La séptima cumbre de los BRICS, celebrada en la ciudad rusa de Ufa entre el 8 y el 9 de julio, es la primera a la que sus miembros llegan de capa caída. La difícil situación económica en la que se encuentran la mayoría ya se anticipaba en la cumbre de 2014, celebrada en Fortaleza (Brasil). En esa ocasión, sin embargo, la creación de un ambicioso banco público de desarrollo disimuló los nubarrones que se avecinaban en el paisaje económico.
Hoy, esos nubarrones se han convertido en tormenta para el país anfitrión. No existe un consenso sobre si Rusia está experimentando un pinchazo económico puntual, con una recuperación a la vuelta de la esquina, o si lo peor está por llegar. Pero el desplome del rublo tras la intervención en Ucrania y la entrada en vigor de las sanciones europeas dejará secuelas. Lo que en ningún momento parece Rusia hoy es una potencia económica pujante. En la medida en que Moscú puede contrarrestar a Occidente, lo hace principalmente a través de su política y presencia militar en Europa del este, no mediante el tirón de sus mercados.
China, la gran esperanza (roja) de los BRICS, llegó a la cumbre tambaleándose tras dos semanas de fuertes vaivenes en sus Bolsas. Se trata de una emergencia que no parece haber desbordado al gobierno, pero sin duda un inconveniente considerable en la agenda de Xi Jinping, el presidente chino más ambicioso desde Deng Xiaoping. El problema principal de China, sin embargo, es estructural. Y es inmenso: consiste en encajar la inevitable desaceleración de su crecimiento, manteniendo este en cifras que Pekín considere sostenibles (la cifra de rigor hoy es el 6%).
Brasil, que durante la década pasada exportó un sinfín de materias primas a China, es uno de los mayores damnificados por este frenazo. Lastrada por escándalos de corrupción en la emblemática petrolera pública, Petrobras, y por las políticas de austeridad que ha adoptado su gobierno, Dilma Rousseff llegó a Ufa con solo un 9% de los brasileños aprobando su gestión. Las proyecciones económicas para Brasil en 2015 son pésimas: una contracción económica del 1,5% del PIB, y una inflación que ronda el 9%. En la actualidad, la diplomacia del “gigante del sur” se está centrando en tender puentes con Estados Unidos antes que formar un frente común con los BRICS.
Suráfrica está sumida en una profunda crisis energética, con cortes de luz generalizados cada semana. Eskom, la distribuidora pública de energía, exige subir los precios un 25% para poder garantizar el abastecimiento. Pero los precios de la electricidad ya se han multiplicado por cuatro desde 2007. Se trata, según el Fondo Monetario Internacional, del principal obstáculo al crecimiento del país. Pero no es el único: en el plano político, el Congreso Nacional Africano, que gobierna por inercia antes que por méritos propios, está conduciendo al país a un callejón sin salida.
India es el único miembro de los BRICS que ofrece motivos para el optimismo. Según un informe reciente de la agencia de rating Fitch, el país crecerá un 7,4% en 2015 y un 8,2% en 2016. Pero el frenazo de la economía china también podría dañar las perspectivas económicas de su vecino. En cualquier caso, Nueva Delhi se muestra recelosa de la influencia de Pekín entre los BRICS. “En este grupo, como de costumbre, está lo que quiere China y lo que quiere el resto de la gente”, explicó un alto diplomático indio al Financial Times.
En estos momentos, sin embargo, “lo que quiere China”, se parece mucho a lo que quiere Rusia. “¿Importan los BRICS?”, se pregunta Ian Bremmer, director del Eurasia Group, la mayor consultora de riesgo político del mundo. “No como unidad, se mueven en direcciones diferentes. Pero Rusia y China están cada vez más alineados a nivel estratégico”. En ese sentido, la cumbre tal vez haya quedado eclipsada por la de la Organización de Cooperación de Shanghai, celebrada al mismo tiempo que la de los BRICS.

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