¿Qué está pasando en Brasil? La pregunta instiga y fustiga a todos los brasileños y a los observadores extranjeros que valoran los avances económicos e institucionales conquistados por el país a lo largo de las últimas décadas. Hasta hace poco, Brasil integraba la vanguardia de la agrupación de naciones con peso e influencia ascendentes en el encaminamiento de los asuntos centrales de la gobernanza global. A nivel regional, se comprometió en el proyecto de transformar América Latina en un espacio económico y de seguridad integrado y, por tanto, con voz propia en el escenario internacional. Estas ambiciones se basaban en cifras nacionales admiradas de crecimiento económico y, quizá más notable, de inclusión social, con reducción de la pobreza crónica y mejora del acceso a servicios básicos. Y todo ello, en un clima de diálogo democrático, lo que permitió al país superar, a partir de los años ochenta, las plagas del autoritarismo y de la hiperinflación del pasado.
A juzgar por los titulares de los grandes medios de comunicación, la situación actual no podría ser más diferente. De hecho, Brasil apenas empieza a superar la más profunda crisis económica del último siglo, que ha producido retrocesos lamentables en índices sociales, todo ello potenciado por un escándalo de corrupción de proporciones sin precedentes. Ante la detención y procesamiento de importantes líderes políticos y empresariales, Brasil parece estar sumido en la inercia económica y la parálisis política. Como contrapunto en la esfera internacional, la B de los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Suráfrica) estaría desvaneciéndose, mientras que la tragedia sin fin en Venezuela y Nicaragua son testimonios del colapso de la arquitectura de integración y seguridad latinoamericana soñada por la diplomacia del Itamaraty.
Brasil pasa por un periodo de fuertes turbulencias e indefinición. No extraña que los brasileños aguarden las elecciones generales…

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