Un hombre en Iowa sujeta el editorial de The New York Times/GLEN STUBBE/GETTY

Hirohito en las primarias demócratas

Jorge Tamames
 |  23 de enero de 2020

Hirohito, el emperador que condujo Japón a la Segunda Guerra Mundial, se enfrentaba a un dilema considerable. Como encarnaba a un dios en la tierra, sus pronunciamientos se consideraban infalibles. Pero esta condición era una jaula de oro: significaba que, si los hechos contradecían o cualquiera desautorizaba las palabras del tennô, su infalibilidad se desplomaría. Tras la rendición incondicional ante Estados Unidos, Hirohito concedió, en una proclamación radiofónica, que ya no era una divinidad. Sus sucesores se asemejan a monarcas constitucionales, con alto peso simbólico y un poder ejecutivo mínimo.

Desde hace cuatro años, los grandes medios de comunicación estadounidenses conviven con este síndrome de Hirohito, en la expresión del humorista Matt Christman. Hasta hace poco, sus pronunciamientos determinaban la viabilidad de cualquier candidato presidencial. Un ejemplo de cómo ejercían esta función de prescriptores o gatekeepers: en 2004 se lanzaron a la yugular del candidato antiestablishment Howard Dean porque soltó un aullido que les pareció cómico e inapropiado. El “Dean scream” persiguió al demócrata durante semanas, con los medios atizándole de manera obsesiva, hasta que aceptó su fracaso y optó por dedicarse a otros quehaceres. Hoy Dean trabaja como lobista para la industria farmacéutica.

 

 

Después llegó 2016, el annus horribilis de la prensa. La conservadora trató de frenar la nominación republicana de Donald Trump. National Review, representante del establishment republicano, publicó un número especial titulado “Contra Trump”. Fox News, el principal medio derechista de masas, le tendió varias emboscadas en los debates televisados. No sirvió de nada. Después le tocó el turno a la prensa progresista, que optó por el histrionismo –el Huffington Post presentaba cada historia sobre Trump con una nota editorial que le señalaba como “un xenófobo, racista y misógino”–, con poco éxito. Bernie Sanders, el socialista de Vermont –candidato entonces y ahora– también recibió una cobertura hostil por parte de los medios tradicionales. Nada de ello impidió que disputase la nominación a Hillary Clinton, ni que Trump la derrotase en las elecciones presidenciales.

Los grandes medios se pronunciaron y nadie les hizo caso. ¿Qué sucedió? En primer lugar, que su reputación estaba dañada tras episodios como la invasión de Irak, cuando se alinearon con las tesis falsas de la administración Bush. Segundo, las redes sociales y los medios digitales han resquebrajado el monopolio sobre la opinión publicada. A ello se añade la crisis de legitimidad que el crash de 2008 generó entre las élites liberales, incluidas las periodísticas. Por último está la transformación laboral de la industria. La paradoja de un sector laboral cada vez más precario es que a menudo solo pueden permitirse entrar en el quienes provienen de familias con recursos económicos para apoyarles. Esto introduce sesgos sociales en la profesión, cuyos representantes –urbanitas, progresistas, altamente educados– no comparten gran cosa con la base electoral de Trump –rural y conservadora– o incluso Sanders –trabajadores en empresas como Amazon, Uber y Walmart–.

 

La montaña que parió un ratón

Así las cosas, y con unas primarias demócratas fragmentadas, The New York Times ha intentado restablecer su posición como intelectual orgánico del progresismo estadounidense. Lo ha hecho anunciando a bombo y platillo el proceso mediante el cual su equipo editorial elegiría a qué demócrata apoyar (el endorsement). The Choice (“la elección”), como fue bautizado con más pretensión que humildad, incluye extensas entrevistas con cada candidato, contenido audiovisual y una crónica del proceso para volverlo más transparente.

Pero la montaña parió un ratón. The Choice ha terminado por recordar a The Decision, el programa televisado en el que LeBron James anunció su marcha de los Cleveland Cavaliers al Miami Heat, recurriendo a un formato y lenguaje tan impostados (“voy a llevar mis talentos a South Beach”) que resultó ridículo. Y es que, vista su influencia menguante, las opciones del Times se reducían a dos. Apoyar al candidato que lidera las encuestas, Joe Biden –pese a que su entrevista estuvo repleta de lapsus y meandros delirantes– y así recomponer su imagen de prescriptor; u optar por una opción más afín a los valores de sus lectores (tal vez Elizabeth Warren) pero con escasas posibilidades de ganar. Descartada quedaba una tercera posibilidad: Sanders, reñido con Biden en las encuestas pero demasiado izquierdista para el comité editorial.

Forzado a escoger entre pragmatismo y coherencia, el NYT optó por pegarse un tiro en el pie. El 19 de enero, anunció que apoyaba a dos candidatas a un mismo tiempo: la “moderada” Amy Klobuchar y la “radical” Warren. Su justificación: “Si alguna vez hubo un momento de estar abierto a nuevas ideas, es ahora. Si alguna vez hubo un momento de buscar estabilidad, es ahora”. Dos frases altisonantes que, combinadas, se convierten en lo contrario a un razonamiento coherente.

Para apoyar a Warren, el periódico recurre a una caricaturización de las posiciones del otro “radical” (demasiado extremista, irracionalmente enfadado con el sistema, etc.). El problema es que su propia entrevista con Sanders desmiente ese retrato de trazo grueso. Para apoyar a Klobuchar –irrelevante según las encuestas–, el equipo editorial se escuda en su “carisma, agallas y sticktoitivenesss”, un palabro inventado que es mejor no intentar traducir. También ignora su famosa costumbre de explotar de manera esperpéntica a sus subordinados, descrita por el propio NYT. En resumen, el periódico ha optado por nadar y guardar la ropa, presentando su cobardía como una apuesta por “empoderar” a mujeres y promover la diversidad. Es cierto que el NYT tiene un olfato defectuosos para escoger ganadores en primarias, pero una apuesta más nítida le hubiese ayudado a recobrar su reputación –o, por lo menos, a no dañarla más–.

 

 

Problemas de la prensa más allá de EEUU

Podría parecer que las vicisitudes de los medios de comunicación estadounidenses son consecuencia de su costumbre de pronunciarse a favor de candidatos en periodos electorales. Un hábito que no es común en España y que genera cierto recelo, en la medida en que sugiere que el periódico destinará sus medios a hacer campaña por el candidato escogido.

Es posible que esta opinión refleje no tanto las contradicciones de los medios estadounidenses como las de los españoles. En realidad, el apoyo explícito a un candidato por parte del equipo editorial puede entenderse como un gesto de honestidad o al menos transparencia. Las prácticas de los medios de comunicación españoles –relevar al equipo directivo tras un cambio de color del gobierno, o producir titulares manipulativos de manera rutinaria– señalan que operan en un terreno inevitablemente político, en el que mantener una imparcialidad absoluta no siempre es posible. Tal vez la clave resida en algo tan sencillo pero difícil de aplicar como mantener una demarcación clara entre las secciones de opinión e información.

Existen medios capaces de capear el temporal. El Financial Times y The Economist, por ejemplo, se han especializado en un subgénero que funciona bien con sus lectores: una cobertura crítica del capitalismo realmente existente, que les proporciona frescura intelectual y hasta un aire combativo. Esta posición coexiste con un acoso feroz a los políticos que planteen alternativas a los problemas que destacan: en las recientes elecciones británicas, el FT realizó una campaña tácita a favor de Boris Johnson.

La contradicción se reconcilia porque estas publicaciones conocen bien el público al que se dirigen: el establishment económico, compuesto por profesionales cualificados con curiosidad intelectual y ganas de estar bien informados pero poco entusiasmo por programas económicos de izquierdas. Los medios nominalmente progresistas como el NYT, atrapados en las contradicciones del centro-izquierda, tal vez encuentren más difícil realizar estos ejercicios de malabarismo.

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