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Olaf Scholz, candidato a canciller de los socialdemócratas alemanes (SPD), saluda a sus seguidores tras conocer los resultados iniciales de las elecciones parlamentarias federales del 26 de septiembre de 2021 en Berlín, Alemania. GETTY

Alemania se encamina hacia un semáforo

Si no hay sorpresas de última hora, Scholz será el próximo canciller alemán, en un gobierno con los Verdes y los liberales del FDP. La remontada del SPD pocas semanas antes de las elecciones tiene mucho que ver con la debilidad de sus rivales.
Guillermo Íñiguez
 |  5 de octubre de 2021

Escasos días después de las elecciones del 26 de septiembre, el panorama político alemán parece cada vez más claro: salvo sorpresa mayúscula, Olaf Scholz será el próximo canciller, formará un gobierno con los Verdes y los liberales del FDP y podría incluso tomar posesión a finales de diciembre. Las elecciones federales dejaron un panorama político ambiguo: se impuso el SPD (25,7%, 206 escaños), pero la CDU (24,1%, 196 diputados) mantenía opciones de gobernar; los Verdes obtuvieron un resultado peor del esperado (14,8%, 118), pero entrarían en casi cualquier futuro gobierno; y tanto Verdes como liberales (FDP, 11,5%, 92) tendrían la llave del próximo ejecutivo. Sobre estos resultados se va despejando lo que será el próximo gobierno.

 

Entender la victoria de Scholz

Para el SPD, la victoria de su candidato ha sido la culminación de una campaña de ensueño. A lo largo de 2021, el partido siempre fue a remolque –a mediados de agosto, sin ir más lejos, el barómetro electoral de The Economist le daba un 1% de probabilidades de finalizar primero–. Es indudable que la remontada del SPD se ha debido, en gran parte, a la debilidad de sus rivales: frente a una Annalena Baerbock que no ha sabido ensanchar la base electoral de Los Verdes y un Armin Laschet que ha cometido numerosos errores no forzados, Scholz ha sabido mantenerse en un segundo plano, defender su gestión como vicecanciller y venderse como el más merkeliano de los candidatos. Sin embargo, centrarse en estos aspectos sería menospreciar la habilidad política que han mostrado tanto los socialistas como su candidato.

Para entender la victoria del SPD hay que remontarse a dos momentos en el último año. En primer lugar, a agosto de 2020, cuando Scholz fue nombrado candidato a la cancillería. Tras ocho meses de negociaciones internas, las dos alas del partido –la izquierdista y la moderada– optaron por cerrar filas en torno a su candidato, mostrando una unidad con pocos precedentes en torno a quien, escasos meses antes, había perdido las primarias de su partido.

En segundo lugar, a los meses de marzo a junio de 2021, en los cuales se fraguó el triunfo de Scholz. Durante esta interminable travesía por el desierto –con CDU y Verdes disputándose la primera plaza y el SPD bordeando el 15%–, los de Scholz no tiraron la toalla, mantuvieron un perfil bajo y esperaron a que se desgastasen, paulatinamente, verdes y cristianodemócratas. La falta de presión política y atención mediática le permitió a Scholz ensayar el discurso que dominaría su campaña. A través de mantras como el “respeto”, la “dignidad” y la importancia de un empleo bien remunerado, el “scholzismo” ha devuelto al SPD a la socialdemocracia más clásica, convirtiéndolo de nuevo, en palabras de Jeremy Cliffe, en “un hilo conductor entre progresistas de clase media, la vieja clase obrera y el nuevo precariado”.

 

La nueva coalición será semáforo 

Tras el cierre de las urnas y en la Berliner Runde, el tradicional debate televisivo que reúne a los principales candidatos en la propia noche electoral, el FDP y los Verdes anunciaron un plan conjunto: dado que serían claves para cualquier coalición de gobierno, y para evitar un nuevo fracaso en unas negociaciones a tres bandas, como ya ocurriera en 2017, los dos partidos se comprometían a ponerse de acuerdo entre sí antes de negociar un gobierno con socialistas o democristianos. Desde entonces, los dos partidos han mantenido una serie de conversaciones informalesinmortalizadas en un ya famoso selfie– que buscan superar sus grandes diferencias programáticas, para así poder acercarse a los dos grandes partidos con unas reivindicaciones claras.

Si el propio domingo 26, el escenario todavía parecía abierto –Laschet anunció que intentaría formar un gobierno y tanto Verdes como FDP dejaron claro que hablarían con ambas partes–, la realidad se ha ido imponiendo con el paso de los días: hoy, hay varios motivos para pensar que el próximo gobierno será un tripartito “semáforo” (SPD, Verdes, FDP).

En primer lugar, Scholz fue el ganador indiscutible: su margen de victoria fue claro, el SPD será el principal grupo parlamentario del Bundestag y el partido mejoró su resultado de 2017 en más de 5 puntos, frente a los ocho que perdieron los de Laschet. Para el 76% del electorado, de hecho, el sajón debe ser el próximo canciller –una cifra que ha ido creciendo con el paso de los días–. En segundo lugar, los tres partidos del “semáforo” fueron los únicos triunfadores de la noche, mejorando sus resultados de 2017, mientras CDU, AfD y Die Linke los empeoraban dramáticamente. Y por último, ni la propia CDU se ve en el gobierno. Tras haber obtenido el peor resultado de su historia, el partido se encuentra en pleno proceso de implosión: Laschet tiene los días contados, el ala derechista ya ha pedido unas nuevas primarias y el bávaro Markus Söder, que nunca llegó a cerrar filas entorno a Laschet, acecha el liderazgo de la CSU. Dieciséis años después, parece casi seguro que la CDU pasará a la oposición, donde deberá reconstruirse y prepararse para 2022, cuando afrontará cuatro elecciones regionales.

 

Claves del próximo gobierno

A lo largo de las últimas semanas, se ha escrito mucho sobre las diferencias entre los tres futuros socios de gobierno, cuyas diferencias programáticas en materia fiscal, medioambiental y europea pueden condenar las negociaciones al fracaso. Pero, de nuevo, no hay por qué pensar que un acuerdo “semáforo” no llegue a buen puerto, e incluso, al contrario de lo que se previó inicialmente, que dicho acuerdo no se pueda alcanzar de aquí a fin de año.

Para empezar, un estudio de la universidad de Münster publicado hace escasos días indica que tanto los partidos como, sobre todo, sus votantes tienen más en común de lo que pudiera parecer, algo que, para los partidos, reduciría el coste político de un acuerdo y facilitaría su posterior ratificación por parte de las bases, un aspecto fundamental de las negociaciones políticas alemanas. En segundo lugar, y pese a sus diferencias programáticas, los tres partidos coinciden en numerosos asuntos de política social: entienden la necesidad de modernizar las infraestructuras del país y apoyan una profundización de la transición energética. Incluso en los temas más polémicos,  podría alcanzarse un acuerdo de mínimos: “la izquierda podría dejar de lado un impuesto sobre el patrimonio a cambio de un impuesto de sucesiones más progresista”, indica Cliffe, mientras que “los liberales podrían suavizar sus demandas de rebajas fiscales a cambio de un sistema de bonificaciones para empresas que inviertan en digitalización o industrias verdes”. La clave, como en todo pacto de gobierno alemán, estará en los detalles de unas negociaciones que serán tortuosas y exhaustivas: pero a lo largo de los últimos días, las tres partes se han mostrado, tanto en privado como en público, dispuestos a entenderse.

También habrá desacuerdos en el reparto de carteras, y los socios de gobierno buscarán departamentos con un simbolismo fuerte para sus votantes (el SPD los de política social, los Verdes los climáticos y energéticos, y el FDP los económicos y el de digitalización). El FDP y los Verdes pedirán la vicecancillería y todos querrán el poderoso ministerio de Finanzas. Pero, de nuevo, según Jens Südekum, primará el pragmatismo entre tres fuerzas a las que, por razones distintas, les interesa entrar en el gobierno: a los Verdes, para acumular experiencia de gobierno y armar un proyecto político más convincente de cara a las próximas elecciones; al FDP, para resarcirse de su error de cálculo en 2017 y poder venderse como el gran “moderador” de una administración de izquierdas; y al SPD, para sentar las bases de lo que Scholz espera que sea una “década socialdemócrata”.

 

Alemania frente a la era Scholz

En los próximos cuatro años, Alemania se enfrentará a una profunda transformación política. Lo hará con muchas incógnitas, con el gobierno más heterogéneo de su historia reciente y con la única certeza de que sus políticas sociales y económicas tendrán un efecto spillover en el resto de Europa. A medida que pasan los días, sin embargo, algunos aspectos de la Alemania que viene parecen cada vez más claros: el próximo gobierno estará liderado por Scholz; formado por socialistas, liberales y verdes; y cimentado por un acuerdo de coalición que será difícil de negociar y de manejar.

Faltará por ver si, en un país necesitado de profundas reformas sociales y económicas, la administración Scholz será capaz de sobreponerse a sus contradicciones internas, ir más allá de una agenda de mínimos y aprovechar la oportunidad histórica a su alcance. En juego está una “década socialdemócrata” no solo en Alemania, sino también en Europa.

1 comentario en “Alemania se encamina hacia un semáforo

  1. Estoy de acuerdo con el autor: parece casi seguro que la coalición de gobierno será «semáforo» (del alemán «Ampel», semáforo: los alemanes hablan de «AmpelKoalition» para la coalición SPD-liberales-verdes (por los colores de un semáforo) y de «Jamaika-Koalition» para la coalición CDU-liberales-verdes (por los colores de la bandera de Jamaica).

    Los liberales del FPD y los ecologistas de «Bündnis 90-die Grünen» tienen grandes diferencias programáticas, pero, efectivamente, están casi condenados a entenderse porque les interesa mucho entrar en el gobierno. Y los ecologistas ya han expresado que prefieren una coalición con el SPD. Además, hay muchas voces en la CDU que prefieren que el partido pase a la oposición y se recomponga.

    Esperemos que, si triunfa la coalición semáforo, sirva de contrapeso a la radicalización por los extremos que sufren los sistemas de partidos desde hace tiempo en muchos países europeos.

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