Un niño nada en el río Yamuna en Nueva Delhi (India) el 10 de abril de 2020. El agua se ha vuelto más limpia después de que las industrias se vieran obligadas a cerrar por la epidemia de Covid-19. GETTY

¿Un mundo más verde?

La pandemia del coronavirus no revertirá el cambio climático o la degradación de los ecosistemas, pero es igualmente iluso esperar que el mundo vaya a regresar sin más a la antigua normalidad.
Luis Esteban G. Manrique
 |  12 de mayo de 2020

Georges Canguilhem, el médico y compañero de Jean-Paul Sartre y Raymond Aron en la Escuela Normal Superior de París, que dejó una extensa obra dedicada a la historia de la ciencia y la filosofía de la medicina, sostenía que ningún organismo –biológico o social– salía indemne de su encuentro con un nuevo virus. La pandemia del coronavirus no revertirá el cambio climático, la degradación de los ecosistemas o la división transfronteriza del trabajo, pero es igualmente iluso esperar que el mundo vaya a regresar sin más a la antigua normalidad. O al menos a lo que se tenía por normal en enero o febrero de 2020.

“Quizá creímos por demasiado tiempo que éramos invencibles, que podíamos continuar yendo más rápido, más alto, más lejos. Fue un error”, ha admitido el presidente alemán, Frank-Walter Steinmeier. La mano invisible del coronavirus va a destruir el 15% de la economía global, según JP Morgan. Kenneth Rogoff, ex economista jefe del FMI y profesor en Harvard, cree que lo que está ocurriendo es lo más parecido a “una invasión alienígena”.

Si de aquí a un año se reanudan grandes eventos públicos como partidos y conciertos en estadios, será porque se habrá descubierto una vacuna o tratamiento capaz de quitar el miedo a las aglomeraciones. Pero todavía no existe, por ejemplo, una vacuna contra el sida, más de 30 años después del primer brote mundial del VIH.

Aun flexibilizando el aislamiento, los consumidores restringirán al extremo el gasto ante la incertidumbre que se cierne sobre sus ingresos, empleos y negocios. Los shocks biológicos de las plagas de enfermedades infecciosas han destruido imperios, destrozado economías y diezmado poblaciones desde que hace 12.000 años el sedentarismo y la vida urbana propiciaron la propagación de enfermedades gastrointestinales y respiratorias.

En una epidemia, la rapidez de transmisión de los patógenos es directamente proporcional a la densidad demográfica, algo que ya Boccacio observó en el Decamerón (1353) cuando dice que el único medio de librarse de la peste es enclaustrarse, dejar de visitar a familiares y amigos y procurar que todos hagan lo mismo.

 

Placas de Petri

En Triumph of the City (2011), Edward Glaeser, economista de la Universidad de Harvard, señaló que 243 de los 328 millones de habitantes de Estados Unidos viven en ciudades que ocupan menos del 3% del territorio. Es decir, un caldo de cultivo ideal para la diseminación de una infección respiratoria con largo periodo de incubación, contagio insidioso y numerosos casos asintomáticos.

La última gran pandemia, la de la influenza de 1918, dejó como legado la pasión por los deportes al aire libre, la financiación pública de hospitales, mejores hábitos alimenticios e higiénicos y el desarrollo de un arsenal de vacunas y antibióticos. Como entonces, la globalización, si quiere sobrevivir, va a tener que reinventarse. El coronavirus ha golpeado sus puntos neurálgicos: las intrincadas cadenas de suministro trasfronterizas y su dependencia de la deuda pública y privada para financiar su insostenible crecimiento perpetuo.

En su Dictionnaire du XXIe siècle (1998), Jacques Attali ya advirtió de que el “nomadismo” haría más probable el regreso de las grandes pandemias. La prueba de fuego acaba de empezar para el Sur Global, donde, según la World Food Organization, millones de personas en tres docenas de países podrían sufrir “hambrunas de proporciones bíblicas” por el colapso económico.

Quizá en lugar de intentar arreglar el viejo sistema, lo mejor sería comenzar todo de nuevo desde el principio.

 

Paréntesis contemplativo

La crisis ofrece una oportunidad única para políticas públicas innovadoras en materia medioambiental. En 1700, la mayor parte de la superficie terrestre era salvaje, lo que reducía las posibilidades de que microbios de origen silvestre mudaran de especie y se convirtieran en patógenos humanos. Hoy, sin embargo, las poblaciones y actividades humanas han dejado intactos solo el 25% de los ecosistemas, lo que multiplica la posibilidad de que los virus de la fauna infecten a personas.

En los últimos 50 años la población mundial se ha duplicado, pero la explotación de recursos naturales se ha triplicado. La reclusión ha permitido a sociedades de todo tipo contemplar cómo se ven sus ciudades sin su presencia y comprobar cuán rápidamente la naturaleza recupera espacios que le había arrebatado el asfalto. En pocas semanas de ausencia de tráfico, los cielos han vuelto a ser azules y el aire respirable en Los Ángeles y Nueva Delhi. Ahora que no tienen que competir con el ruido de los motores, las grúas y los taladros, el canto de los pájaros es más audible.

 

«Por primera vez en muchas décadas, desde Jalandhar se pueden ver a lo lejos las cumbres nevadas de los Himalayas».

 

A medida que la gente se hace invisible, son ellos los que se hacen visibles. Por primera vez en muchas décadas, desde Jalandhar se pueden ver a lo lejos las cumbres nevadas de los Himalayas. En Nueva Delhi, las aguas del Yamuna, habitualmente una cloaca maloliente, se han hecho cristalinas y tienen ahora oxígeno suficiente para sostener vida.

La suciedad del aire se cobra anualmente unas 1,1 millones de vidas en China y otras 1,2 millones en India. Marshall Burke, investigador de la Universidad de Stanford, calcula que la caída de la contaminación entre enero y febrero probablemente salvó 20 veces más vidas en China que las que se perdieron por la epidemia y 17 veces más en India, donde los niveles de dióxido de nitrógeno cayeron un 85% en ciudades como Mumbai y Calcuta.

En California, los accidentes de tráfico se han reducido a la mitad y en Nueva York también lo han hecho un 50% las emisiones de dióxido de carbono. Si esa tendencia se mantiene, la historia dirá que en diciembre de 2019 se alcanzó el pico de las emisiones de carbono.

 

Prácticas insostenibles

Sea como fuere, la vuelta atrás es inviable. La pérdida de biodiversidad, la deforestación, el avance de la frontera agrícola y la contaminación han desintegrado ecosistemas que regulan la biosfera. Si no se frenan esas incursiones civilizadas, los virus zoonóticos, depredadores que devoran a sus presas desde dentro, seguirán apareciendo. Un estudio de 2005 de la Universidad de Edimburgo encontró que de las 1.407 especies reconocidas de patógenos humanos, el 58% son de origen zoonótico.

Cuando los árboles y bosques se desploman, mueren también los animales que viven en ellos. Según describe gráficamente David Quammen en Spillover (2012), sus gérmenes y microbios se quedan flotando en el aire como el polvo tras una demolición. A los parásitos microbianos, privados de sus anfitriones habituales, solo les quedan dos opciones: extinguirse o buscar un nuevo organismo. Y el homo sapiens, que ha duplicado su número en apenas 30 años, es un hogar atractivo para cualquier invasor elemental con genomas basados en RNA como el Covid-19.

En China, la prosperidad de la clase media ha aumentado la demanda de la llamada cocina ye wei, basada en el consumo de animales exóticos como los murciélagos, que se compran muchas veces vivos en los llamados “mercados húmedos” de los que emergieron el SARS en 2003 y ahora el Covid-19. A su vez, las mega-factorías cárnicas en Asia propiciaron en 1998 la trasmisión del virus Nipah de cerdos a humanos y luego de la gripe aviar.

La hiperconectividad de la globalización hizo el resto al multiplicar los vectores de infección. Es difícil, por ello, que el tráfico aéreo se recupere hasta que no se resuelva el potencial de contagio en las cabinas de pasajeros. El 15 de marzo de 2003, en un Boeing 737 que voló entre Hong Kong y Pekín, un pasajero de 72 años portador del virus SARS –y que murió pocos días después del vuelo de una neumonía atípica– contagió a 22 de las 120 personas abordo, según el New England Journal of Medicine. Cinco de ellos murieron.

 

Prácticas sostenibles

Diversos modelos de negocio han quedado tocados y quizá obsoletos. Según los datos del censo de EEUU, en 2017 solo un 5,2% de la fuerza laboral trabajaba desde casa. Era solo el 3,3% en 2000. Hasta ahora, la gente se despedía de su universo privado y recorría una cierta distancia para trabajar, un ritual de movimiento e interacción social que ya no va a ser el mismo. Ahora gabinetes, directorios y comités parlamentarios se reúnen en videoconferencias mientras que las audiencias de los tribunales se han mudado al ciberespacio. Desde el inicio de la pandemia, Microsoft, Google, Facebook y Twitter han enviado a sus empleados a trabajar en casa. Según diversas encuestas, entre el 29-43% podría comenzar a hacerlo permanentemente.

Para Kate Lister, presidenta de Global Workplace Analytics, la pandemia va a marcar un punto de inflexión porque las compañías no van a tardar en comprobar que el cambio no afecta a su productividad. Muchas oficinas probablemente tendrán el destino de las grandes fábricas de ladrillo y humo. Milán, entre otras grandes ciudades, va a ampliar sus ciclovías y paseos de peatones para intentar hacer permanentes los cambios, lo que desplazará población desde los centros urbanos a barrios residenciales y pueblos periféricos. Y el Parlamento Europeo quiere que a cambio de las inyecciones de capital, los gobiernos comunitarios exijan a las aerolíneas cumplir un estricto “plan verde” acorde con los objetivos del Acuerdo de París.

Según la Agencia Internacional de las Energías Renovables de la ONU, reconvertir el sistema energético podría aumentar el PIB global en unos 98 billones de dólares para 2050, añadiendo un 2,4% al crecimiento medio anual. Las energías renovables crearían, por su parte, 48 millones de puestos de trabajo y generarían ahorros en gastos de salud pública ocho veces mayores.

 

Interconectados

Uno de los lemas del primer Día de la Tierra –que el 22 de abril de 1970 marcó hace medio siglo el nacimiento del movimiento ecologista moderno– fue la llamada “primera ley de la ecología” que enunció Barry Commoner: “Todo está interconectado con todo”. Las cuevas de murciélagos en China, los aeropuertos vacíos en Europa, los laboratorios biotecnológicos de California, los hospitales desbordados en São Paulo… están unidos por ese mismo hilo conductor.

En The New York Times, la exastronauta Nicole Stott señala que los tres meses que pasó en la Estación Espacial Internacional le enseñaron que en el espacio, lo más importante para la tripulación es la supervivencia de la nave, el éxito de la misión y el regreso a salvo a casa. Todos, dice, deberíamos comportarnos como “tripulantes de la nave espacial Tierra y no solo como meros pasajeros”.

1 comentario en “¿Un mundo más verde?

  1. Este análisis excelente, debe conectar, como marconceptual del nuevo Sistema Economico, social, ambiental y politico post Covi, la propuesta de Cambio Transformador que se trabaja en la IPBES.

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