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Lula, durante la rueda de prensa tras anularse las condenas en su contra, el 10 de marzo en Sao Bernardo do Campo, Brasil. ALEXANDRE SCHNEIDER/GETTY

Cuando Lula se mueve, el tablero político brasileño tiembla

Lula ha regresado con fuerza al escenario político brasileño, erigiéndose en la némesis de Bolsonaro.
Esther Solano Gallego
 |  16 de marzo de 2021

En Brasil, los analistas políticos no nos morimos de tedio. El 8 de marzo recibimos, perplejos, una decisión que no esperábamos. El ministro del Tribunal Supremo Edson Fachin (en Brasil los miembros de la Corte Suprema tienen estatus de ministros) declaraba todos los juicios de la operación Lava Jato contra Luiz Inácio Lula da Silva nulos por un error de procedimiento. Según el texto de la sentencia, el expresidente no podría hacer sido juzgado en Curitiba (región donde trabajaba Sergio Moro), y sí en Brasilia, porque el entonces juez de primera instancia no tenía “jurisdicción universal”. Como efecto inmediato, Lula quedaba libre de cargos y recuperaba sus derechos políticos.

La pregunta que de inmediato estuvo en boca de todos era si Lula podría ser candidato en las elecciones presidenciales de 2022. En principio, sí. La sentencia dictamina que los juicios contra él sean trasladados a la justicia federal de Brasilia, donde serán analizados por otro juez, elegido por sorteo entre los magistrados disponibles en la capital federal. O sea, el proceso judicial comienza de nuevo. Para que Lula vuelva a perder sus derechos políticos tendría que ser condenado, otra vez, en segunda instancia, y es improbable que esto suceda antes de 2022, aunque, ya saben, en Brasil nada es imposible.

Pero la complejidad del asunto no acaba aquí. ¿Por qué habría tomado Fachin, de forma unilateral, esta decisión, justo ahora, sorprendiendo a todos, inclusive a sus colegas del Supremo? Para responder a esto primero tenemos que saber que el Supremo brasileño se divide entre los lavajatistas y los antilavajatistas. Fachin es uno de los primeros. Semanas atrás, otro ministro, el más vehementemente antilavajatista de todos, Gilmar Mendes, anunció que durante el primer semestre de 2021 sería juzgado el caso de suspensión del exjuez Moro. Este es un habeas corpus de los abogados de Lula en base a las sospechas de parcialidad, supuestamente probadas por las conversaciones hackeadas entre Moro y los fiscales de la operación Lava Jato, publicadas por The Intercept.

 

«Las conversaciones filtradas de Moro y el cuerpo de fiscales demuestran cómo Lava Jato se transformó en un aparato de persecución política contra el Partido de los Trabajadores y, sobre todo, contra Lula»

 

Estas conversaciones, que ya han sido filtradas a la prensa y cuyo contenido hace sonrojar a cualquier persona con un mínimo de decencia democrática, son una prueba contundente de la promiscuidad entre Moro y el cuerpo de fiscales de la acusación, y de cómo Lava Jato se transformó en un aparato de persecución política contra el Partido de los Trabajadores y, sobre todo, Lula.

Ante el juicio que Mendes anunciaba, Moro tendría pocas probabilidades de sobrevivir. Y si fuera considerado parcial, todas sus condenas contra Lula se anularían, provocando además un efecto en cascada, ya que los demás condenados de Lava Jato también harían pedidos de habeas corpus. En la práctica significaría el fin de Moro y de la operación anticorrupción.

¿Qué ha sucedido entonces? Para impedir que Moro fuese suspendido, cayese en desgracia pública y toda la operación Lava Jato fuese anulada, Fachin se habría adelantado a su colega Mendes y habría decidido aceptar el habeas corpus de los abogados de Lula, pero no por la parcialidad de Moro, acusación gravísima, y sí por un error de procedimiento: el hecho de que los juicios hubiesen sido llevados a cabo en Curitiba y no en Brasilia. De esta forma, pareció pensar Fachin, le damos a la defensa de Lula lo que pide, pero salvamos a Moro y la operación.

Sin embargo, Mendes es un hueso duro de roer y como respuesta a la decisión de Fachin, convocó para el día siguiente el juicio sobre la suspensión de Moro. El 9 de marzo, los brasileños asistimos pegados a las pantallas a la sesión televisada del Supremo para juzgar la suspensión del exjuez. Los ojos estaban puestos en el ministro bolsonarista Kassio Nunes, él más reciente llegado a la corte, nombrado por el presidente, Jair Bolsonaro. Nadie sabía hacia dónde se inclinaría un voto que con gran probabilidad tendría el poder de desempatar los del resto de magistrados. ¿Votaría Nunes a favor de Moro, librando a quien, hasta hace poco, había sido aliado indispensable de Bolsonaro? ¿O votaría contra él, relegándole al ostracismo, como vendetta por haber roto con el gobierno, malogrando así la posible candidatura de Moro en 2022?

Nunes nos dejó a todos con las ganas. Adujo que, con tanta celeridad, no le había dado tiempo a estudiar el proceso, y pidió dejar en suspensión la votación hasta que se sintiese preparado para emitir su voto, cosa que puede suceder en unas semanas o en años, cuando él decida. En la práctica, la lectura es simple: el ministro Bolsonarista tiene bien agarrado a Moro, pues su futuro depende de su voto. El exjuez no tiene otra que permanecer quieto y sin rechistar. Recordemos que Moro dimitió del ministerio de Justicia y Seguridad Pública porque habría encontrado indicios de corrupción que involucraban a los hijos de Bolsonaro. Con la suspensión de su voto, Nunes asegura el silencio de Moro y garantiza un poco de tranquilidad a Bolsonaro. De momento, por tanto, la única decisión válida sobre Lula es la de Fachin.

 

La némesis de Bolsonaro

La reacción política de Lula, que hasta ahora había permanecido callado, no se hizo esperar. El 10 de marzo, dio el discurso que todos aguardaban y no decepcionó. Tres grandes cuestiones se infieren de sus palabras. La primera, que Lula será, a partir de ahora, el antagonista simbólico de Bolsonaro, pues comenzó su discurso hablando de la importancia de llevar máscaras, de aplicar vacunas y de un comportamiento social responsable durante la pandemia. Segundo, a pesar de ser un discurso de candidato presidencial, Lula hizo varias menciones a la necesidad de componer frentes amplios con varios sectores políticos en la disputa contra Bolsonaro. Por último, y quizá la cuestión más esperada, su guiño evidente al mercado. “No me tengáis miedo”, dijo Lula a la iniciativa privada, refiriéndose en varias ocasiones a la histórica alianza “capital-trabajo” que le permitió ganar sus primeras elecciones en 2002 y le garantizó la gobernabilidad durante ocho años, esto es, la alianza entre un Lula entonces sindicalista y el empresario José Alencar, su vicepresidente durante los dos mandatos. Por aquel entonces, Alencar permitió que Lula fuese visto como conciliador y moderado a los ojos del mercado. El hecho de que le diese tanto protagonismo a su recuerdo en el discurso hace pensar que quiere volver a reeditar el Lula que reconcilia trabajadores y capital y que nada tiene de radical de izquierda.

Las reacciones no tardaron en llegar. La más notable, la de Bolsonaro. Horas después del discurso, el presidente apareció con su plana mayor ministerial por primera vez con máscara delante de la prensa, y el ministro de Salud, el general Eduardo Pazuello, habló, por primera vez también, de la importancia de avanzar y acelerar la vacunación y de la relevancia de los institutos públicos de investigación médica en el proceso de producción de la vacuna. Los memes en las redes explotaron. El efecto Lula había conseguido, en unas horas, que el negacionista Bolsonaro se colocara la máscara y defendiese la vacuna.

Y quizá también que su gobierno acumule ya cuatro ministros de Salud en lo que va de pandemia, pues el 15 de marzo Bolsonaro anunciaba la sustitución del general Pazuello por Marcelo Queiroga al frente de la cartera de sanidad. Brasil suma más de 11,5 millones de infectados y más de 279.000 muertos por Covid-19.

 

«Lula consiguió, en unas horas, que el negacionista Bolsonaro se colocara la máscara y defendiese la vacuna»

 

Por otro lado, la prensa más conservadora, como el influyente Estado de São Paulo, demostró su nerviosismo lanzando editoriales como si volviésemos a estar en las elecciones de 2018, pidiendo a gritos un nombre que consiguiese frenar la aparente disputa en 2022 entre Bolsonaro y Lula. El problema es que esta supuesta tercera vía no despega. Entre bastidores nos llega que el famoso presentador de televisión Luciano Huck estaría a punto de firmar un contrato millonario con la cadena Globo para los próximos años, lo que le impediría ser candidato. João Doria, el gobernador de São Paulo que ha conseguido logros notables como ser el primero en comenzar vacunar a su población o que el PIB del Estado crezca un 0,4% en plena pandemia, no acaba de gustarle a la población y además tiene abierta una guerra interna por el liderazgo dentro de su propio partido, el PSDB, que celebrará primarias en octubre para elegir al candidato de 2022. Ciro Gomes, por fin, no está jugando bien sus cartas y no es capaz de construirse como la alternativa de centro fuera del eje Bolsonaro-Lula.

Seguiremos atentos ahora a cómo avanzan los nuevos juicios de Lula en Brasilia, los pasos del Partido de los Trabajadores y la estrategia del expresidente. Pero hay una cosa clara: cuando Lula se mueve, el tablero político brasileño tiembla.

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