no es suficiente.

 

Año clave

Este 2020 aspiraba a ser clave en las relaciones entre la UE y África. La comunicación de la Comisión Europea “Hacia una estrategia global con África” señalaba una hoja de ruta hacia desafíos de importancia ineludible para la cooperación a través de partenariados internacionales, entre ellos la transformación digital y la transición verde. La realidad impone revisar esta estrategia, aumentando la atención a la cooperación científica y el refuerzo de sistemas sanitarios sólidos, accesibles y con perspectiva de género.

Considerar la respuesta sanitaria como un bien público global es mutuamente beneficioso: la erradicación del virus en otras latitudes permite también su erradicación en Europa. No debemos limitarnos a una perspectiva de seguridad, sino avanzar en línea con los compromisos adquiridos con los ODS. “No dejar a nadie atrás” no puede convertirse en una consigna vacía. Nuestra cooperación y solidaridad se debe a los grupos de población no sólo más vulnerables, sino más vulnerados por guerras y conflictos, el cambio climático, la violencia de género y sexual o la pobreza extrema.

La UE debe aspirar a lograr el papel de gobernanza que de ella se espera frente a las dinámicas de desglobalización y unilateralismo más perversas. En un momento tan crítico, nuestras acciones, y no solo nuestras palabras, sentarán las bases de las relaciones futuras entre ambas regiones.

En este contexto, también con nuestros socios africanos debemos permanecer unidos.

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