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Un hombre vestido con un traje de protección revista la temperatura de una mujer junto a un área residencial en Wuhan, China, el 7 de abril de 2020. HÉCTOR RETAMAL. GETTY

Agenda Exterior: Pandemia y cambio

Política Exterior
 |  11 de marzo de 2021

Hace un año que la Organización Mundial de la Salud (OMS) declaró el brote de Covid-19 una pandemia global. Desde aquel día el mundo ha presenciado confinamientos entonces casi imposibles de imaginar; intervenciones económicas de emergencia por parte de Estados y bancos centrales; procesos políticos sin precedentes cercanos –en especial las turbulentas elecciones presidenciales de Estados Unidos–; y una carrera global por obtener y desplegar vacunas contra el nuevo coronavirus. De entre todas estas transformaciones, pedimos a un abanico de pensadores, representantes políticos y académicos que reflexionen sobre la más significativa de cara al futuro.

 

¿Qué ha cambiado para siempre?

 

 

SANTIAGO ALBA RICO | Ensayista, escritor y filósofo. @SantiagoAlbaR

En septiembre del año pasado, Richard Horton, editor de The Lancet, recuperaba el concepto de “sindemia”, acuñado en la década de los noventa por Merrill Singer, para definir la pandemia del Covid-19: una articulación compleja de colapsos concomitantes en la que la enfermedad infecciosa refleja y multiplica efectos sociales, económicos e institucionales. Más que ninguna otra anterior, la pandemia actual es una “sindemia”, pues a los elementos citados hay que añadir la conciencia: se trata, sí, del primer acontecimiento conscientemente global de la historia de la humanidad. Globales son la amenaza nuclear desde 1945 y el cambio climático desde al menos 1968; global es el capitalismo financiero tecnologizado. Pero ninguno de estos fenómenos se había reflejado de manera inmediata en nuestra conciencia común. La pandemia sí. Ha cerrado en nuestro interior, por así decirlo, la redondez de la tierra, de la que no hay ya escapatoria.

Precisamente en el momento en que se cuestionaba la globalización, resucitaban los nacionalismos y las instituciones sufrían un mayor menoscabo, la sindemia del Covid-19 nos ha obligado a asumir nuestro destino individual en términos de especie: una especie que toma conciencia de sí misma asociada orgánicamente a una economía sin control y sin alternativa. Creo que es esta conciencia común del carácter sindémico de la pandemia la que explica tanto las fracturas entre las élites gobernantes, que tratan de modular con poco margen la relación entre supervivencia capitalista y supervivencia humana, como la creciente desesperación de los sectores desfavorecidos, más vulnerables que nunca y más alejados de las instituciones de las que, al mismo tiempo, reclaman una respuesta. La sindemia, porque lo es, demanda una solución global, concertada y lo más horizontal posible. Las vacunas, un año después, revelan todo lo que se podría hacer en esa dirección y, al mismo tiempo, las condiciones económicas y políticas que les cierran el camino: constituyen, sí, el símbolo de esta nueva conciencia global y de su imposible satisfacción.

 

MARK BLYTH | Titular de la cátedra William R. Rhodes de Economía Política Internacional en Brown University. @MkBlyth

La idea de que el Covid-19 lo cambia todo es una bobada que se ha puesto de moda. Las cadenas de producción globales no se han venido abajo. Aunque la mitad de la economía trabaje desde hogares, poca gente parece querer hacer esto de modo permanente. El mercado inmobiliario no ha colapsado. Y la desigualdad ha seguido creciendo en vez de rebajarse. A pesar del Covid-19, los gobiernos continúan atrapados en un ciclo de apoyo a los mercados financieros para prevenir otro crash, y por tanto creando las condiciones del siguiente crash al apoyar a compañías zombis y un apalancamiento excesivo. Pese a hablar mucho sobre “reconstruir mejor” tras el Covid-19, aún no hemos visto movimientos transformadores en descarbonización o reducción de desigualdad. Incluso el plan de estímulos de 1,9 billones de dólares de Joe Biden es más paliativo que estructural.

¿Ha cambiado algo? Sí. Una sola cosa, de la que aún no nos hemos dado cuenta. El experimento multi-país que la pandemia ha propiciado, con un gasto mundial de casi 20 billones de dólares para prevenir un colapso de la economía, ha cambiado nuestra percepción de lo que se entiende como “posible” en política económica.

Una vez más, a pesar de desplegar todo ese dinero, la inflación no ha asomado. En realidad, en la OCDE lleva desaparecida desde hace 30 años. Segundo, como resultado de esto, incluso la Reserva Federal ha dejado de preocuparse por la inflación. Tercero, los propios gobiernos han demostrado que pueden lanzar dinero “desde un helicóptero” para combatir recesiones. Cuarto, los debates sobre consolidación fiscal se quedan en palabras, sobre todo para la política de partidos nacional. Nadie serio propone un retorno a la austeridad de hace una década. Incluso los alemanes se están replanteando la conveniencia del “zero negro”, mientras la Comisión Europea admite que su viejo fetichismo fiscal ya no sirve.

Así que muchas cosas no han cambiado en absoluto, pero la cosa que sí lo ha hecho es tremendamente importante. Si el fetichismo de las cuentas cuadradas por fin ha muerto y la muy necesaria descarbonización de nuestras economías puede empezar en serio, necesita hacerlo ya. Ya no es la inflación lo que lo impide, tampoco el miedo a la inflación. Es solamente el miedo en sí mismo.

 

JEREMY CLIFFE | Redactor jefe de internacional en New Statesman. @JeremyCliffe

Algo que ha cambiado para siempre con la pandemia es la percepción que tienen las sociedades sobre sus propias vulnerabilidades. Los virus quieren perpetuarse y lo hacen encontrando espacios en los que puedan prosperar, por muy ocultos que estén a la vista de los humanos. El Covid-19 lo ha hecho en el mundo y en el proceso ha expuesto las diferentes debilidades de cada sociedad.

En Estados Unidos bajo Donald Trump demostró la política polarizada y disfuncional del país. En Singapur, que a pesar de un buen historial general de gestión de la pandemia sufrió varios brotes localizados, arrojó luz sobre las malas condiciones en las viviendas de la población inmigrante. En América Latina, Oriente Próximo y en otros países de ingresos medios, el virus ha demostrado cuán frágiles son los Estados de bienestar limitados. Aquí en Alemania, considerada anteriormente un ejemplo de gestión relativamente buena de una pandemia, la distribución de vacunas se ha visto afectada por las grandes debilidades del país: la rigidez estructural y la burocracia.

Lo mismo ha sucedido en la comunidad internacional en general. La pandemia ha demostrado las limitaciones de la capacidad de las instituciones globales para coordinar la acción común contra un desafío común. El Covid-19 ha expuesto también la debilidad del multilateralismo incompleto de una manera que, ante el desafío mucho mayor del cambio climático que ahora se cierne sobre nosotros, debería generar un debate significativo. Esto no quiere decir que las vulnerabilidades vayan a desaparecer. Muchas están profundamente arraigadas y son difíciles de superar. Pero a todos los países se les ha mostrado con la pandemia un espejo que antes no estaba disponible, y han visto esas vulnerabilidades con mayor claridad y luchan por ocultarlas. Los debates futuros sobre la gestión de estas vulnerabilidades se verán eclipsados por la pregunta: ¿qué traerá la próxima pandemia? Se trata de una posibilidad que ninguna recuperación post-Covid, por fuerte que sea, borrará. Y tal vez sea positivo.

 

MARINA GARCÉS | Profesora de Estudios de Artes y Humanidades y directora del máster de Filosofía para los retos contemporáneos en la Universidad Abierta de Cataluña (UOC). @MarinaGarces

No creo que en los asuntos humanos existan los “para siempres”, ni los “antes/después” definitivos. Si de anteriores crisis o guerras hubiera dependido que la humanidad diera giros importantes en la manera de comprenderse a sí misma, seguramente nos encontraríamos en una situación bastante menos oscura que la que caracteriza a nuestro presente. Con la pandemia todo parece nuevo y, sin embargo, vivimos en una sensación de déjà vu que en estos momentos toma la forma de un apocalipsis reiterado. ¿Cuántos apocalipsis puede soportar la humanidad sin llegar a destruirse del todo?

Si nada cambia para siempre y cualquier cosa puede volver a pasar, pienso que deberíamos cambiar el foco de la cuestión y preguntarnos: de todo lo que ha sucedido, ¿qué nos gustaría que se quedara para siempre?, y ¿qué desearíamos que no se repita jamás? Estas dos preguntas pueden orientar una acción de presente, disonante pero decidida, capaz de interrumpir la realidad e introducir en ella cambios reales.

Si yo me encontrara en la situación de tener que responder a ellas, diría: de todo lo sucedido en este primer año de pandemia, me gustaría que no se perdiera nunca el efecto de visión que ha producido en nuestras vidas. Esta visión se resume, para mí, en la idea de que aquello que llamábamos normalidad no era normal y que en ella se cocían los problemas que a través de esta crisis sanitaria han hecho estallar nuestras vidas. Si olvidamos lo que hemos visto, en algún momento una realidad peor puede volver a parecernos, también, demasiado normal.

¿Y a la segunda pregunta? Respondería que si hay algo que no deseo que vuelva a ocurrir nunca más es, precisamente, la normalización de la soledad a la que nos ha entrenado el confinamiento y sus múltiples formas de vida distanciada. Estábamos solos, pero ahora no solo lo estamos más sino que parece que es la única forma deseable de estar a salvo. ¿Cuánta soledad podemos soportar para salvarnos? Quizá esta sea la pregunta que nos pueda, no salvar, pero sí evitar este apocalipsis vestido de oscura normalidad.

 

GEORGINA HIGUERAS | Periodista especializada en Asia y directora de #ForoAsia.

La pandemia ha puesto en evidencia la vulnerabilidad y la fragilidad de la humanidad, así como la falta de preparación para hacer frente a este tipo de ataques procedentes de la maltratada naturaleza. Las respuestas tanto nacionales como multilaterales no han estado a la altura de las circunstancias, lo que ha hundido, tal vez de forma irreversible, la confianza de los ciudadanos en las instituciones democráticas nacionales e internacionales. El espectáculo de cada gobierno dando palos de ciego sin coordinación, sin conocimiento ni solidaridad para encontrar una solución, ha agravado el desconcierto y la confusión de la sociedad. La OMS y Naciones Unidas tampoco han sido capaces de ofrecer medidas innovadoras con las que paliar la catástrofe ni con las que unir a sus miembros para abordarla. El miedo, principal enemigo de la libertad y de la democracia, se ha instalado a nivel global.

Agitados por el pánico, populismos y noticias falsas vapulean el sistema liberal, en pleno declive por su inutilidad para atajar una desigualdad que priva de aspiraciones de futuro a cientos de millones de jóvenes, además de alimentar el caos, la ignorancia y las crisis política, económica y social que atenazan con especial virulencia a Occidente. La pandemia exigía contundencia y creatividad para identificar y reforzar las habilidades adecuadas para gestionarla, pero los ciudadanos han encontrado a sus instituciones ensimismadas en sus propios quehaceres, lo que ha generado soluciones anárquicas que han ralentizado la cura de la epidemia y convertido sus consecuencias en una recesión que golpea con furia a las mujeres y a los más débiles. De igual manera, los países más pobres serán los que más sufran, ya que serán los que tarden más en recuperarse.

 

GREGORIO LURI | Filósofo y maestro. @GregorioLuri

El escritor francés Armand Gatti hizo un viaje a Pekín, junto a un grupo de intelectuales europeos maoístas, a finales de los años sesenta del siglo pasado. Todos fueron recibidos por el Gran Timonel, Mao Zedong, que les autorizó a hacerle preguntas. Gatti se interesó por el futuro. ¿Cómo veía el gran líder el porvenir? Mao metió su mano en un bolsillo, sacó una carpeta, buscó una hoja en blanco, la arrancó y se la entregó.

Quizás Mao estaba queriendo decir a Gatti lo que Napoleón le dijo a Goethe en Erfurt: “¿Para qué queremos ahora el destino? ¡La política es nuestro destino!”.

Pero resulta que no. La política puede creerse soberana mientras la naturaleza permanece dormida, pero cuando a esta le da por sublevarse, es ella la que decreta los estados de excepción. La naturaleza nos dice su verdad inapelable con frecuencia, pero, por naturaleza, la política tiene los oídos taponados de ideología. El insigne Herr Professor Gottlieb Erlöser Panaceo nos lo advirtió en su obra Del cuádruple principio de la insuficiencia de la razón.

Con lo difícil que es adivinar el pasado (como bien saben los historiadores) y nos ponemos a adivinar el futuro. Hay, sin embargo, una razón poderosa para ello: los hombres somos seres futurizadores. Por eso jugamos a predecir las consecuencias de hechos cuya llegada fuimos incapaces de imaginar, como la pandemia de la Covid. En mi humilde opinión, estos tiempos de pandemia nos han dejado dos enseñanzas claras.

La primera es que la moral kantiana está bien para los tiempos en los que la naturaleza calla, pero cuando grita, descubrimos que el principio categórico que nos exige tratar a todo hombre como un fin y no como un medio está por encima de nuestras posibilidades. Así que recurrimos a la moral de urgencia del utilitarismo. Es lo que hemos hecho sin debate, como si no quisiéramos enfrentarnos al hecho de que la moral utilitarista es una moral sacrificial: nos dice a quien hay que sacrificar sin crearnos problemas de conciencia. ¿Recuerdan lo ocurrido en la primera ola con los ancianos?

La segunda enseñanza es el olvido inmediato de la primera.

Volvamos a Gatti. Durante meses, conservó aquella hoja en blanco como una reliquia dialéctica entre las páginas de un libro. Un día sus hijos sacaron el libro de la estantería, encontraron la hoja y la llenaron de garabatos indescifrables.

 

ANDRÉS ORTEGA  | Investigador sénior asociado del Real Instituto Elcano y director del Observatorio de las Ideas. @andresortegak

De no ser por la pandemia o, mejor dicho, por su forma de gestionarla, hoy probablemente, Donald Trump seguiría como presidente de Estados Unidos, con su consiguiente impacto negativo en la gobernanza global. Ello no quiere decir que algunos problemas se hayan resuelto con una llegada de Joe Biden a la Casa Blanca de la que no sabe aún si marcará un paréntesis o el paréntesis habrá sido Trump y el trumpismo. Incógnita que quizá se despeje en las midterm elections de noviembre de 2022.

Con nuevas formas, la competencia con China se mantiene por una razón estructural –el ascenso de una gran potencia frente a otra no dispuesta a ceder su liderazgo en muchos campos–, pero también por otra coyuntural: es quizá el único terreno de entendimiento que tiene Biden con los republicanos, junto con un cierto proteccionismo. Aunque puede haber colaboración en otros (como el cambio climático), este enfrentamiento en algunos campos importantes entre EEUU y China le va generar problemas a una Europa que no busca una equidistancia, pero que necesita intensas relaciones con Pekín para seguir creciendo, y hacer posible esa transformación económica –muy basada en la tecnología– que necesitan la UE y sus Estados miembros y casi todas las economías del mundo.

Aunque venía de antes, esto es lo que ha cambiado definitivamente con la pandemia: no ya la necesidad de una recuperación económica y social, sino la necesidad de una transformación casi revolucionaria. Porque quien no la logre se quedará atrás.

 

ALICIA RICHART | Directora general para España y Portugal en Afiniti. @AliciaRichart

Han cambiado las estructuras o, en realidad, se han vuelto más flexibles. Por ejemplo, las del trabajo, solo hay que ver cómo se ha implantado y extendido el teletrabajo. Cuando la situación epidemiológica lo permita veremos hasta dónde este cambio se queda en nuestro sistema laboral como una modalidad asentada. Han cambiado también las estructuras de los sistemas de salud, en la administración, en la educación, en el entretenimiento, en el retail, etcétera.

En la recuperación los países se enfrentan a retos propios de cada economía. Por desgracia, en un escenario en forma de ‘K’, que dejará no solo sectores ganadores y perdedores, sino también países ganadores y perdedores. Aquellos que no tengan un fuerte sector tecnológico caerán sin duda en el lado de estos últimos.

Por tanto, más que pensar en el qué puede haber cambiado debemos centrarnos en el cómo vamos a recuperarnos tratando de minimizar esas brechas que se generan. Y aquí es donde los perfiles más digitales, con una formación más elevada, están en una mejor posición para salir victoriosos, lo que indica que esta es la respuesta al cómo: es absolutamente necesario incorporar habilidades digitales (aptitud digital) y acompañarlo de algo fundamental, más en las circunstancias actuales, como es la actitud por salir adelante y por pelear por las oportunidades.

Los perfiles más demandados en la actualidad se encuentran en las siguientes áreas tecnológicas: Infraestructuras, con foco en 5G; cloud (nube); desarrollo de software; científicos de datos; ciberseguridad; y robótica. Así que solo resta ponerse manos a la obra, con aptitud y actitud.

1 comentario en “Agenda Exterior: Pandemia y cambio

  1. Admirables, leerles, en sus artículos, cada uno de Uds. en sus investigaciones
    La Sra Marina Garcés, deja abierta una pregunta, al final de su texto, donde ha hecho, que pare en volver a leerle , pues cuanta soledad podemos soportar para salvarnos?
    Quizás esta sea la pregunta no salvar, pero si este Apocalipsis , vestido de oscura normalidad?
    Me lleva a Carl Jung, la conciencia colectiva
    También me lleva a la Esperanza y Fe, en una sociedad cada vez mayor, que silenciosas, despiertan.

    Agradecida a todos por su aporte , visión, y abriendo u. Rayo de Luz al nuevo sendero que se avecina, en valores imparables!!!

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