sahara occidental
Un vehículo de la Misión de las Naciones Unidas para el Referéndum del Sáhara Occidental (MINURSO) circula por el lado marroquí del paso fronterizo entre Marruecos y Mauritania en Guerguerat ubicado en el Sáhara Occidental, el 25 de noviembre de 2020. FADEL SENNA. GETTY

Agenda Exterior: Sáhara Occidental

Política Exterior
 |  21 de octubre de 2021

El secretario general de las Naciones Unidas, António Guterres, tiene nuevo enviado personal para el Sáhara Occidental: el veterano diplomático Staffan de Mistura, que tras mediar en Siria, Irak o Afganistán, ahora debe bregar con uno de los conflictos más longevos del escenario internacional. La situación sobre el terreno se ha deteriorado en el último año, con el regreso de las hostilidades entre Marruecos y el Frente Polisario. A ello se suma un volátil escenario regional, con Marruecos y Argelia enzarzados en una escalada de tensiones; las sacudidas de la decisión estadounidense de reconocer la soberanía marroquí sobre el Sáhara Occidental todavía reverberando por todo el norte de África y Oriente Próximo, y una relación entre la Unión Europea y Marruecos (y entre Madrid y Rabat) propensa al desencuentro.

Preguntamos a los expertos qué conflicto encontrará De Mistura en el Sáhara, y cómo los actores implicados pueden sumar o restar a la hora de encontrar una solución negociada satisfactoria para todas las partes.

 

¿Cuál es la realidad sobre el terreno que encontrará De Mistura en el Sáhara Occidental? ¿Qué opciones tienen sobre la mesa los actores implicados, incluida España?

 

 

HAIZAM AMIRAH FERNÁNDEZ | Investigador principal de Mediterráneo y Mundo Árabe en el Real Instituto Elcano y profesor de Relaciones Internacionales en la IE University. @HaizamAmirah

De Mistura ha asumido un encargo en el que predecesores con más peso político y más exitosas hojas de servicio fracasaron. Durante tres décadas, el conflicto del Sáhara Occidental ha estado en la categoría de “conflictos congelados”. Sin embargo, desde finales de 2020 el nivel de conflictividad en la región del Magreb ha aumentado de forma alarmante. Varios factores han descongelado el conflicto del Sáhara Occidental. La principal causa ha sido la falta de avances en el proceso de paz y el prolongado estancamiento de la vía diplomática. El Frente Polisario declaró el final del alto el fuego en noviembre como resultado de la creciente presión interna de una población saharaui joven frustrada con un impasse y unos hechos consumados que ven como favorables al reino de Marruecos.

Otra cerilla que ha elevado la temperatura del conflicto fueron los tres tuits que el presidente estadounidense, Donald Trump, publicó el 10 de diciembre, tras haber perdido la reelección un mes antes. Estados Unidos reconocía de forma unilateral la soberanía de Marruecos sobre el Sáhara Occidental –un territorio que la ONU considera como “no autónomo”– a cambio de que Rabat anunciara que establecería relaciones diplomáticas plenas con el Estado de Israel.

Esa transacción trumpiana ha tenido dos efectos: 1) hizo creer a Rabat que el conflicto ya estaba resuelto a su favor, lo que se tradujo primero en una política exterior más “asertiva” que desencadenó crisis con Alemania y España, y más tarde en frustración al ver que ningún otro país relevante ni organización internacional seguía los pasos de Trump; y 2) rompió el equilibrio inestable entre los dos competidores por la hegemonía regional del Magreb –Argelia y Marruecos–, culminando con la ruptura de relaciones diplomáticas entre ambos en agosto de 2021, en medio de una escalada de acusaciones mutuas y muestras de animosidad.

Los enviados de la ONU no tienen una varita mágica para resolver conflictos internacionales. Sus opciones de éxito dependen de la confluencia de decisiones de las partes directamente enfrentadas y de los actores que tienen influencia sobre ellas. Cualquier manual de resolución de conflictos recomendaría a De Mistura que mediara para lograr una desescalada y propiciar unas medidas de confianza entre las partes, con el fin de modificar sus actitudes, comportamientos y el contexto del conflicto.

Es posible que De Mistura logre algún éxito que hoy por hoy parece descartable, pero eso no ocurrirá si no se ejerce presión sobre las dos partes principales enfrentadas –Marruecos y el Frente Polisario– para que negocien una solución política duradera. Un éxito colectivo sería facilitar una integración regional favorable para el desarrollo y la estabilidad del Magreb y de sus vecindarios mediterráneo y saheliano.

 

HANNAH ARMSTRONG | Analista sénior para el Sahel en Crisis Group. @brkinibeachriot

El conflicto entre el Polisario y Marruecos, que el alto el fuego de 1991 congeló de facto, lleva décadas descongelándose y ahora se calienta con rapidez debido a la reanudación de las hostilidades activas, aunque contenidas. El Polisario se enfrenta a la presión y la frustración de la población saharaui, sobre todo de los jóvenes y las mujeres de los campos de refugiados, que no han visto ningún progreso en las promesas hechas durante décadas. Marruecos recibió un gran impulso cuando Trump dio el reconocimiento estadounidense a su reclamación del territorio del Sáhara, lo que directamente preparó el terreno para que el Polisario declarara terminado el alto el fuego.

Es un momento importante para la diplomacia internacional. Los estadounidenses y los europeos parecen pensar que lo que está en juego no es lo suficientemente importante como para alienar a Marruecos, un importante aliado, presionando para avanzar hacia una resolución justa del conflicto. Los aliados occidentales están más preocupados por la lucha contra el terrorismo y el freno a la migración. Marruecos desempeña un papel importante en ambas luchas y como el estancamiento del conflicto no parece impulsar el terrorismo o la migración, resulta fácil instalarse cómodamente en un statu quo que convenga a Marruecos. Esto es un error: el Polisario tiene una reclamación legal de autodeterminación reconocida por la ONU, además de décadas de paciencia y buen comportamiento en condiciones en extremo difíciles. Es la justicia, y no los intereses, la que debe mover la política occidental en este conflicto.

En cuanto a las opciones que hay sobre la mesa, es de agradecer que la ONU haya nombrado por fin a un enviado después de dejar el puesto vacante durante años. De Mistura tendrá que encontrar una forma de superar el actual punto muerto entre la solución de Marruecos –la autonomía regional– y la reivindicación del Polisario de un referéndum largamente retrasado. Algunos expertos sugieren que la libre asociación puede representar una tercera vía. En cualquier caso, se necesitará mucho trabajo y creatividad desde hoy mismo para evitar que el conflicto se siga calentando. A medida que la región del Sahel se hunde más en el conflicto, y las tensiones aumentan entre Marruecos y Argelia, es más urgente que nunca un acuerdo justo.

 

ISAÍAS BARREÑADA | Profesor de Relaciones Internacionales en la Universidad Complutense de Madrid. @IBarrenada

Los conflictos de larga duración no resueltos o se diluyen por abandono de una de las partes o se hacen cada vez más complejos. De Mistura se va a encontrar con una situación aún más enrevesada que la que había cuando su predecesor, Horst Köhler, dejó el cargo en mayo de 2019. Lo más significativo es que el Plan de arreglo de 1991 ha sido dado por roto por la parte saharaui y han vuelto las hostilidades entre el Frente Polisario y Marruecos en una guerra que a día de hoy se limita a la Berma o muro marroquí, pero que podría dar un salto sustancial y comenzar a afectar áreas bajo control marroquí. Pero ahí no acaba la cosa. Marruecos ha sobrepasado el muro en su sección sur y ocupa desde noviembre de 2020 una porción de la zona desmilitarizada; la represión contra los independentistas saharauis en las zonas ocupadas se ha recrudecido, alcanzando cotas nunca vistas; Trump modificó la postura de Estados Unidos y su sucesor se encuentra ahora con el dilema de revertirla o mantenerla; la UE se ha metido en un terreno pantanoso con una tercera sentencia que confirma la ilegalidad de la extensión de los acuerdos bilaterales con Marruecos al territorio del Sáhara Occidental, y ahora huye hacia adelante intentando ganar tiempo con recursos contra la última decisión judicial; las relaciones entre Marruecos y Argelia han alcanzado un nivel de deterioro inédito; y finalmente, Marruecos sufre las consecuencias del impacto económico de la pandemia y está imperiosamente urgido a normalizar su presencia en el Sáhara, lo que detrae cantidades ingentes de recursos. Todo ello conforma una situación compleja y dinámica que requiere que el enviado preste atención a muchos más actores, incluyendo a Washington y Bruselas.

Los actores directos tienen posiciones claras y firmes que aparentemente no van a modificar. Marruecos quiere que se reconozca la anexión, mientras el Polisario exige que el pueblo saharaui pueda ejercer su derecho a la autodeterminación. Quienes pueden mover ficha son los actores externos, y sus opciones son continuismo o un cambio de enfoque. Más de lo mismo es seguir consintiendo la impunidad con la que ha venido actuando Marruecos, encubriéndole o apoyándole discretamente, como han hecho Francia o España. Un cambio de enfoque supone reconsiderar lo hecho y restablecer los compromisos del Plan de arreglo de 1991 con garantías internacionales para que se cumpla lo acordado.

España es el primer interpelado. Tradicionalmente, se ha escudado en una ambigua política de “neutralidad activa” para justificar su falta de compromiso con sus antiguos ciudadanos y encubrir su apoyo a los hechos consumados llevados a cabo por Marruecos. España debería adoptar un nuevo enfoque, acorde con los principios y valores que –teóricamente– guían su acción exterior. No es impensable porque puede contar con consenso político y respaldo social interno, y seguramente tendría apoyo de algunos socios europeos. Ojalá España pase a una nueva política de “coherencia y compromiso constructivo”.

 

EMILIO CASINELLO | Director general del Centro Internacional de Toledo para la Paz (CITpax)

Después de un largo período de vacancia, el reciente nombramiento de De Mistura reactiva el proceso liderado por la ONU para conseguir una solución a uno de los conflictos más longevos en el escenario internacional. La extensa experiencia del diplomático italo-sueco en situaciones tan complejas como Líbano, Irak, Afganistán o Siria y su familiaridad con los mecanismos onusianos pudieran anticipar una renovación ágil del proceso, en un momento en que los acontecimientos en el Mediterráneo son prueba terminante de que apostar por mantener intacto el statu quo equivale a apoyar una inestabilidad crónica.

Las cautelas son obligadas a pesar de la confirmación pactada del nuevo enviado personal. Cuatro de sus predecesores de la talla política e intelectual del ex secretario de Estado James Baker III (1997-2004), el experimentado diplomático holandés Peter Van Walsum (2005-08), el embajador estadounidense Christopher Ross –que lo había sido en Siria y Argelia, con un árabe hablado y escrito excepcional (2009-2017)– y el expresidente alemán Köhler (2018-2019) no han conseguido acercar posiciones entre las partes en el conflicto después de una larga serie de reuniones directas (Houston, Londres, París, Viena, Manhasset en Nueva York y Ginebra), en muchas ocasiones contando además con la presencia de los actores vecinos, Argelia y Mauritania. La opinión general es que no ha sido por falta de “soluciones imaginativas”, sino por falta de voluntad política.

Hurst Hannun, el experimentado consejero legal de Baker, aseguró con acierto que “los enviados personales del secretario general pueden sucederse y ser sustituidos uno por otro, y el proceso de la ONU puede entrar en crisis, pero eso no debe impedirnos generar nuevas ideas que puedan ser utilizadas cuando la situación sea la adecuada”. El nombramiento de Staffan De Mistura renueva la ocasión de asociarnos a esa propuesta.

 

IRENE FERNÁNDEZ-MOLINA | Profesora en el departamento de Ciencias Políticas en la Universidad de Exeter en Reino Unido. @irenefmolina

Sobre el terreno, a lo largo de la Berma que separa las partes del Sáhara Occidental controladas por Marruecos y el Frente Polisario, De Mistura va a encontrarse con un conflicto relativamente descongelado desde que el Polisario declarara el fin de tres décadas de compromiso con el alto el fuego a raíz de la crisis de Guerguerat hace un año. Sin embargo, lo que la ONU califica de “hostilidades de baja intensidad” –en esencia intercambios de fuego iniciados por tiroteos del Polisario contra unidades militares marroquíes y concentrados en la zona de Mahbes, al norte del territorio– está muy lejos del estado de “guerra abierta” con el que el Polisario buscaba atraer la atención de la comunidad internacional y reforzar su legitimidad interna. Al este, en los campos de refugiados saharauis en Argelia, el ambiente de movilización bélica no alcanza a compensar la situación de crisis humanitaria crónica, agravada por la paralización de la movilidad, los suministros y las remesas internacionales durante la pandemia del Covid-19. Al oeste, en el territorio ocupado por Marruecos, las políticas de consolidación de la anexión prosiguen en forma de cuantiosas inversiones en el desarrollo de infraestructuras, una tasa de participación comparativamente alta (66,9%) en las elecciones legislativas, regionales y municipales de septiembre de este año, y la apertura de una veintena de consulados de países africanos, árabes y caribeños (Haití) en El Aaiún y Dajla. La otra cara de la moneda son las graves restricciones a las libertades de expresión, reunión pacífica y asociación, y el continuo hostigamiento y uso desproporcionado de la fuerza de los cuerpos de seguridad marroquíes contra activistas, defensores de los derechos humanos y periodistas saharauis.

Ante esta situación sobre el terreno, combinada con la desestabilización a escala regional e internacional que ha provocado la declaración de reconocimiento de la soberanía marroquí por parte de la administración de Trump, De Mistura tiene la opción de jugar la carta de la mediación con todas las letras. Es decir, el nuevo enviado personal podría ir más allá de la intervención minimalista (buenos oficios y facilitación del diálogo entre las partes) que han llevado a cabo todos sus antecesores desde el fracaso de los dos planes de Baker en 2001 y 2003, y actuar como un mediador propiamente dicho, presentando una propuesta propia. Visitar en persona el territorio bajo control marroquí y los campos de refugiados mandaría también un potente mensaje de partida. El reforzamiento del papel de la ONU debería también incluir una mayor presencia y visibilidad de la supervisión de la situación de derechos humanos y el desarrollo de las hostilidades por parte de la MINURSO y la Oficina del Alto Comisionado de la ONU para los Derechos Humanos. La administración de Joe Biden, que parece haber optado por dejar en suspenso la declaración de reconocimiento de Trump (es decir, ni revertirla ni materializarla) podría utilizar esta ambigüedad como palanca de influencia para intentar que Marruecos flexibilice su postura sobre unas eventuales negociaciones. Del lado europeo, ante las nuevas sentencias del Tribunal de Justicia de la UE contra la inclusión del Sáhara Occidental en los acuerdos de comercio agrícola y pesca UE-Marruecos, las instituciones de la UE y Estados miembros clave como España podrían considerar la posibilidad de no recurrirlas. Justicia aparte, la aplicación de estos fallos podría resultar políticamente constructiva en la medida en que modifica la estructura de oportunidades y aumenta el coste del bloqueo diplomático y del statu quo para diversos actores implicados.

 

HANA JALLOUL | Secretaria de Política Internacional y Cooperación al Desarrollo del PSOE. @jalloul_hana

El Sáhara Occidental es uno de los conflictos más longevos del panorama internacional, sin que seamos aún capaces de vislumbrar con claridad una solución en el corto plazo. Aunque este conflicto había permanecido en un estado de congelación, incluso olvidado de las agendas mediáticas, desde finales del año pasado la situación se ha tensionado con la ruptura de la tregua por el Frente Polisario después de casi 30 años y con el empeoramiento de las relaciones entre Rabat y Argel.

En este contexto, podemos celebrar que el secretario general de la ONU haya nombrado a De Mistura como enviado personal. Es una persona con amplia experiencia en la resolución de conflictos y con un enfoque humanitario muy importante en este en particular.

El objetivo inmediato es volver a sentar a la mesa a Marruecos y al Frente Polisario, recuperar las negociaciones dirigidas por ONU y establecer un diálogo que permita una solución justa, duradera y mutuamente aceptable por las partes. Siempre en el marco de las Resoluciones del Consejo de Seguridad y los principios de la Carta de Naciones Unidas. La resolución de este conflicto es muy importante para que pueda cambiar la vida de las docenas de miles de refugiados saharauis de los campamentos de Tinduf, que se encuentran en una difícil situación humanitaria.

 

ÁNGEL LLORENTE | Magistrado. Fue primer juez de enlace con Marruecos entre 2005 y 2010.

A pesar de que se han producido importantes acontecimientos tras la dimisión en mayo de 2019 del anterior enviado especial, los cuales han empeorado aún más el panorama político, considero que la situación a la que habrá de enfrentase De Mistura, de cara a la negociación de una solución pactada, no va a diferir mucho respecto a la de entonces.

La ruptura del alto el fuego decretada por el Polisario en noviembre de 2020; el reconocimiento de la soberanía marroquí sobre el territorio por parte de Trump en diciembre de ese año; la reciente anulación por el Tribunal General de la UE de los acuerdos agrícola y pesquero de la UE con Marruecos, excluyendo el Sáhara, o la cronificación de la emergencia humanitaria de los refugiados saharauis en los campamentos de Tindouf, todo ello no creo que vayan a modificar los posicionamientos de las partes en el conflicto.

Marruecos no se ha movido de su propuesta de autonomía y el secretario general del Polisario ha reiterado en sus últimas declaraciones que la autodeterminación y la independencia del pueblo saharaui siguen siendo una línea roja para la negociación, mostrándose muy crítico con la pasividad de la ONU.

Así, considero que la única opción realista pasa por una negociación ampliada del plan de autonomía propuesto por Marruecos en 2007. El referéndum de autodeterminación queda descartado, en mi opinión, no solo porque Marruecos no lo acepta, sino también porque resulta inviable en la actualidad, teniendo en cuenta que la evolución del contencioso ha llevado a que el territorio se encuentre bajo absoluto control marroquí. Aunque se ha barajado también la hipótesis de un acuerdo de libre asociación, con soberanía compartida, pienso que no sería aceptable por ninguna de las partes en estos momentos.

La designación del nuevo enviado de la ONU, con mucha experiencia como mediador en conflictos internacionales, debería servir para dinamizar el diálogo, pero me cuesta ser optimista. Lo que me parece más destacable de su nombramiento es que cuenta con el apoyo de EEUU y su perfil humanitario. Para mí, lo más preocupante es la degradación progresiva de las condiciones humanitarias de los refugiados saharauis.

Me parece muy positivo que De Mistura tenga intención de trabajar con todos los interlocutores relevantes. Sería conveniente que movilizara a los países del Grupo de Amigos de Sáhara Occidental. No obstante, creo que Argelia es el actor más importante por su evidente influencia sobre los líderes del Polisario, pero la ruptura de relaciones diplomáticas con Marruecos en agosto pasado complica su participación.

El gobierno de España mantiene buena relación con Argelia y ha recuperado la interlocución con Marruecos. Tiene la obligación moral de ayudar a desbloquear el diálogo, por lo que debería implicarse activamente en la búsqueda de una solución, ofreciendo una mediación con Argelia y liderando propuestas constructivas para resolver el conflicto y avanzar en el proceso de integración y estabilidad del Magreb.

 

BERNABÉ LÓPEZ GARCÍA | Catedrático honorario de Estudios Árabes e Islámicos, Universidad Autónoma de Madrid.

El momento se encuentra enturbiado por el mal clima entre Marruecos y Argelia. La tarea que se le presenta al nuevo enviado especial será convencer a Marruecos de que le sería útil acabar con la eternización de un conflicto que no genera más que desencuentros continuados con tribunales internacionales, con organismos y gobiernos de países importantes, claves en sus relaciones. Está en juego su imagen exterior. Y para ello es necesario el diálogo con la otra parte.

Pero también deberá convencer al Polisario, ahora que ha recibido un nuevo respaldo en su legitimidad como un representante de los saharauis reconocido por el Tribunal General de la UE, de que tampoco debe eternizar, después de 46 años, una política intransigente, mostrando también su disposición al diálogo.

Por ambas partes son necesarios gestos de distensión que permitan hacer creíble a escala internacional su disposición a un diálogo con la otra parte sin condiciones. De lo contrario el mantenimiento del statu quo supondrá mantener a la población en los campamentos en las condiciones indignas en que viven. Hay muchos asuntos por negociar que atañen directamente a la población saharaui dentro y fuera del Sáhara, como el fin de la represión y la amnistía en los territorios controlados por Marruecos, el retorno de los refugiados, con una inserción completa en el territorio en condiciones que garanticen su dignidad, su seguridad y la protección de sus bienes, algo que preconizaba sobre el papel la Iniciativa marroquí para el Sáhara de 2007.

España debería favorecer cuanto esté de su parte para facilitar el diálogo, pensando siempre en acortar el drama de la población de los campamentos.

 

HUGH LOVATT | Investigador sénior en el programa de Oriente Próximo y el norte de África en el European Council of Foreign Relations (ECFR). @h_lovatt

El nuevo enviado de la ONU se enfrentará a una realidad política difícil. Las últimas conversaciones directas entre Marruecos y el Polisario se celebraron en marzo de 2019. Pero el proceso de paz encalló mucho antes. Tras la repentina dimisión de su predecesor, el alto el fuego de décadas se derrumbó en medio de una creciente frustración en los campamentos de refugiados saharauis por el creciente estancamiento diplomático y la visible apatía internacional. Mientras tanto, Marruecos se ha vuelto más intransigente tras la proclamación de Trump de la soberanía marroquí sobre el Sáhara Occidental –que su sucesor ha mantenido– y una posición europea en su mayoría aquiescente, que ha antepuesto el mantenimiento de las relaciones con Rabat a los avances diplomáticos para resolver el conflicto. De este modo, Marruecos tiene cada vez menos motivos para aceptar cualquier plan que permita una verdadera autonomía para el pueblo saharaui.

Para impulsar un acuerdo político, De Mistura necesita el fuerte respaldo de Washington y de las capitales europeas, sobre todo de las que tienen asiento en el Consejo de Seguridad de la ONU. Esto tendrá que traducirse inevitablemente en una presión sobre Rabat para que se comprometa. España y sus socios de la UE también pueden ayudar a las perspectivas de paz aceptando la reciente sentencia del Tribunal de Justicia Europeo y excluyendo al Sáhara Occidental de las relaciones comerciales y pesqueras de la UE con Marruecos. Esto pondría en entredicho un importante pilar ideológico y económico que sostiene el control de Marruecos sobre el territorio. Por supuesto, también será necesario un fuerte compromiso con el Polisario para convencerles de que una “tercera vía” realista entre la independencia absoluta y la integración en Marruecos –en forma de libre asociación con el reino alauita– puede ofrecer al pueblo saharaui la perspectiva real de un Estado reconocido internacionalmente y la autodeterminación en línea con las resoluciones de la ONU.

 

VALENTINA MARTÍNEZ | Secretaria de Relaciones Internacionales del 
Partido Popular. @VALENTINAM

De Mistura se encontrará sobre el terreno una situación bloqueada y cronificada desde hace años. Es de esperar, pues, que reactive el papel de la MINURSO para sacar el conflicto del impasse actual, ofreciendo una solución respetuosa con el Derecho Internacional, justa y satisfactoria para las partes implicadas. Para ello, deberá explorar todas las posibles opciones sobre la mesa.

El mandato que reciba De Mistura debería incluir una evaluación de la vigencia y el cumplimiento de los derechos humanos en el territorio del Sáhara Occidental. Los errores y las torpezas diplomáticas del gobierno de Pedro Sánchez han hecho que a día de hoy España se encuentre ausente y sin capacidad de interlocución con las partes. España debería jugar un papel activo y propositivo, conforme a su responsabilidad histórica, en la búsqueda de una solución justa y definitiva al conflicto. Para ello debería apoyar los esfuerzos que desplegará el enviado especial y la MINURSO, y evitar continuar en tierra de nadie.

 

RAQUEL OJEDA GARCÍA | Profesora de Ciencia Política y de la Administración de la Universidad de Granada.

Una población que ha mantenido una alta participación en las últimas elecciones generales, en particular en la región de El Aaiún-Saguía el Hamra (66,9%), permite al régimen marroquí hablar de su grado de legitimación y aceptación de la “marroquinidad” por parte de la población saharaui. Y ello a pesar de que, según el Derecho Internacional, lo que ocurre en el Sáhara Occidental es una ocupación por parte de Marruecos de un territorio no autónomo pendiente de descolonización.

De Mistura, por su parte, no es nuevo en el terreno ni en la gestión del conflicto, como antiguo jefe de la MINURSO. Por tanto, es un actor relevante para hacer las labores de interlocución y promover las conversaciones entre Frente Polisario y Marruecos en el marco de las resoluciones de la ONU.

La cuestión de los recursos naturales es un asunto clave, más aún tras la publicación, el 29 de septiembre, de las sentencias del Tribunal General de la UE donde se anulan los acuerdos del Consejo de la UE y Marruecos porque el Sáhara Occidental no es parte del territorio marroquí, y donde se reconoce al Frente Polisario como representante legítimo del pueblo saharaui.

Por último, las violaciones de derechos humanos, a pesar de una situación de mejora económica gracias a las ayudas directas y a las grandes inversiones, siguen siendo graves entre los oponentes a la ocupación marroquí.

En cuanto a las opciones de los actores implicados, España es un actor relevante que se sigue moviendo entre dos extremos: el del paraguas de la ONU, afirmando que el Sáhara Occidental es un territorio no autónomo, y el del interés de mantener unas relaciones fluidas con Marruecos y con uno de los mayores apoyos del reino alauita, Francia. Hay un claro apoyo al pueblo saharaui entre la opinión pública y la sociedad civil españolas, que no es correspondido por la política exterior oficial. España tiene un claro interés en el territorio: por las aguas territoriales, continuando con la pesca gracias a los tratados de la UE con Marruecos; por la proximidad con las Islas Canarias, y por la explotación de los recursos naturales, renovables y no renovables.

 

EDUARD SOLER i LECHA | Investigador sénior, coordinador del área de Geopolítica y Seguridad en Cidob. @solerlecha

España ha sido testigo en primera fila de cómo la tensión en el Sáhara traspasa fronteras, llegando a condicionar su política interna con la utilización geopolítica de las migraciones (crisis de Ceuta) y el posible impacto de las tensiones gasísticas sobre una ya abultada factura de la luz.

El resto de los países europeos también comienza a darse cuenta de lo que hay en juego. Un factor que ha contribuido a poner el Sáhara en la agenda son las conexiones cada vez más visibles entre este conflicto y el árabo-israelí, y los costes de la desunión en el Magreb a la hora de afrontar las crisis de seguridad en el Sahel. Recientemente, también se ha vuelto a comprobar cómo el conflicto puede poner en jaque las relaciones entre Marruecos y la UE por la extensión de los acuerdos pesqueros y agrícolas. La crisis abierta entre Rabat y Berlín también ayuda a entender que esto es cosa de todos. En otras palabras, lo que pasa en el Sáhara no se queda en el Sáhara.

Todo ello debería contribuir a que no solo España, sino el resto de actores internacionales con capacidad para influir en las posiciones de las partes en conflicto se lo tomen en serio y aumenten su coordinación. Se trata de un conflicto que preferirían haber olvidado, pero que está ahí. Lo del Sáhara es algo que creían manejable, que quizá el tiempo resolvería. Se equivocaron.

El nombramiento de De Mistura no resuelve nada por sí mismo, pero facilita una reactivación de la vía diplomática y, sobre todo, es una señal de que algo se está moviendo. Uno de los argumentos que el nuevo enviado puede usar a la hora de recabar apoyos para una solución negociada será, evidentemente, el riesgo de desestabilización de un conflicto cuyos impactos se dejarían sentir más allá del Sáhara. Pero De Mistura no debe usar solo la carta del miedo. Debe aludir también a la necesidad de hallar una solución justa, también para las personas que han sufrido sus consecuencias durante medio siglo. Además, debe enumerar a quien lo quiera oír todas las oportunidades que tanto el Magreb como sus vecinos europeos van a desaprovechar si prosigue la desunión y el conflicto.

 

IDIOA VILLANUEVA RUIZ | Responsable de la secretaría de Internacional de Unidas Podemos y eurodiputada. @IdoiaVR

Celebramos que tras dos años en búsqueda de enviado especial, el cargo por fin esté ocupado. De Mistura se va a encontrar una situación aún más deteriorada que la que dejó Köhler. En primer lugar, tendrá que afrontar el fracaso de la comunidad internacional, incapaz de hacer cumplir los acuerdos del alto el fuego de 1991 que debían culminar en un referéndum de autodeterminación, pues desde hace un año nos encontramos ante un conflicto nuevamente armado. En segundo lugar, a la presión que sigue provocando el Covid-19 en todo el mundo y que sufren aún más los países en conflicto.

Creo que las opciones deben pasar por reforzar y hacer cumplir la legalidad internacional. Es la mejor solución para todos los actores. En primer lugar, para el pueblo saharaui, que lleva décadas esperando una solución refugiado en el duro desierto argelino. España necesita cumplir con su responsabilidad histórica con el Sáhara Occidental. La UE debe trabajar por resolver los conflictos que asolan su vecindad. Para los países del Magreb significaría cerrar un conflicto que es profundamente perjudicial, les impide tener relaciones y ha llevado a una escalada de tensión entre Argelia y Marruecos. Para contar con un factor de paz, justicia y estabilidad en la región del Sahel y para que el conflicto no paralice el avance de la Unión Africana. Por último, la ONU necesita cerrar el capítulo de la descolonización de África con un acuerdo multilateral. Hoy puede parecer muy difícil, pero precisamente por eso es más urgente y es el camino que debemos seguir.

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