Acción exterior española en un mundo en cambio: Jordi Xuclà, CiU

 |  4 de noviembre de 2011

 

Jordi Xuclà (Olot, 1973) es licenciado en Derecho y máster en Seguridad y Relaciones Internacionales por la Universidad de Girona. Fue el senador más joven de la VII Legislatura y en las dos siguientes diputado por Girona en el Congreso. Durante la IX legislatura, la última, ha ejercido de portavoz por Convergència i Unió (CiU) en las comisiones de Asuntos Exteriores y Defensa. Asimismo, ha sido miembro titular de la delegación española en la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa donde ha sido elegido presidente de la subcomisión ad hoc para Nagorno-Karabaj y vicepresidente del Grupo Liberal. Entre otros, ha formado parte del Internacional Visitor Program del gobierno de Estados Unidos, es miembro asociado del German Marshall Foundation, así como presidente de la dirección europea del State Legislative Leaders Foundation y patrón de la Fundació Llibertat i Democràcia (Grupo Catalán de la Internacional Liberal) y de la Fundación Baruch Spinoza. Actualmente, vuelve a encabezar la lista de la federación de Girona para las elecciones del 20N. Mantiene el blog http://xucla.blogspot.com y podemos seguirle también en la web https://www.mespergirona.cat.

 

¿Cómo percibe el momento que está atravesando la Unión Europea, atacada por una crisis que no termina de gobernarse?

En la lógica de la Europa intergubernamental hemos tocado hueso. Estamos al límite de las posibilidades y falta liderazgo y visión para pasar a una Europa verdaderamente federal. Nosotros somos europeístas por vocación, por valores fundacionales, porque uno de nuestros partidos, Convergència, nació en el antifranquismo, y el otro, Unió, en la República, y los dos tienen como referencia la Europa democrática como el modelo que se quiere trasladar aquí.

Miramos con preocupación lo que está pasando. Vemos que no saltamos de la Europa intergubernamental a la Europa realmente federal. Visto en perspectiva, tiene una cierta audacia haber conseguido una moneda única europea sin una política fiscal y económica única. Ahora se ve que esto era absolutamente indispensable y chocamos con que el gran motor de la reunificación de las dos Europas, que a su vez se reunificó, Alemania, tiene grandes tensiones de política interna que limitan su capacidad de maniobra.

Finalmente, Europa en el último trimestre puede caer otra vez en recesión, con lo que no hemos hecho bien los deberes de este último año. A Grecia se le dio una oportunidad y no ha cumplido los objetivos, lo que nos tiene que llevar a una reflexión sobre las responsabilidades entre socios. Si no hubiera tanta dependencia de los bancos europeos, especialmente alemanes, respecto a la deuda griega, la respuesta a la crisis sería otra bien distinta. En el panorama de los países con mayores problemas, hoy por hoy, estamos hablando de la Europa meridional: Grecia, Italia, España y Portugal, y también de Irlanda. Una Europa regida por la economía sumergida, por la falta de rigor en el equilibrio presupuestario… por algunos hábitos y valores que en los próximos meses y años los dirigentes españoles tendrán que explicar a la opinión pública y modificarlos. Es preciso engarzar a España con la Europa más seria. Se ha terminado la fiesta del ladrillo y una determinada forma de ganar dinero. Tenemos que intentar que toda una generación de españoles no quede quemada con lo que está pasando ahora.

La crisis ha puesto de manifiesto un cambio en el modo de actuar alemán. ¿Cómo ha de relacionarse España con esta nueva Alemania?

En la relación con Alemania hay que redoblar los esfuerzos porque, además, hay un escenario nuevo, y es que a partir de 2013 España ya no recibirá fondos comunitarios. Con ello, algunos estereotipos en Alemania respecto a España se van a terminar. Esto supone una invitación a la sociedad española para trabajar con otras lógicas.

La política exterior española de los últimos años ha sido –etimológicamente hablando– un poquito “ex-céntrica”: alejada de los centros más elementales donde gravita la política exterior, quizá los más previsibles, de manual, pero en los que nosotros debíamos haber trabajado mucho y en los cuales tenemos que trabajar en el futuro. Tenemos que volver al corazón de los centros. Ser “ex-céntrico” significa ir a las periferias, y hay que cuidar a las periferias, pero ¿cuáles son nuestros centros? Pues son el liderazgo en la Unión Europea, la relación transatlántica con Estados Unidos (no puede ser que el tratado de doble imposición esté agonizando por los despachos de los ministerios de Economía y de Asuntos Exteriores), influencia mucho mayor en América Latina (hasta hace unos años la balanza comercial con Portugal era mucho más importante que la que teníamos con todos los países de latinoamericanos) y, desde la visión de un catalán, hay que tener mucho más peso en la política Euromediterránea.

Con Alemania las relaciones deben ser muy buenas, pero también con otro país: Polonia. Y esto es una doctrina compartida por el PSOE, por el PP, por toda la gente sensata en política exterior. Polonia y España tienen unas cifras demográficas parecidas y, además, los polacos no han entrado en recesión. Polonia es el líder de la Europa de la reunificación, y el diálogo con ellos debe ser muy potente. Esto lo han visto algunos gobernantes socialistas (poquitos estos últimos años), esto lo vio el Partido Popular en el pasado, y es una opción de CiU de toda la vida.

 

Primavera árabe y Mediterráneo

España ha participado en la intervención en Libia con una fragata, cuatro cazabombarderos y otras fuerzas de apoyo. Otros países de menor tamaño y más alejados de la zona de conflicto han prestado una mayor ayuda, como es el caso de Noruega o Dinamarca. ¿Cree suficiente el papel desempeñado por España? ¿Cuál puede ser nuestra aportación para el futuro del país?

En primer lugar, nosotros siempre hemos echado en falta en los últimos años –y hablamos de muchos años– en los despachos del poder de Madrid, en el ministerio de Asuntos Exteriores, en la Moncloa, en los centros de decisión, de un verdadero interés por la política Euromediterránea. En la época de Felipe González fuimos claves, con Jordi Pujol de presidente de la Generalitat, en el impulso del Proceso de Barcelona. Y puedo decir que en los casi 12 años que llevo de parlamentario en Madrid realmente nadie tiene una gran prioridad por la política Euromediterránea en los centros de poder de Madrid.

Si le escuchara el ministro Moratinos…

Si me escuchara el ministro Moratinos, se ofendería. Creo que Moratinos ha sido un excelente ministro para mediar en el conflicto Israel-Palestina, pero esto es solo una pieza del proceso mediterráneo. Incluso, nos hemos equivocado no deslindando evolución económica y construcción de democracia del conflicto palestino-israelí. Ahora estamos viendo procesos democratizadores en países del sur del Mediterráneo y, en cambio, el proceso palestino-israelí está siguiendo otro camino. En este sentido, aunque aplaudo la política de Moratinos, llevamos muchos años preocupados por un interés real en el Mediterráneo. Al final, la política la hacen las personas, y no estamos satisfechos de la política mediterránea.

Respecto a Libia, España, Europa en su conjunto, ha tenido una gran oportunidad de invocar sus fantasmas sobre los errores en los Balcanes en los años noventa, a través de una doctrina depurada, que nace esos años y que cristaliza en 2005 en las Naciones Unidas, la Responsabilidad de Proteger, que entonces se mal llamaba, “derecho de injerencia”. Como portavoz de [las comisiones de] Exteriores y de Defensa, le preguntaba a la ministra la semana que nos pidió la autorización, si los servicios secretos nos podían decir cuál era el número de muertos, y nos dijo que entre 6.000 y 11.000. Por ello, hemos apoyado la participación en Libia en esta coalición ad hoc, que es el futuro de las coaliciones. Sin embargo, España tiene un problema en estas coaliciones, ya que en estos siete años de gobierno socialista hemos ido con el freno de mano puesto, en política exterior y en política de defensa. Ha habido un cierto miedo a llamar a las cosas por su nombre, a lo que ha pasado en Afganistán y a la naturaleza de nuestra intervención allí. Lo mismo que al hablar de Libia o del importantísimo papel de nuestras tropas en Líbano. No sé si hay un cierto buenismo maquillador de nuestra presencia allí.

Bachar el Asad no va a abandonar el poder de manera voluntaria y, según lo visto, seguirá reprimiendo las protestas a sangre y fuego. ¿Cómo debe reaccionar España y la Unión Europea ante una crisis que ya no tiene marcha atrás?

En el mes de septiembre, en la comparecencia de la ministra [de Asuntos Exteriores, Trinidad Jiménez], pedí la retirada de los embajadores de la UE. Tuvimos discrepancias sobre ese punto, y EE UU acaba de retirar al suyo de Damasco. Hay medidas de presión mucho mayores que las que se están aplicando actualmente sobre Siria.

La adhesión de Turquía a la UE ha quedado paralizada, sin visos de continuidad. La Turquía de Erdogan, mientras tanto, ha seguido su camino, convirtiéndose en un actor clave en Oriente Próximo. España ha defendido la adhesión de Turquía a la Unión, pero sin resultados visibles. ¿Debe alzar su voz en una UE donde Turquía no parece ser una prioridad? ¿España podría liderar en este campo junto a otros socios, Reino Unido por ejemplo?

Nosotros somos partidarios de cumplir con los compromisos adquiridos. Se han abierto negociaciones y el gobierno de España ha aprobado la entrada de Turquía. El problema ahora es otro. Como miembro de la Asamblea Parlamentaria Euromediterránea he tenido mucha relación con miembros de la élite política turca, y creo que el problema en este momento es que Turquía se está interrogando sobre su interés en la UE. Está viendo que puede tener un papel geoestratégico potente ante las revoluciones de la “primavera árabe”, y no es casualidad que algunos dirigentes de la fuerza ganadora en Túnez hayan pasado por Estambul a hacer cursos acelerados sobre articulación del discurso islamista moderado y sobre formas democráticas. Turquía está viendo cómo puede exportar su modelo político y establecer su área de influencia. El presidente turco y exministro de Exteriores está desarrollando una política discreta pero diplomática importante, por ejemplo en los Balcanes. Turquía quiere decir algo en Bosnia-Herzegovina, ha roto la lógica del equilibrio de fuerzas en la relación con Israel, etcétera.

Somos partidarios de cumplir nuestra palabra y las negociaciones deben continuar. Pero lo cierto es que Turquía se está replanteando, desde un egoísmo inteligente, si le interesa más ser parte de esta UE en crisis o si prefiere ser líder regional en esas coaliciones ad hoc que se van construyendo en el escenario internacional.

Además, en Alemania y Francia la adhesión de Turquía se ha convertido en moneda de política interior. Muy pocos temas de política internacional somatizan como temas de política interior, pero cuando lo hacen adquieren una intensidad extraordinaria, y es lo que ha pasado con Turquía.

El rey de Marruecos, Mohamed VI, ha iniciado la senda de la reforma presionado por la “primavera árabe”. Esta reforma no conllevará cambios estructurales a corto plazo, pero podría abrir las puertas a una transición tutelada y gradual. ¿Cómo percibe los últimos movimientos reformistas en Marruecos? ¿Cuál debe ser la posición de España?

La reforma de la Constitución marroquí es muy importante, pero tan importante como este texto legal lo serán los resultados de las elecciones del 25 de noviembre. Y habrá que ver cómo queda la composición del Parlamento.

Nosotros hemos apoyado los acuerdos de asociación de la UE con Marruecos. Personalmente, como miembro del la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa, he participado en grandes debates sobre si Marruecos debería ser socio. La política histórica de CiU es favorable a tener una buena relación con Marruecos. Pero con Marruecos está también el Sahara y nosotros invocamos el cumplimiento de la legalidad internacional, el reconocimiento al derecho de autodeterminación, lo que está recogido en las resoluciones de las Naciones Unidas. Pero hasta ahora no se ha avanzado, más bien se ha reculado, y hay responsabilidades importantes de la ONU y de sus enviados.

En estos momentos, Marruecos está inmerso en un proceso que Mohamed VI ha calificado de “regionalización avanzada”, diseñada en un principio para incorporar el Sahara occidental a Marruecos. El tiempo corre en contra de los saharauis. ¿Debe España presionar más a Marruecos para que acepte una solución mediada al conflicto del Sahara?

La relación con Marruecos y el tema saharaui se han somatizado en España como temas de política interna. A mí personalmente, no me gusta ni la posición del PSOE ni la del PP porque, por un lado, se confunden reverberaciones de mala conciencia por lo que hizo España en 1975 con la Marcha Verde y, en el otro extremo, hay quien plantea que mientras no se resuelva el conflicto del Sahara, no se puede tener relación con Marruecos. Tampoco estamos de acuerdo con ese discurso.

Lo fundamental es que se cumpla la legalidad internacional, sabiendo que los años van en contra de esto. España tiene una cierta relevancia por vecindad y por historia, pero tampoco tenemos que tener un sentimiento de culpabilidad, como el que tienen ciertos sectores de la sociedad por los errores de 1975. Recordemos que quien debe cumplir y hacer cumplir las resoluciones es la ONU y nuestro escenario de presión debe ser la ONU, más que las relaciones bilaterales.

El presidente de la Autoridad Nacional Palestina, Mahmud Abbas, ha solicitado ante la ONU el reconocimiento de Palestina como Estado de pleno derecho. España ha apoyado dicha reivindicación. ¿Cree que son necesarios pasos como este para desatascar un proceso de paz enquistado desde hace décadas?

En el conflicto de Oriente Próximo las cosas se están moviendo en las relaciones entre Israel y Palestina por muchos motivos. Primero, por un factor demográfico que obliga a Israel a definir si quiere ser un Estado binacional o si quiere dos Estados –judío y palestino– que convivan pacíficamente. La demografía empuja a la resolución del conflicto.

Palestina ha dado un paso en la ONU, pero creo que le falta una línea, que es la modificación de las fronteras mutuamente acordadas entre las partes. Esto va a pasar y es mejor explicarlo a la opinión pública. Finalmente tenemos que ser conscientes de que el presidente Abbas no representa a todo el pueblo palestino y que se tendrán que celebrar unas elecciones. Es muy importante apoyar los esfuerzos de la ANP y de Israel para llegar a la solución, que es la convivencia pacífica de dos Estados. Quiero recordar también, aunque esto es entrar en política interna israelí, que al final las decisiones personales marcan el futuro de un país, para bien o para mal. Quiero decir que lo más normal en Israel habría sido una coalición Likud-Kadima, y si hoy el país tuviera esa coalición las cosas serían muy distintas. Pero las ambiciones de dos personas con mucha personalidad como Benjamin Netanyahu y Tzipi Livni llevaron a una coalición conservadora que condiciona todo lo que pueda hacer el ministerio de Asuntos Exteriores y el gobierno israelí.

 

América Latina

América Latina es hoy una región transformada política y económicamente. Esta nueva realidad ofrece para España nuevas oportunidades de relación, pero también supone dificultades, retos, a la hora de defender nuestros intereses. Ante esta transformación, y ante la evidente pérdida de relevancia del sistema de Cumbres Iberoamericanas, ¿cómo deberíamos reorientar la política hacia la región para seguir defendiendo los intereses y nuestra posición?

Nos tiene que preocupar relativamente la entrada de otros actores, porque no se puede luchar contra la evidencia. La entrada de China en Latinoamérica responde a una dinámica mundial. Nos tendrían que interesar más las relaciones EE UU-Latinoamérica, y cómo lo hispano influye en EE UU. Son 50 millones de hispanos. Que no quieren hablar español, dicho sea de paso. Ellos quieren hablar inglés y, al mismo tiempo, tener algunos rasgos identitarios del latin power. Y aquí cometimos algún error de análisis muy importante con el factor hispano. Pero es verdad que en relación a Latinoamérica, España tiene un soft power muy importante, que es lo cultural. A pesar de los errores, en América Latina aún se mira a España con consideración en lo cultural. Con esto se penetra en el mercado y debe haber una estrategia de liderazgo.

Por otra parte, tenemos factores a favor; como que en política latinoamericana en la UE aún se escuche “lo que diga España” (excepto en lo referido a Cuba).

¿Sigue existiendo ese beneplácito en la UE respecto a España y América Latina?

Yo creo que sí, y es un tesoro que tendríamos que aprovechar mucho más. En cuanto a las Cumbres Iberoamericanas, son condición necesaria pero no suficiente para una política con América Latina. Las cumbres tienen un gran secretario general, Enrique V. Iglesias, y bienvenido todo lo que hagan a favor, pero el gran instrumento son los acuerdos de integración regional y de libre comercio. Tenemos todavía pendiente el reto UE-Mercosur y, mientras tanto, hay una “prueba del algodón” de lo que realmente funciona: esto es, los tratados de libre comercio que EE UU ha firmado con países como Perú, Chile, Colombia, etcétera. Por otra parte, ahora hay un discurso que sostiene que tenemos que incrementar las exportaciones, pero no podemos pensar solo en exportar. Tenemos que pensar tanto en exportar como en instalar talento empresarial en América Latina.

Cuba está inmersa en un tímido proceso de reformas económicas y políticas, cuyos resultados aún no son visibles. En las últimas dos legislaturas, España ha abogado sin descanso por eliminar la posición común sobre Cuba de la Unión Europea. ¿Cree que se cumplen las condiciones para dar ese paso?

Seamos sinceros: la Posición Común de la UE hacia Cuba no va a cambiar por mucho que España se esfuerce. Hay algunos países en la Unión con un recuerdo del comunismo y no tienen esa prioridad. De estos siete años y siete meses de gobierno socialista quiero aplaudir los buenos oficios del ministro Moratinos y de algunos buenos diplomáticos en la liberación de presos cubanos. Es verdad que los presos se liberan porque, en un determinado momento, el régimen cubano calcula que prefiere tenerlos fuera de la cárcel y fuera de la isla ante la crisis que se avecina y las tensiones sociales previstas. Pero también es verdad que España juega bien acompañando en un primer momento las gestiones de la iglesia católica en La Habana.

No se tiene que llegar al extremo de convertir Cuba y democracia en un axioma de política exterior, somatizándolo como política interior, pero todos los intentos buenistas de cambiar las cosas con Cuba terminarán en la melancolía y la frustración porque el régimen cubano, en varios momentos en el pasado al menos, ha aplicado la teoría de que “cuanto peor, mejor”, y a veces ha utilizado a España para jugar a esto, utilizando la buena fe de la diplomacia española para generar expectativas y al final romperlas. El efecto ha sido un fortalecimiento dentro de la isla y mantener un enemigo exterior, que es EE UU, pero que para ellos es también Europa, y esto se ve viajando a Cuba, si te dejan viajar (yo he estado cinco años sin poder hacerlo).

Cuba puede hacer una transición y puede llegar una democracia. Lo que pasa es que tiene más de 50 años de régimen opresor, con un factor muy relevante: Cuba es una isla. Creo que en Cuba podríamos llegar a tener algún día una democracia sin demócratas, porque la cultura democrática no se forma de la noche al día y los ciudadanos cubanos han estado machacados durante casi 53 años por un régimen no democrático visto con ciertas simpatías por sectores políticos españoles. Y creo que estos sectores se han equivocado porque la única frontera es entre democracia y dictadura.

 

Misiones internacionales

¿Cómo valora la década de intervenciones en Irak y Afganistán?

Después de los ataques del 11-S, EE UU reacciona tratando de imputar a un solo país el terrorismo internacional, sin tener en cuenta que es una violencia de origen difuso y que no se puede imputar a ningún país. Creo que del 11-S hubo una reacción compartida por Demócratas y Republicanos y que se concretó en dos apuestas: una, globalizar la democracia y, dos, apostar por el libre mercado pensando que el free market descansa en la autorregulación. No soy un demócrata tibio, pero una de las lecciones de estos 10 años del siglo XXI es que exportar democracia no es como un avión de ayuda humanitaria, que pasa por un territorio y lanza un paquete de comida. Para que la democracia eche raíces, se requiere de cultura democrática, mínimos de bienestar material, etcétera. Sobre la globalización de la democracia, en Afganistán se llegó diciendo que íbamos a “democratizar” el país… y estamos a punto de irnos diciendo que hemos “estabilizado” el país. Creo que los políticos tenemos que llamar a las cosas por su nombre. A Afganistán se tenía que ir, y nosotros lo hemos apoyado. Lo mismo con la misión en Líbano, que es muy importante y forma parte de dos ideas que son muy gratas al grupo de CiU. Una se refiere al desarrollo de la Responsabilidad de Proteger donde sea necesario, creo que el futuro de los ejércitos en buena medida pasa por aquí. La otra, a los ejércitos. En Gran Bretaña y en Alemania ha habido una gran reforma, de reducción de presupuestos, y en España se tendrá que producir. Las adquisiciones de los últimos años dejan un agujero de 26.000 millones de euros por compromisos de compra de armamento. Somos partidarios de un ejército con más presencia en el exterior que un ejército over land. Y ese es el ejército del futuro, que tiene que estar en el mundo, resolviendo conflictos concretos e interponiéndose entre bandos enfrentados cuando hay una violación de los derechos humanos.

 

Cooperación al desarrollo y derechos humanos

España se situó en 2008 a la cabeza de los países donantes, escalando hasta el sexto puesto al año siguiente. Los Presupuestos Generales para 2011 han reducido la ayuda al desarrollo en más de 918 millones, lo que sitúa a la cooperación española en cifras inferiores a las de 2007. ¿Habrá que seguir reduciendo las partidas para la cooperación? ¿Cómo seguir haciendo más con menos?

Valoro positivamente la política de cooperación de los últimos años, aunque ha sido una política que se ha explicado poco a la opinión pública. Una política en la que, en algunos extremos, se han ligado objetivos de cooperación pura y dura con intereses geoestratégicos de desarrollo para estabilizar algunas zonas del mundo que afectaban a la estabilidad de España. La política de cooperación con Marruecos, con Senegal, con Mauritania y con algunos países de la ribera sur del Mediterráneo ha combinado cooperación pura al desarrollo con intereses de estabilización de la zona. Hay también una vinculación de la política de cooperación con la seguridad en las fronteras que no es política de cooperación. El gobierno socialista no lo ha explicado, pero lo ha hecho con gran intensidad.

En los próximos años tendremos que priorizar: no se puede hacer todo y todo a la vez. Será preciso ver en qué países vamos a cooperar. Personalmente, me gustaría hacer una aportación, sin que esta aportación agote toda la lista: Europa –y España liderando– le debe un Plan Marshall al sur del Mediterráneo. Soy contrario a esta visión romántica de la “primavera árabe”, que nos llenará de democracia exprés el mundo árabe. Las cosas son mucho más complejas, pero Europa tiene que abogar por una política de cooperación con el Norte de África para estimular los procesos democráticos. Esto ya no es vincular intereses geoestratégicos, sino apostar por el bienestar de esos países.

En cuanto al objetivo del 0,7% del PIB destinado a ayuda al desarrollo, estaba en nuestro programa electoral de hace cuatro años, en el de ahora se habla de “tender” hacia el 0,7%.

Mientras España se ha mostrado muy activa en la defensa de los derechos humanos y la democracia en los foros y escenarios multilaterales, estos principios han estado a veces ausentes en la relación bilateral. Los casos de China y Rusia son ilustrativos. ¿Debería mostrarse España más firme en la defensa de estos principios?

En la Ley de Cooperación, CiU introdujo una enmienda por la cual la cooperación debe estar vinculada al respeto a la democracia y los derechos humanos en los países en los cuales cooperamos, y consideramos que no siempre el gobierno de los últimos años ha tenido eso en consideración.

Respecto a China y Rusia, creo que lo que se tenía que decir, diplomáticamente se ha dicho. El problema es que alguna gente nos pide que hasta que no se cumpla con los requisitos de derechos humanos, no se tenga relación con algunos países. En estos temas de derechos humanos, creo que se tiene que ir caso por caso y análisis por análisis.

 

Asuntos pendientes

Kosovo ha sido reconocido como Estado independiente por una gran mayoría de países de la comunidad internacional y goza de un estatus de Estado observador en la ONU. ¿Debe España reconocer ya a Kosovo?

Sin duda, España debería reconocer Kosovo. Así lo hemos votado, quedando en minoría en el Congreso de los Diputados en esta última legislatura. Si España se siente segura de sí misma no debe proyectar ningún tipo de fantasma en este debate. Kosovo no es una declaración unilateral de independencia, sino el final de un proceso liderado por el premio Nobel de la Paz Martti Ahtisaari. Hay países que por vecindad geográfica tienen sus temores, como Grecia, Rumania y Chipre, y en su caso se entiende, pero la posición de Eslovaquia y España responde solamente a fantasmas, a una traslación errónea de cuestiones internas. Además, España no solo no ha reconocido Kosovo, sino que ha tenido un papel activo en trasladar a países iberoamericanos la conveniencia de no reconocer Kosovo, aunque desde luego cada país es soberano a la hora de tomar sus decisiones. Pero tiempo al tiempo: Kosovo es una pieza más del cierre de las heridas en los Balcanes.

La ampliación de los intereses exteriores de España reclama desde hace años una reforma del servicio exterior, que dote al ministerio de Asuntos Exteriores de mayores recursos humanos y materiales. También se precisa una redefinición y ajuste de objetivos. ¿Para cuándo esta reforma? ¿Cuáles son sus propuestas?

En la legislatura 2000-2008, en la comisión de Exteriores del Congreso, creamos la subcomisión sobre la Reforma del Servicio Exterior. Comparecieron todas las partes afectadas: diplomáticos, técnicos comerciales del Estado, hasta la asociación de mujeres de diplomáticos… y hubo grandes reservas de carácter corporativo. Aquí lo que se necesita es un cuerpo diplomático que trabaje al servicio de la promoción económica de España. Hay que recordar que los técnicos comerciales del Estado en misión en el exterior cobran bastante más que los diplomáticos, y esto es un primer escollo muy práctico, muy prosaico. En segundo lugar, todas las propuestas de reforma del servicio exterior han descarrilado hasta la fecha debido a que hemos vivido en un país de opulencia, que se podía permitir tener estructuras paralelas, algunas ineficientes, con falta de coordinación. La situación actual obligará a optimizar los recursos y a una reforma del servicio exterior. Si navegan por las páginas web de los ministerios de Asuntos Exteriores de otros países, se quedarán impresionados cómo hay otros países mucho más eficientes en su acción exterior. La defensa de los intereses de España es un objetivo, y la eficiencia es otro, desde el punto de vista de servicios consulares, de servicio a la economía del país… Una diplomacia no puede estar “cerrada por vacaciones”, en ningún momento del año. En este sentido, Italia tiene experiencias muy interesantes: jóvenes recién salidos de la escuela diplomática que se van con su ordenador portátil, viven en un hotel y hacen un buen trabajo para su país. ¿Por qué no podemos hacer esto nosotros?

Entrevista realizada por Pablo Colomer y Áurea Moltó.


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