Un año de Francisco I: ¿Héroe o cuerpo incierto?

 |  13 de marzo de 2014

¿Es un pájaro? ¿Es un avión? No, es el pontífice. Y aunque le ofende ser comparado con Superman  y se resiste a evaluar su papado –“sólo hago balances cada 15 días, con mi confesor”–, es inevitable sacar conclusiones de su primer año al frente de la Iglesia católica. ¿Se ha convertido Francisco I en el Papa más transformador desde Juan XXIII, que ordenó “abrir las ventanas de la Iglesia para que podamos ver hacia afuera y los fieles puedan ver hacia el interior”? ¿O es, al contrario, un pontífice lampedusiano – y no porque haya visitado la isla, sino porque pretende “cambiarlo todo, para que todo siga igual”?

Las dos interpretaciones son válidas. Cuando la fumata blanca anunció la elección de Jorge Mario Bergoglio, el primer Papa latinoamericano de la historia era aún una incógnita. Como obispo de Buenos Aires había destacado por su austeridad y compromiso con los pobres. Pero su perfil doctrinal era conservador, como lo es el de la mayoría de los cardenales que han medrado en la Iglesia de Juan Pablo II y Benedicto XVI. Pocos pronosticaban un cambio de rumbo.

Francisco no tardó en sorprender. Además del compromiso con los pobres –plasmado en la elección del nombre Francisco, la humildad de la que hace gala, y la condena del capitalismo neoliberal–, el Papa ha cogido el toro por los cuernos en los temas más candentes a los que la Iglesia necesita hacer frente. Ha criticado al establishment del Vaticano –“un nido protector de nuestra mediocridad”– y desplazado a Tarcisio Bertone, mano derecha en la sombra del anterior Papa. Ha reivindicado una nueva “teología de la mujer”, y reconocido que no es quién para juzgar a los gays. Incluso ha llevado a cabo un acercamiento a la teología de la liberación, la rama izquierdista de la iglesia en América Latina, perseguida por Juan Pablo II y Joseph Ratzinger. “Jamás he sido de derechas”, sentenció Francisco en septiembre. Duras palabras para una iglesia que acumula 35 años de liderazgo reaccionario.

Declaraciones de este tipo han convertido al Papa en una celebridad. Por eso es presentado como un superhéroe, y por eso ha figurado en la portada de Rolling Stone. Como observa Mark Binelli en el reportaje de la revista, las prioridades del Papa podrían ser reflejo de su experiencia en Buenos Aires. Habiendo vivido la miseria que causó el desplome de la economía argentina en 2001, Francisco ve en la obsesión de la Iglesia con el aborto y el matrimonio gay problemas de segundo orden. Y aunque se le acusa de no oponerse a la dictadura militar como lo hicieron otros jesuitas argentinos, el Papa no es el anticomunista recalcitrante que fue Karol Wojtyla.

Todo ello contribuye a explicar su perfil reformista. Pero no debe olvidarse que un pontífice es, según la etimología del título, un constructor de puentes. Francisco parece entender que su posición como cabeza de la Iglesia le exige sumar en vez de dividir.

Tampoco está claro si el Papa es un reformista genuino, o simplemente un hábil comunicador convertido en test de Rorschach para católicos progresistas. En su reciente visita a Brasil apoyó a los indignados brasileños, pero no se reunió con comunidades eclesiales de base ni con miembros de la teología de la liberación como Leonardo Boff o Pedro Casaldáliga. La Conferencia de Ordenación de Mujeres en Estados Unidos ha hecho pública su decepción con un Papa que no apoya su causa. En su última entrevista, Francisco defendió la intransigencia de la Iglesia respecto al uso de contraceptivos y el matrimonio gay. Rema a contracorriente, porque el 54% de los católicos americanos y el 73% de los españoles apoyan el matrimonio gay. Tras hacerse público un informe de la ONU crítico con la tibieza de la Iglesia frente a los escándalos de pedofilia en su seno, el Papa ha respondido que “nadie ha hecho más” en la lucha contra el abuso de menores. Es la estrategia del avestruz: negar la mayor y enterrar la cabeza en el suelo, como ya hizo su predecesor.

Gestos de esta naturaleza traicionan las expectativas que Francisco ha generado. Tras un año en el Vaticano, el Papa se enfrenta al dilema al que ha de hacer frente todo reformista: atender a la necesidad de cambio y al mismo tiempo mantener a los suyos unidos. Después de doce meses de retórica transformadora, pasar a la práctica es la asignatura pendiente.

 

Para más información:

Antonio Pelayo, «Primeros pasos de Francisco: palabras, acción y reforma». Política Exterior 157, enero-febrero 2014.

Antonio Pelayo, «Benedicto XVI: primer balance de un pontificado en vida». Política Exterior 152, marzo-abril 2013.

 

 

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