sahara occidental

Agenda Exterior: Sáhara Occidental (prueba)

Política Exterior
 |  22 de octubre de 1990

El secretario general de las Naciones Unidas, António Guterres, tiene nuevo enviado personal para el Sáhara Occidental: el veterano diplomático Staffan de Mistura, que tras mediar en Siria, Irak o Afganistán, ahora debe bregar con uno de los conflictos más longevos del escenario internacional. La situación sobre el terreno se ha deteriorado en el último año, con el regreso de las hostilidades entre Marruecos y el Frente Polisario. A ello se suma un volátil escenario regional, con Marruecos y Argelia enzarzados en una escalada de tensiones; las sacudidas de la decisión estadounidense de reconocer la soberanía marroquí sobre el Sáhara Occidental todavía reverberando por todo el norte de África y Oriente Próximo, y una relación entre la Unión Europea y Marruecos (y entre Madrid y Rabat) propensa al desencuentro.

Preguntamos a los expertos qué conflicto encontrará De Mistura en el Sáhara, y cómo los actores implicados pueden sumar o restar a la hora de encontrar una solución negociada satisfactoria para todas las partes.

Participan

HAIZAM AMIRAH FERNÁNDEZ | Investigador principal de Mediterráneo y Mundo Árabe en el Real Instituto Elcano y profesor de Relaciones Internacionales en la IE University. @HaizamAmirah

De Mistura ha asumido un encargo en el que predecesores con más peso político y más exitosas hojas de servicio fracasaron. Durante tres décadas, el conflicto del Sáhara Occidental ha estado en la categoría de “conflictos congelados”. Sin embargo, desde finales de 2020 el nivel de conflictividad en la región del Magreb ha aumentado de forma alarmante. Varios factores han descongelado el conflicto del Sáhara Occidental. La principal causa ha sido la falta de avances en el proceso de paz y el prolongado estancamiento de la vía diplomática. El Frente Polisario declaró el final del alto el fuego en noviembre como resultado de la creciente presión interna de una población saharaui joven frustrada con un impasse y unos hechos consumados que ven como favorables al reino de Marruecos.

Otra cerilla que ha elevado la temperatura del conflicto fueron los tres tuits que el presidente estadounidense, Donald Trump, publicó el 10 de diciembre, tras haber perdido la reelección un mes antes. Estados Unidos reconocía de forma unilateral la soberanía de Marruecos sobre el Sáhara Occidental –un territorio que la ONU considera como “no autónomo”– a cambio de que Rabat anunciara que establecería relaciones diplomáticas plenas con el Estado de Israel.

Esa transacción trumpiana ha tenido dos efectos: 1) hizo creer a Rabat que el conflicto ya estaba resuelto a su favor, lo que se tradujo primero en una política exterior más “asertiva” que desencadenó crisis con Alemania y España, y más tarde en frustración al ver que ningún otro país relevante ni organización internacional seguía los pasos de Trump; y 2) rompió el equilibrio inestable entre los dos competidores por la hegemonía regional del Magreb –Argelia y Marruecos–, culminando con la ruptura de relaciones diplomáticas entre ambos en agosto de 2021, en medio de una escalada de acusaciones mutuas y muestras de animosidad.

Los enviados de la ONU no tienen una varita mágica para resolver conflictos internacionales. Sus opciones de éxito dependen de la confluencia de decisiones de las partes directamente enfrentadas y de los actores que tienen influencia sobre ellas. Cualquier manual de resolución de conflictos recomendaría a De Mistura que mediara para lograr una desescalada y propiciar unas medidas de confianza entre las partes, con el fin de modificar sus actitudes, comportamientos y el contexto del conflicto.

Es posible que De Mistura logre algún éxito que hoy por hoy parece descartable, pero eso no ocurrirá si no se ejerce presión sobre las dos partes principales enfrentadas –Marruecos y el Frente Polisario– para que negocien una solución política duradera. Un éxito colectivo sería facilitar una integración regional favorable para el desarrollo y la estabilidad del Magreb y de sus vecindarios mediterráneo y saheliano.

HANNAH ARMSTRONG | Analista sénior para el Sahel en Crisis Group. @brkinibeachriot

El conflicto entre el Polisario y Marruecos, que el alto el fuego de 1991 congeló de facto, lleva décadas descongelándose y ahora se calienta con rapidez debido a la reanudación de las hostilidades activas, aunque contenidas. El Polisario se enfrenta a la presión y la frustración de la población saharaui, sobre todo de los jóvenes y las mujeres de los campos de refugiados, que no han visto ningún progreso en las promesas hechas durante décadas. Marruecos recibió un gran impulso cuando Trump dio el reconocimiento estadounidense a su reclamación del territorio del Sáhara, lo que directamente preparó el terreno para que el Polisario declarara terminado el alto el fuego.

Es un momento importante para la diplomacia internacional. Los estadounidenses y los europeos parecen pensar que lo que está en juego no es lo suficientemente importante como para alienar a Marruecos, un importante aliado, presionando para avanzar hacia una resolución justa del conflicto. Los aliados occidentales están más preocupados por la lucha contra el terrorismo y el freno a la migración. Marruecos desempeña un papel importante en ambas luchas y como el estancamiento del conflicto no parece impulsar el terrorismo o la migración, resulta fácil instalarse cómodamente en un statu quo que convenga a Marruecos. Esto es un error: el Polisario tiene una reclamación legal de autodeterminación reconocida por la ONU, además de décadas de paciencia y buen comportamiento en condiciones en extremo difíciles. Es la justicia, y no los intereses, la que debe mover la política occidental en este conflicto.

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